@marcelenredes
La comunidad de senderismo “Los Plomeros” del Cajón del Maipo se ha ganado su reputación y referencia en expediciones que combinan una gran cantidad de disciplinas para el autocuidado de la mente y el cuerpo, aunque el siguiente relato te provoque todo lo contrario.
Una de ellas es el rapel en modalidad de espeleología, disciplina que estudia cavidades subterráneas como cuevas, simas y grietas, tanto en sus aspectos físicos como biológicos, geológicos, hidrológicos y climáticos o en sus posibles usos culturales o históricos. Nuestro móvil fue la admiración de toda esa naturaleza y la atracción por una experiencia única, aunque puede ser peligrosa debido a condiciones como la falta de luz, humedad extrema, posibles desprendimientos de roca al vacío o falta de oxígeno. Pero el equipo especializado y las técnicas adecuadas permiten minimizar los riesgos.
Los instructores Marco Jara y Edson Troncoso, poseen años de experiencia, cursos y tantas horas de descenso como para que la experiencia sea segura y placentera. Explican que las cuerdas y el equipo están diseñados, supervisados y monitoreados para estar siempre bajo el estándar de calidad y certificación adecuada para cada travesía. El resto de la preparación lo da la práctica. Los instructores ponen a prueba mi eficacia en el rapel en una muralla de entrenamiento cerca de la bóveda negra.
El grupo inició un trekking de baja intensidad en el Cerro El Rosario, junto al río en la comuna de Isla de Maipo, lugar donde se encuentra la mina abandonada. Los equipos de comunicación eran dirigidos por don Alejandro Angulo, conocido como “Pato Lucas”, un veterano montañista de 74 años que había sufrido un accidente reciente en su rodilla y que ofició de seguridad en la superficie. Junto a él un egresado del Internado Barros Arana de la generación del 76, don Miguel Angel Cáceres y su nieto Franco, acondicionaron sus cuerpos aguardando en la claustrofóbica salida: una pequeña grieta al final del sendero subterráneo. En las inmediaciones de la caverna, distintos grupos de profesionales y aficionados realizaban talleres de rapel, biología y aspectos morfológicos. Ese día, solo cuatro personas descendimos a las profundidades junto a la única mujer en bajar al abismo: Evelyn Guzmán, académica de la Universidad Mayor.
Edson fue muy claro: “Si sueltas la mano de seguridad que controla el ritmo de descenso de la cuerda, caerás al abismo”. Marco se adelantó como explorador, seguido por Evelyn. Cuando llegó mi turno, el instructor me sujetó firmemente mientras mis pies se acercaban al borde del vacío. Sentí el gélido frío y el estruendoso eco de las rocas cayendo hacia la insondable nada. Durante unos segundos, mi instinto de supervivencia se activó, tensando toda la musculatura de mi cuerpo: en ese momento, mis sentidos se preparaban para la oscura bajada; en un breve espacio de tiempo, mis fotorreceptores nocturnos alumbraron el volumen sin forma.
El arduo entrenamiento de running, complementado con ejercicios de respiración tipo yoga, me había enseñado a convertir el miedo en un aliado en cada movimiento. Sentía la agitación en mi respiración y los latidos de mi corazón resonando como tambores de guerra. Advertí la presencia de asistentes y curiosos a quienes la sola sensación de acercarse a la boca de la caverna les provocaba vértigo y mareos intensos.
Siguiendo la capacitación al pie de la letra, me dispuse a iniciar uno de los senderos más extraordinarios que jamás había realizado. Desde la superficie y abajo con Marco, se controlaba el descenso del grupo por radio.
Para aquellos que sientan vértigo, náusea y mareo, les puede servir saber que la mente activa el miedo, la ansiedad, el terror y la claustrofobia a una velocidad tal que solo es aplacada por el brusco primer impacto visual de la bóveda que evoca a cualquier narración del cine o literatura fantástica. A pocos metros, la luz cambia de tonalidades destacando verdes, azules y púrpuras que rebotan en los matices de los minerales. La bajada es bastante cómoda, y el movimiento de las piernas junto con el equipo facilitan el esfuerzo físico, lo que permite disfrutar en distintas dimensiones: desde la mente asombrada con el escenario, hasta la percepción interior del cuerpo, interactuando y adaptándose a la geología. Nuevos sentidos se van recalibrando hasta llegar al primer piso de las cuatro galerías restantes. Marco felicita mi timing y desempeño.

Su pareja Evelyn me señala que me acerque a un reducido espacio donde la luz proyecta una claridad tenue: un extraño hongo de colores y formas místicas sobrevive en ese submundo al borde del precipicio donde las sombrías cavernas se encuentran en todas las direcciones. Hay un pequeño charco de agua sucia, intuyo, que debe albergar pequeños microorganismos que sobreviven en ese hábitat; el cambio evidente de la luz abajo en las sombras tiene una apariencia intrigante.
Explorando en 360° el arco visual, hacia la superficie se revelan grietas y galerías de medidas inconmensurables. Hacia cualquier lugar, o es muy lejos o muy abajo y profundo. Incluso las concavidades y huecos negros también se reparten hacia los lados. Justo ahí, al borde del precipicio, Evelyn prepara su equipo para descender. A su debido tiempo, es recibida por su pareja Marco y este comunica a “Pato Lucas” en la superficie que ha llegado a la sima con éxito.
Edson llega a mitad del camino, y es mi turno para seguir descendiendo, donde la luz es mínima y nula. Con la seguridad del equipo y la confianza en el estado de avance, lo que viene, aun siendo más sombrío y exigente, se hace más placentero. La sensación del silencio absoluto y la magnificencia recuerdan inevitablemente al relato del joven Bruce Wayne descubriendo por primera vez lo que será su lugar secreto. Durante el descenso, los recuerdos de viejas lecturas emergen automáticamente como en «En las montañas de la locura» de H.P. Lovecraft, narración de una expedición a la Antártida que revela ruinas antiguas y seres desconcertantes que desafían las nociones convencionales de la evolución, o «El abismo» de William Hope Hodgson, cuyo solo título eriza los nervios. Mientras la mente divaga, llego temblando al fondo negro. Al observar hacia la superficie, pequeños haces de luz esconden el sendero de bajada, haciéndome tomar conciencia de la profundidad en la que está mi existencia.
Contrariando mis creencias, la temperatura es bastante agradable, considerando que visto polera y pantalones cortos; en el silencio de la caverna, la mente se toma unos minutos para disfrutar de un platónico momento reflexivo. Edson indica que debemos salir de la última galería, y las luces de las linternas en los cascos de seguridad sirven no solo para iluminar la extraña geología, sino también para evitar caer en las innumerables cuevas y grietas cuyas profundidades incognoscibles acompañan la ruta de salida. Caminando, imaginas el duro trabajo de los antiguos mineros que moraron por la historia en ese hormiguero de extrañas arquitecturas. Al ritmo del paso, avanzamos comprendiendo que el sendero es un filo geológico, una enorme grieta donde parecemos insectos.

Varios metros más adelante, la luz del día anuncia el final de la travesía emplazada a través de una mezquina y pequeña abertura. El camino comienza a estrecharse para dar paso a unos claustrofóbicos metros de contorsiones. Para salir, hay que sacarse el equipaje de la espalda y adaptarse a la restringida fisura que obliga a arquear la espalda y desplazarse, probando varias posturas para lograr respirar y evitar ser preso de la ansiedad. La estrecha abertura que nos esperaba parecía un portal a otro mundo, porque al momento de salir, la fresca brisa de la montaña nos recibió. Luego nos quitamos el equipo y emergimos con una sensación de logro y autoconocimiento introspectivo. Evelyn, demostrando su valor como deportista de experiencias extremas, comunica al veterano “Pato Lucas” que la hazaña ha tenido un éxito notable al ser limpia y perfecta. Marco y Edson por su parte, añaden nuevas marcas como guías de espeleología.
2 comentarios en “Al borde del abismo: viaje de la oscuridad a la plenitud”
Imagino que es una experiencia única!!…gracias por habernos hecho sentir parte de ese descenso
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