Por A.C. Mercado-Harvey
Este domingo tendrán lugar las elecciones presidenciales en nuestro vecino, Argentina. Son las elecciones más inciertas que ha tenido ese país hace mucho tiempo y lo peor de todo es que, gane quien gane, el horizonte es negro. Argentina a nivel económico está al borde del abismo, y las alternativas son todas malas.
Pero, ¿cómo llegó en cien años uno de los cinco países más ricos del mundo a ser uno de los más pobres de América Latina? Historiadores serán los encargados de hacer esa evaluación en profundidad, pero el análisis posible en un concepto se reduce a una palabra: corrupción. Hace 100 años Argentina era un país con una capital que aspiraba a igualar a París, con avances tecnológicos de primer mundo, como la creación de la primera película animada en 1917, El Apóstol de Quirino Cristiani, veinte años antes de que Walt Disney hiciera Blanca Nieves. Por esos años Argentina era un país rico que rozaba el desarrollo y que era la cuna del baile de moda alrededor del mundo: el tango. También fue la época en que comenzó a escribir el escritor más influyente en la literatura mundial del siglo XX: Jorge Luis Borges. Argentina tenía lo necesario para ser un país del primer mundo, pero todo se derrumbó en los años 40 con la llegada de Juan Domingo Perón a la presidencia.
Decir que todos los problemas de Argentina están ligados al peronismo sería una exageración de marca mayor, pero negar que es una buena parte del problema es desconocer la realidad. Nadie duda que ese país inmensamente rico tenía una brutal desigualdad y eso fue lo que alimentó al peronismo y a los descamisados de Evita, una heroína del pueblo que se convirtió en una santa. En un artículo anterior señalé la extraordinaria capacidad de los argentinos en la creación y devoción a sus mitos nacionales. Evita es uno de esos dioses con pies de barro que ayudaron en la propagación del mito del peronismo, que hoy parece desintegrarse entre la generación más joven que, cansada de más de lo mismo, se han convertido en un bloque de votantes por Milei.
La permanencia del peronismo en el poder por gran parte del siglo XX alimentó dos cosas: el asistencialismo a niveles absurdos por parte del Estado y una corrupción a nivel extremo, solo comparable a la de su vecino Brasil. Aunque, como conocedora de la historia y la política brasileña, me atrevería decir que es menor solo por el hecho de que los poderes del estado en Brasil funcionan de modo separado y también sus instituciones, mientras que en Argentina no.
En los últimos 23 años ha habido crisis horrorosas que también ayudan a explicar la situación: el corralito del 2001 y la abrupta salida de Fernando de la Rúa, un presidente de una coalición desaparecida debido a la crisis. Hay que recordar que lo que llevó al desastre entonces fue un intento de hacer lo obvio: reducir el gasto fiscal. Está claro que el modo fue el problema, pero el problema de fondo es lo que atormenta hasta hoy a Argentina y la tiene en un callejón sin salida.
El mayor triunfo del peronismo fue la alianza con los sindicatos, que renunciaron a su independencia por la alianza con Perón. Eso, a su vez, significó que el Estado pasó a tener un papel de sostenedor de la clase trabajadora, a través de servicios gratuitos. El gran problema es que ese aparato es insostenible sin el aumento de impuestos y una administración transparente, como ocurre en los países escandinavos. Argentina no tiene ni lo uno ni lo otro, sino una deuda fiscal que, en visión cortoplacista, significó la pérdida de independencia del Banco Central y la impresión de billetes. Esto alimentó la hiperinflación que es el mayor, aunque no el único, gran problema que tiene la economía argentina.
Este caótico escenario económico es lo que explica la situación actual con tres candidatos que prometen soluciones que no llevarían a resolver el problema. En el escenario de un triunfo de Milei, sabemos que sus recetas serían el empujón al abismo (dolarización y abolición del Banco Central), pero también sabemos que un triunfo de Massa sería continuar con políticas económicas que han llevado al país a una inflación interanual de más del 100%. Como comenté en una columna anterior, el peronismo cometió la verdadera estupidez de nominar al actual ministro de Economía. O sea, esto es como poner a pilotear el avión tomado por terroristas al jefe de esa ocupación que indudablemente estrellará el avión. Además, para agregarle leña a ese fuego, el kirschnerismo tuvo un nuevo escándalo de corrupción, protagonizado por el exjefe de gabinete del gobierno de la provincia de Buenos Aires, Martín Insaurralde, quien por ello tuvo que bajar su candidatura a concejal por el municipio de Lomas de Zamora. La tercera opción es Patricia Bullrich, de la coalición que llevó al poder a Mauricio Macri, quien tampoco pudo cumplir promesas electorales y que tiene una notable falta de carisma. Así todo, Bullrich parece la opción menos mala, porque sus propuestas al menos van en la línea de una económica neoliberal moderada. En su plan económico tiene una estrategia para salir del cepo (estrategia gubernamental para limitar acceso a divisas extranjeras); la reducción del déficit fiscal, especialmente a través de un recorte del gasto público, que se duplicó en términos del PBI durante los 20 años del kirchnerismo y el reajuste de los precios relativos.
Por su parte, Milei tiene políticas extremas y populistas como la dolarización, la eliminación del Banco Central, la reducción de los impuestos en un 90%, la reducción del gasto público por el 15% del PIB, entre otras medidas que harían colapsar a la economía argentina. Un punto interesante es que Milei habla sin empacho de reformas a la chilena. El problema es que las políticas neoliberales a las que se refiere son impracticables en una economía tan subsidiada como la Argentina. De hecho, el gobierno ha recurrido a poner en trenes de Buenos Aires cuánto costarían los billetes sin los subsidios, en una táctica de infligir miedo. Lo cierto, es que si Milei aplicara sus políticas como las anuncia sería un reino del terror que llevaría a un empobrecimiento aún mayor que el actual que alcanza a cerca del 50% de la población.
Massa propone cuatro pilares en su plan económico: orden fiscal, superávit comercial, competitividad cambiaria y desarrollo con inclusión, todos objetivos que quedan más en el debe que en el haber del actual gobierno. Suena muy bien, pero es demencial creer que el mismo gobierno que tiene a la economía argentina en las cuerdas sea la solución y menos cuando es heredero del estado asistencialista peronista.
Aunque el peronismo (a pesar de lo que dice Milei) está bien lejos del marxismo, el pronóstico argentino tiene ciertos paralelos con la experiencia de Europa Oriental tras la caída del muro de Berlín: de la noche a la mañana desaparecieron los controles estatales sobre la economía, dado que la receta del FMI de aquellos años fue la “terapia del shock”, igual que con la Argentina actual. Es decir, hay que sacar el parche de una vez y dejar que las fuerzas del mercado estabilicen los precios y los sueldos a su nivel natural. Pero hay un gran problema con esta medida: aunque funcione a plazo largo, en el plazo corto, trae consigo mucho sufrimiento y un aumento brutal de la desigualdad: dos factores que pueden ser mortales para el sistema democrático. De hecho, aunque hay ejemplos de una transición exitosa, tal como la República Checa (y, sobre todo, Alemania Oriental, que pudo correr hacia los brazos de su hermano rico), la mayoría de la región ha caído en regímenes populistas o autoritarios, como la Hungría de Viktor Orban o la Rusia de Vladimir Putin, ambos resultados sociopolíticos de la “terapia de shock”. Como Argentina ya enfrenta populismos de derecha y de izquierda, el panorama se ve bien negro.
Yo he sido toda mi vida una persona de izquierda moderada y no soy precisamente apologista del neoliberalismo, pero me parece que ya no se le puede seguir dando cuerda a un sector político que ha tenido los resultados más desastrosos para la economía argentina. Por otro lado, tampoco creo que un tipo mesiánico con las patillas de San Martín, francamente loco (como es el título de su biografía no autorizada) sea capaz de dar solución a un problema que tomará varias décadas en ser resuelto. Por eso, afirmo que Argentina, tristemente, es un país sin salida. Tal vez, Bullrich sea la opción menos mala, pero tampoco la califico como buena, porque aplicaría políticas que igualmente empobrecerían a la población como ocurrió en los países del bloque oriental europeo tras la caída del muro de Berlín. Por tanto, les deseo buena suerte a mis amigos argentinos y entendería perfectamente si dan el salto al vacío que propone Milei, porque votar con el estómago vacío y con rabia siempre es la peor receta y es la realidad actual del pueblo argentino.
3 comentarios en “Argentina: un país sin salida”
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