¿Deben pagar un royalty las grandes empresas forestales?

La intención del ministro de Agricultura, Esteban Valenzuela, de impulsar una mesa de conversación con la patronal maderera, la CORMA, con el fin principal de coordinar el aporte de las empresas a la prevención de incendios forestales, por ejemplo con recursos de un royalty, enfrentó la negativa de la ministra del Interior. La argumentación para frenar el royalty, sin embargo, admite mucho espacio a la discusión.

Equipo El Regionalista

La industria forestal, próspera a lomos de miles de hectáreas de pino radiata y de eucaliptus globulus, quedó en la mira luego que la joven alcaldesa de Santa Juana, Ana Albornoz, pidiera la semana pasada un impuesto especial -un royalty– a los grandes imperios madereros del país.

Ana Albornoz, Alcaldesa de Santa Juana

Una petición nada exagerada, puesto que fue lanzada por la lideresa de una de las comunas más afectadas por el desastre ocasionado por los incendios: ardió casi el 70 por ciento de las 71 mil hectáreas de la comuna, 30 mil de las cuales están ocupadas por plantaciones forestales.

Poco antes, el ministro de Agricultura, Esteban Valenzuela, había anunciado la constitución de una mesa conjunta con el mundo privado, en la que se evaluarían medidas permanentes para prevenir incendios forestales y contribuciones concretas de las madereras con ese fin, por ejemplo, a través de un royalty.

La jefa de gabinete, secundada por Hacienda, dio un portazo a la propuesta sobre la base, según Carolina Tohá, de que la industria forestal “no es un recurso no renovable propiedad del Estado”. Afirmación consistente, si se piensa en el royalty a la minería, que grava la producción de minerales como el cobre, que ciertamente, no es renovable.

Pero tratándose de la explotación forestal para fines industriales, la afirmación es plenamente discutible.

Primero, veamos las dimensiones de la industria forestal en Chile.

Los dos imperios

Como referencia, sabemos que los cultivos anuales -que en parte nos dan de comer día a día- ocupan menos de 600 mil hectáreas y los frutales de exportación, un rubro muy importante para la generación de divisas, se desarrolla en menos de 400 mil hectáreas. La industria forestal, desplegada principalmente entre el Maule y Los Ríos, demanda sobre 2,3 millones de hectáreas, es decir entre 4 y 6 veces más que cultivos anuales y frutales.

El negocio de la producción forestal comercial tiene al pino como su actor principal, cubriendo el 55% de la superficie de plantaciones, en tanto que el eucaliptus utiliza el 38% del total.

El grueso de la superficie se la disputan el grupo Matte (con Mininco y la histórica CMPC, Compañía Manufacturera de Papeles y Cartones) y el grupo Angelini (empresas Arauco). De acuerdo a sus reportes de sostenibilidad más recientes, mientras en Chile, Mininco totaliza cerca de 500 mil hectáreas plantadas, Arauco reconocía la propiedad de más de 700 mil hectáreas, es decir, en conjunto representan casi un 60% del total del área dedicada a plantaciones comerciales. Sumadas sus operaciones en diversos países de América, Europa e incluso Asia, la totalidad de los negocios de ambas empresas superaba los 10 mil millones de dólares de facturación.

El impacto de las plantaciones comerciales

Si los especialistas saben que el bosque es una cubierta benéfica para los ecosistemas, en el caso de las especies comerciales, el axioma no se cumple, sobre todo si se compara con los beneficios del bosque nativo, que previamente fue talado para poner en su lugar pino y eucaliptus. Por ejemplo, los bosques de eucaliptus, plantados con bastante más densidad, acumulan más material estéril (grava y arena) y menos material orgánico y hojarasca. Ello se traduce en que, en promedio, estas plantaciones impactan en una pérdida de suelo de entre 5 y 6 centímetros. Así lo afirmó hace algún tiempo ante la Comisión de Agricultura del Senado el doctor Cristian Fene del Instituto de Ecología y Diversidad.

Esa misma especie comercial, el eucaliptus, demanda significativamente más agua que las especies nativas, lo que inevitablemente conduce al desbalance hídrico de las cuencas donde es cultivada. Porque si a los tres años cada eucalipto consume 20 litros de agua, a los 20 requiere 200. El estrés hídrico se dispara, si se considera la densidad con que se planta: entre 1.500 y 2 mil árboles por hectárea.

La práctica de la tala rasa, además, ocasiona que las lluvias generen crecidas abruptas de esteros y ríos, puesto que los caudales escurren por el terreno desprovisto de capa vegetal, sin que pueda aprovechar el agua.

Por último, las plantaciones comerciales favorecen la invasión de plantas que perjudican la supervivencia de la flora endémica con el impacto que esto implica para la biodiversidad nativa.

En definitiva, los cortos ciclos de cosecha y la tala rasa impactan severamente en el suelo, deteriorándolo significativamente. Todo ello, puede retardar años su recuperación después de las cosechas de pinos y eucaliptus.

Toda producción, y más la que usa o extrae recursos directamente desde la naturaleza, tiene un impacto enorme en ella. Y es cierto que producir comercialmente árboles no implica sacarlos directamente del medio ambiente, sino que la acción humana debe realizar todo un ciclo de cultivo y procesamiento que se puede repetir todas las veces que los recursos naturales involucrados lo permitan.

De esto, sabemos de sobra en el Secano del centro de Chile. Cuando los grandes latifundios de mediados del siglo XIX vieron la oportunidad que representó la demanda de grano procedente de California y de Australia, en ambos casos por sus respectivas “fiebres del oro”, grandes extensiones de bosque nativo del Secano fueron talados para sembrar en su lugar legumbres y cereales. El resultado económico fue bueno, porque prosperó el comercio agrícola internacional y los latifundios crecieron a destajo, pero la huella quedó en el suelo. Junto con el grano, en la práctica se exportó también la primera capa fértil del suelo con lo que la mayor parte del territorio del Secano se degradó a niveles tan severos que hasta hoy se sufren sus consecuencias. De hecho, luego del auge de mediados del siglo XIX, el campo en torno a la cordillera de la Costa entre O’Higgins y La Araucanía estuvo prácticamente abandonado hasta que en las primeras décadas del siglo XX se retomaron los esfuerzos por hacerlo productivo.

¿Es renovable el suelo?

Dicho así, es posible estar de acuerdo con que el bosque no es un “recurso no renovable”. Pero el suelo y el agua, impactados directamente por estas plantaciones, padecen un deterioro que, a juzgar por estudios realizados y lo que se observa directamente en comunidades aledañas, no es de fácil recuperación. Una producción forestal a escala sin acciones de recuperación suficientes, como está sucediendo en distintos puntos del centro sur de Chile, sí puede estar condenando al suelo y al agua a la categoría de “no renovable”.

Por eso, ni es automáticamente renovable el suelo ni el agua utilizados por las forestales, ni ellas están tan lejos de cumplir con la máxima que las clasifica dentro de las industrias que deben pagar un royalty por el impacto de su paso por la naturaleza.

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27 comentarios en “¿Deben pagar un royalty las grandes empresas forestales?”

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