Después de la pandemia: el primer año del resto de nuestras vidas

Tanto ayer como hoy, viejas y nuevas pestes vuelven a cambiar la faz del planeta y marcan el punto de inflexión sobre los hitos más significativos de nuestra historia.

Por Edison Ortiz

Alguna vez escribí en un medio digital de alcance nacional cómo las pestes han transformado la humanidad. El ejemplo clásico fue la peste bubónica que no solo diezmó a la población europea, sino que mató la Edad Media y adelantó la era del capitalismo.

Las pestes generan siempre espacios de exclusión y confinamiento que, desde esa época hasta ahora con la aparición del COVID-19, se renuevan permanentemente “por medio de extraños encantamientos, una nueva encarnación del mal, una mueca distinta del miedo, una magia renovada de purificación y exclusión” (Michel Foucault). Su impacto es evidente: tienen a la población mundial y local en estado de histeria colectiva –si no me cree, observe cómo la gente hoy día no quiere toparse ni tocarse– y acechan periódicamente a la especie humana, trasformando en una pesadilla real el famoso cuadro El jardín de las delicias de El Bosco o La nave de los necios de Sebastian Brant, con todos sus miedos, pesadillas e infiernos como ha sido, ahora, la aparición de la variante Omicron.

Es por esta razón que desde la Antigüedad se repiten las enfermedades y las pestes sin nunca acabar. La humanidad las demanda, requiere de estos espacios que producen desastres, generan vacíos y hacen girar en 180° las creencias, las formas de pensar y concluyen siempre transformando épocas.

Se sabe que, en general, se producen por el inagotable esfuerzo humano por ocupar espacios y ecosistemas donde antes no se había llegado. Así ocurrió con la peste negra (la expansión comercial a Asia y las Cruzadas), la fiebre amarilla, el sida (monos de África), el ébola, el ántrax, la fiebre porcina y, ahora, el coronavirus y todas sus variantes. La peste no solo está de vuelta entre nosotros (quedándose por largo tiempo): nos recuerda lo febles que somos y los límites de nuestro saber.

Seguramente, como resultado de esta pandemia, morirá en el mundo gente que en cifras se verá muy alta, pero que en comparación al total de la humanidad no será un número considerable.

Occidente: de peste en peste

Pero no todo es malo. La lepra supuso el fin de la Edad Media, de los señores feudales, el peso desmedido de la Iglesia en la vida mundana y, por otro lado, el ascenso de la burguesía, el resurgimiento de las ciudades, el desarrollo de las ciencias y de la técnica, el impulso del pensamiento racional, los descubrimientos geográficos y el surgimiento de la conciencia del yo. Todos, caminos que nos han conducido hasta donde hemos llegado hoy, entre otros aspectos.

La lepra puso fin al mundo feudal e hizo que la humanidad, europea particularmente, ingresara en un estadio superior de desarrollo: el del predominio de la burguesía, el Estado nación, la democracia, el capitalismo en sus diversas versiones. Un modelo basado en el capital que, tal vez, con la irrupción del coronavirus se esté comenzando a cerrar recién como ciclo en todas sus expresiones: el mundo de la presencialidad física y el capitalismo tradicional, de la conquista del planeta y explotación irracional de los recursos naturales.

El coronavirus ya es el preludio del fin del planeta en que crecimos, vivimos y moriremos: el de un mundo desregulado, de la crisis medioambiental y el del cambio climático, el de las ciudades basura, de la amenaza permanente del colapso total, de la importancia desmedida del peso del dinero, incluso de la globalización presencial y, por cierto, el fin del neoliberalismo y del capitalismo salvaje, tal cual como lo sufrimos y padecemos ya por décadas en Chile.

Tanto ayer como hoy, viejas y nuevas pestes vuelven a cambiar la faz del planeta y marcan el punto de inflexión sobre los hitos más significativos de nuestra historia. En nuestra cultura milenarista que le da un énfasis especial a las fechas que marcan los grandes cambios de ciclos, las pestes son en verdad las que han provocado los grandes cambios epocales y los fines de mundo. Ayer la peste bubónica y, hoy, el coronavirus y sus variantes dan vuelta la página de la presencialidad física. El mundo inmaterial llegó para quedarse.

Después de esta peste, el mundo, en especial el occidental, no será nunca más el mismo. Las protestas en Chile dieron paso a una incipiente economía de autogestión que se desarrolló en torno al GAM (Centro Gabriela Mistral) y la zona cero, que impulsaron el movimiento por una nueva constitución y que instalaron en la sociedad chilena el clivaje lo nuevo versus lo viejo que concluyó instalando al presidente más joven de la historia de Chile. El COVID-19, en tanto, está matando la globalización tal cual la conocimos hasta ahora, el transporte tradicional, las industrias trasnacionales que operan con esa lógica y hasta nuestro modelo económico extremo, como lo ha sido el neoliberalismo.

El mundo está cambiando (y cambiará más): de la presencialidad al metaverso

Acabamos de tener un giro sideral, desde el apruebo-rechazo, a las campañas políticas tal cual las conocimos de mucha presencialidad física, de mucho terreno, y de gasto en papelería, palomas, anuncios radiales, mucha publicidad y tv, al predominio de las campañas en redes sociales y el empleo de las fake news, tal cual lo pudimos observar en la reciente segunda vuelta. Las campañas políticas, como casi todas las cosas, serán ahora en formato digital y de mucho ruido en las redes.

El 5G comienza a funcionar y tanto Movistar como Entel ya lo promocionan. El mundo cuyo parto adelantó la peste, es sobre todo tecnológico: la telemedicina ya está funcionando y existen ya robots que hacen operaciones desde cualquier parte del planeta; cada vez más las reuniones son de carácter virtual y la presencialidad se reducirá a lo elemental. A propósito, en muchos trabajos la variable física de los asistentes a una reunión ya se desvaneció y me cuenta un amigo que trabaja en telecomunicaciones que ya no labora desde su casa, sino desde su departamento en Villarrica y mientras converso con él, está en una reunión con un colega conectado desde Buenos Aires. 

Elon Musk ya no solo ofrece los vuelos más baratos al espacio, sino que en Chile tiene las licencias operando y con sus satélites trabajando debido a que vendió 1500 servicios y aunque con algunos problemas debido a la crisis de suministros estará en 2023 operando a tope y cumpliendo con su promesa de “iluminar todo Chile”. One Web, a diferencia de Musk, tiene como clientes prioritarios a las empresas y se especializa en ese rubo creciendo a pasos gigantescos.

Se abre un mundo de oportunidades para trabajar en (y desde) cualquier parte del planeta.

Habrá una alta demanda por buena red de internet y ya se priorizan focos: en el mundo agrícola se quiere medir todo y ya supimos del proyecto del Cheúrfe robot que promueve la docente Natalia Navarro y su equipo de estudiantes del liceo Fermín del Real de Chépica.

Se empiezan a conocer nuevos vocabularios como el metaverso, un entorno donde los humanos interactúan social y económicamente como avatares en un ciberespacio, que actúa como una metáfora del mundo real, pero sin sus limitaciones físicas o económicas.

El mundo que llegó es digital y multidimensional. Matrix y Avatar ya están aquí. No eran una ficción.

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18 comentarios en “Después de la pandemia: el primer año del resto de nuestras vidas”

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    өрмелеп шығып күн болам
    деген өлең жолдарын бақыт тақпақ, бақыт бес жолды өлең

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