A.C. Mercado-Harvey
Este lunes 11 de septiembre conmemoramos un evento parteaguas en nuestra historia nacional. Poca gente ignora ese hecho y, por los resultados de la última Cadem, la mayoría lo asociamos a algo muy negativo, lleno de muertes, desapariciones, exilio, etc. Por más que la derecha porfía en su negacionismo, la amplia masa de los chilen@s tenemos claro que el quiebre en nuestra democracia fue un evento terrible. En lo que no hay consenso, según esa misma encuesta, es si debemos olvidar o recordar. De acuerdo a los estudios sobre historia y psiquiatría, la respuesta es clara: una sociedad sana (como un paciente sano) es la que logra recordar el trauma sin revivirlo de modo pernicioso en nuestra conducta (el acting out, como lo llamó Freud). En Chile no hemos logrado llegar a ese punto, y está por verse si algún día lo lograremos. En este contexto aún en pugna sobre la memoria histórica del Golpe, parece importante recordar historias menos conocidas: las de héroes anónim@s. ¿A qué me refiero con esto? A aquellas personas que arriesgaron su pellejo para salvar a personas o símbolos de nuestra interrumpida democracia. En medio del caos y la confusión del 11 de septiembre hubo muchas personas que escondieron a quienes tenían una sentencia de muerte sobre sus cabezas solo por pensar diferente. Aunque la derecha da tumbos intentando imponer la idea de que el Golpe se puede justificar, el argumento se cae fácilmente. Ni el gobierno más desastroso, ni el presidente más incompetente, ni la turbulencia política más severa justifica ni justificará nunca la interrupción de la democracia. Esto es más fácil de sostener para quienes vivimos bajo dictadura que para los que no la vivieron, por eso es crucial conmemorar y no olvidar.
Volviendo al día mismo del Golpe y a los héroes anónim@s, pido permiso a l@s lector@s para hacer algo que no hago con frecuencia y es contar una historia profunda y delicadamente personal. El día 11 de septiembre de 1973 pude haber quedado huérfana, como sí quedaron cientos de niños en Chile. Mi aura de buena fortuna, el Ángel de la Guarda, como lo quieran llamar, o la mera casualidad permitió que no fuera así. Contra todo pronóstico mis dos padres, periodistas, estuvieron en peligro de muerte cumpliendo con su deber de informar antes de que Chile se sumiera en el silencio forzado de la censura. Mi padre, Manuel Mercado Garín, militante del Partido Socialista, trabajaba en La Moneda como corresponsal de prensa. Estuvo en la nómina de los militares y solo su astucia le permitió sobrevivir, como narro en mi cuento “El día B”, ganador de un premio menor del Museo de Bellas Artes. Ese día mi padre, a quien no conocí hasta los 15 años porque era un perseguido político, sorteó las dificultades de salir del palacio presidencial intacto, antes del bombardeo y llegó a su departamento en la villa Los Presidentes, en Ñuñoa a pie, ya que no circulaban micros. Esa caminata fue una mínima penitencia en comparación a lo que vino después: vivir 15 años en la semi-clandestinidad, el frustrado intento de secuestro de mi media hermana para que se entregara, el ser exonerado y no poder trabajar por tantos años, etc. Así todo, la sacó barata porque murió de viejo y no como un ejecutado político de la dictadura. Mi padre fue un sobreviviente, pero eso no le otorga la categoría de héroe. Mi madre, por otro lado, sí y es en esa historia y la de sus compañeras de pensionado en quienes me quiero centrar en esta crónica.
Para quienes no son de Rancagua o de la región de O´Higgins, Carmen Flores Torterolo (1948-2015) es una de las ocho mujeres que han recibido la distinción de “hija ilustre” de la ciudad, fue una periodista destacada, quien se desempeñó en la prensa regional escrita, radial y televisiva. Fue más conocida en los 90 por su programa radial “La hora de los bocinazos” en Radio Primordial, donde culminó su carrera como periodista política, entrevistando a candidatos presidenciales como Joaquín Lavín, Ricardo Lagos, Eduardo Frei. Luego, en la década del 2000 comenzó su carrera televisiva en el canal local de VTR Sextavisión, donde realizó el programa Contrapunto, en el cual continuó entrevistando a políticos locales y nacionales. Mi madre murió con las botas puestas, ya que siguió trabajando hasta abril de 2015. Solo a partir de mayo de ese año yo tomé su programa, a petición del dueño del canal, y terminé el ciclo de ese programa. Pese a no haber estudiado periodismo, desde la experiencia de Contrapunto, he continuado en la profesión de mis padres porque me parece que esa es la mejor manera de rendirles un homenaje y continuar con un legado importante: el periodismo que informa, que se mete en los espacios que nadie más hace, que cuenta verdades incómodas, que no se deja sobornar por el poder.
Vuelvo a la figura de Carmen Flores, pese a que crecí con ella no supe nada sobre su papel en la transmisión del último discurso de Salvador Allende la mañana del 11 de septiembre. Mi madre fue inconsciente o modesta respecto a su rol en Radio Magallanes. En un reportaje hecho por Ciper (medio de Mónica González, excompañera de mis padres en la escuela de periodismo) publicado en 2008, aparece el nombre de mi madre como una de l@s tres periodistas que se quedaron en la radio para transmitir el famoso discurso. Yo nunca supe de esto hasta que un excolega de mi madre (de los años que ejerció como profesora de Filosofía porque se negó a trabajar en el periodismo amordazado de la dictadura) me lo hizo saber tras su muerte en 2015. Tengo un vago recuerdo, fragmentos de cosas que ella me fue contando a lo largo de los años. Sabía que estuvo en Santiago, a pocas cuadras de La Moneda, el día del Golpe y que permaneció allí encerrada hasta que su hermano mayor consiguió un salvoconducto (era médico) para poder llevársela a Rancagua. También supe del trauma que significó ver muertos en el río Mapocho, y varios tirados en la carretera panamericana en la larga travesía de vuelta a la casa de mis abuelos, que demoró casi un día completo por los constantes controles militares para chequear papeles. Además, siempre supe de una de sus mejores amigas torturada en Villa Grimaldi, quien llegó a la casa de mis abuelos tras salir de ese infierno y que fue mi tío quien tuvo que curarla de las heridas de ese horror que tuvo que vivir. De las heridas psicológicas nunca se terminó de curar, así como miles chilen@s que han vivido por décadas la angustia del estrés postraumático.
En ese reportaje de Ciper, escrito por nada menos que José Miguel Varas, se cita el testimonio de Guillermo Ravest Santis, director de la Radio Magallanes. Allí dice lo siguiente: “Me correspondió proponer a los integrantes del pequeño equipo que debería apostarse en la planta transmisora de la Magallanes, ubicada en Renca, para tratar de seguir emitiendo en cualquier emergencia. Todos aceptaron inmediatamente. Ellos fueron los periodistas Ramiro Sepúlveda, Jesús Díaz, Carmen Flores -reportera recién egresada de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile- y el locutor Agustín Chucho Fernández” ( https://www.ciperchile.cl/2008/06/26/la-verdadera-historia-del-rescate-del-ultimo-discurso-de-salvador-allende/). El mismo Ravest señala que esa mañana tuvieron bajas y que hubo periodistas que se retiraron, porque sabían el riesgo que corrían. Frente a esa opción y sabiendo que dejaría a una hija de meses huérfana, mi madre no dudó en quedarse y ser una de las pocas personas que permitieron que el último discurso de Allende saliera al aire, algo que los militares intentaron impedir al haberse tomado durante la madrugada otras radioemisoras. ¿Qué importancia tenía el discurso? El testamento político de un presidente que sabía sería derrocado por la fuerza y que Chile vería años oscuros tras ese Golpe. Las palabras de Allende sirvieron de aliento a tod@s es@s que vivieron en la clandestinidad, como mi padre, a l@s que vivieron en el exilio, pero también a millones de ciudadan@s anónim@s que votaron por él. Mi madre no fue una de ellos, ella siempre me dijo que había votado por Tomic, porque nunca fue de extremos y no estaba de acuerdo con la lucha armada, sin importar las circunstancias. Pese a que la acusaron de comunista en muchas ocasiones, mi madre nunca militó en ningún partido hasta los 90 cuando fue PPD por un tiempo breve. No toleraba tampoco la corrupción.
La versión de Ravest, publicada por Ciper fue además corroborada por una de las mejores amigas y compañera de pensionado de mi madre, Mónica del Campo Valdivia, quien señaló: “Se fue a la Radio Magallanes, que era su trabajo y cuando llegó allá la mandaron a la antena, porque ya habían bombardeado algunas antenas, entonces la teoría que tenían es que si les cortaban las transmisiones, porque la Magallanes estaba en pleno centro, podrían seguir transmitiendo desde las instalaciones que tenía la antena y ahí se fueron tres personas. Yo escuché la transmisión, eran las diez y tanto y a la Magallanes le cortaron las transmisiones una hora después. Carmen me contó que ellos salieron después, no los tomaron presos”. Mónica además recordó que su amiga Carmen Flores volvió a arriesgar su vida al esconder a un colega periodista en el pensionado de mujeres de la calle Cienfuegos: “En el pensionado estaban encerradas con el Lira Massi y que lo tuvieron encerrado como dos días adentro del pensionado. Lo dejaron ahí, y el pensionado quedó cerrado como si no hubiera nadie. Había una niña a la que le tenían desconfianza y que la fueron a buscar temprano y quedó ese grupo de mujeres. Y ahí llegó Lira Massi, periodista del Puro Chile, que quedaba en Alameda con Cienfuegos, y el pensionado quedaba en Cienfuegos a una cuadra y media de la Alameda. El tipo se arrancó y creo que llegó por los techos al pensionado y ahí las chicas dijeron que se quedara”. Esta sí es una historia que yo conocía, gracias a un cuento que escribió mi mamá de esos días de encierro, y luego sus amigas de pensionado se acordaron del hecho cuando la visitaron durante su agonía en 2015. Tanto creían ellas en la democracia que el esconder al periodista fue votado por las que se quedaron allí y tomaron el riesgo de ir presas por esconder a un “subversivo”.
A 50 años del golpe quiero rendirle un homenaje a esas mujeres que arriesgaron su vida para proteger a un periodista cuyo único crimen fue escribir en un medio de izquierda. En esa historia además rindo un homenaje a los miles de chilen@s anónim@s que hicieron algo ese día para ayudar al prójimo, para evitar una muerte. Y claro, no puedo dejar de rendirle un homenaje, aún con sentimientos encontrados, a Carmen Flores Torterolo, quien estuvo dispuesta a dar su vida en pos de informar y que trabajó en ello hasta el último día de su vida.
11 comentarios en “A 50 años del Golpe: homenaje a héroes anónim@s”
Tuve el honor de conocer a Carmen en 1983,año en que empezó la resistencia organizada en contra de la dictadura. Valiente para informar en tiempos difíciles.
Así es. Gracias por tu comentario.
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