Editorial

Primer deber de un mandatario: cuidar la dignidad del cargo

Uno de los elementos que permiten apreciar la madurez de una democracia es la transparencia, particularmente la que se relaciona con dos aspectos hoy considerados relevantes respecto de la tarea política: la coherencia personal (lo que se dice es lo que se hace) y el manejo de los recursos fiscales, sobre todo por parte de l@s mandatari@s electos en los distintos estamentos del estado. Si este principio de transparencia debe ser resguardado en todo momento, en el contexto actual quienes detentan liderazgos deben ser especialmente celosos de su cumplimiento. Esto, porque la función pública vive un deterioro mayúsculo que es sustento y resultado del prejuicio ya arraigado que repica en las bocas de medio mundo: “tod@s l@s polític@s son ladron@s”. Y todos sabemos que ese calificativo, que tiene mucho de arbitrario, es el primero de una retahíla de epítetos.

La necesidad de transparencia surge también de la exposición, voluntaria o involuntaria, de azares y avatares mínimos y relevantes, de la vida privada o pública de las personas en esa “casa de vidrio” que son las redes sociales.  En tiempos de hiper exposición, de confusión entre la forma y el fondo, de límites difusos entre la ética y la estética, para un/a mandatari@, la transparencia es una urgencia que, quizás en parte, puede desinflar los centenares de juicios y prejuicios que circulan en 280 caracteres, memes o gráficas altisonantes.

Y esta, que es una exigencia para todos quienes tienen figuración pública, se eleva cuando se trata de exponentes de los partidos o conglomerados políticos que han hecho la transición, es decir, la antigua Concertación o Nueva Mayoría y Chile Vamos. Porque respecto de la gestión política, de los recursos fiscales, de la asignación de cargos, de adjudicaciones de fondos concursables, la imagen pública ve capas de opacidad en ambos colectivos, responsables de la política pública en todo este período.

Precisamente es a un político de la ex Nueva Mayoría, el alcalde de Rancagua, Juan Ramón Godoy, a quien hoy lo acosa el juicio de un sector de la ciudadanía, al que redes sociales y un medio le han dedicado espacio destacado en relación con un episodio de su vida privada. No entraremos en los detalles escabrosos de ese hecho ni menos levantaremos un juicio sobre él. Aunque dicen que una de las reglas despiadadas del poder es que “un personaje público no tiene vida privada”, no corresponde mirar la paja en el ojo ajeno; nadie está libre de situaciones que no quisiera ventilar públicamente.

Tampoco pasaremos por alto que desde estas mismas páginas hemos dado a conocer manejos cuestionables del alcalde Godoy en el área de Educación de la Corporación Municipal de Servicios Públicos, Cormun.

Sin embargo, hay otras reglas que un mandatario como el alcalde de Rancagua debe considerar:

Uno, en los tiempos que corren, el apoyo es efímero: quien hoy te da su mano, en poco tiempo te puede mostrar la espalda. Además, juzgue cada uno si el apoyo obtenido en mayo por el alcalde Juan Ramón Godoy fue tan categórico que le podría licenciar frente a ciertos descuidos o si su arribo al edificio de Plaza Los Héroes obedeció, también, al cansancio ocasionado por los escándalos de la administración saliente. Si el electorado dio su preferencia al nuevo alcalde, pudo ser también porque el predecesor hizo gala de todo lo señalado antes y, además, tuvo episodios turbios de su vida privada, que cansaron e instalaron la necesidad de un cambio de línea política. En ese caso, estamos frente a un apoyo frágil.

Dos, todo cargo mandatado y de representación del estado en alguno de sus niveles tiene, por sí mismo, una dignidad que obliga. Ser alcalde en una comunidad, más si se trata de la ciudad más importante de la región en lo político, va de la mano de unas formalidades y cuidados a los que es necesario atenerse. Está en juego la dignidad de la institución y el respeto debido a quien decidió colocar en el sillón municipal al alcalde. Por supuesto que siempre es de lamentar que haya personas perjudicadas del ámbito familiar en situaciones como las que se han dado a conocer, argumento que estuvo en el alegato del alcalde. Sin embargo, esos perjuicios son facturas que debe pagar quien está en el ojo público; es uno de los coletazos ingratos de la soledad del poder.

Y tres, mientras sea posible, el ejercicio de un cargo también requiere aplicar un principio extremo: no sólo hay que serlo, sino parecerlo. El dicho original, “la mujer del César no solo debe serlo sino también parecerlo”, se le atribuye a Julio César respecto de su mujer, cuando sobre el comportamiento de ella cayó un manto de duda. Traducido al caso que revisamos: una autoridad pública debe manejar sus asuntos personales de forma que no interfieran con su responsabilidad. Un primer esfuerzo en esta línea ha de ser resguardar la dignidad del cargo, evitando que situaciones ajenas a su ejercicio lo empañen.

Detenerse en el cómo el actual alcalde de Rancagua realiza su función es un ejercicio necesario que se corresponde con el encargo que la mayoría de ciudadan@s le hicieron: una gestión transparente, con uso adecuado de recursos públicos y sin que situaciones del ámbito personal nublen su desempeño. Es oportuno hacer esta observación, además, si se considera que transcurridos cuatro meses desde el inicio de la gestión, en la Municipalidad de Rancagua no se observan cambios relevantes que den cuenta de una nueva mano en la institución.

Chile está ad portas de un gobierno histórico: con el presidente más joven en más de dos siglos de vida republicana, por primera vez un gobierno conformado por un conglomerado fuera de quienes nos han gobernado en las últimas tres décadas y una nueva camada de alcaldes, diputados, senadores, etc. La ciudadanía, más que nunca, exige políticos a la altura del cargo. Veamos, por ejemplo, lo que pasó con la postulación de Ramona Reyes en la elección a la presidencia de la Convención Constitucional.

Desde todos los rincones del país, incluyendo nuestra capital regional, es posible aportar al crecimiento de nuestra democracia, debilitada en los últimos años, con transparencia y responsabilidad de l@s líderes polític@s. Al revés, seguir haciendo lo mismo es cruzarse de brazos mientras vamos cuesta abajo en la rodada del desprestigio de las instituciones y de quienes las representan. No atender las señales de alerta, no corregir, nos puede exponer a episodios amargos para nuestra sociedad.

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