Editorial 6 agosto

No somos neutrales: esperamos mucho de la Convención

Hay una parte del conglomerado que nos gobierna que no se ahorra adjetivos para calificar la tarea de la Convención Constitucional. Y en esas expresiones aparecen las descalificaciones con más frecuencia que la esperable.

Hoy, en nuestra publicación, incluimos una columna de Federico Iglesias, quien fuera candidato a convencional por Renovación Nacional en el distrito 15. El título de su columna y buena parte de sus contenidos reflejan lo que decimos en el párrafo anterior.

Publicamos dichas expresiones porque está en nuestros principios tolerar la divergencia y brindarle espacio. Y creemos que nos dan la oportunidad para profundizar en nuestra declaración de principios.

Primero, lo obvio: recordemos que los problemas que enfrentamos como sociedad no son ocasionados por la Convención Constitucional, ni siquiera por cómo ha trabajado en este mes. Al revés. La Convención surge como respuesta a un deterioro del sistema político y representativo del país desde hace ya bastante tiempo. En Chile, los poderes del Estado en mayor o menor grado, y no pocas de sus instituciones, así como también un segmento importante del empresariado e incluso miembros de las iglesias, han faltado tan gravemente a la fe pública, que un porcentaje mayoritario de la población se debate entre no participar en la construcción del país o tomar distancia, con indignación, de todo lo que huela a política.

Es cierto que no es un fenómeno único de Chile.

Pero lo que sí es propio de Chile, como lo señala el analista español Antonio Gutierrez-Rubí, es que este “sistema roto” se quiere resolver aquí con un recambio generacional profundo: el promedio de edad de los constituyentes, por ejemplo, es de 44 años y los dos candidatos ya definidos para la próxima elección presidencial están bajo ese rango.

En la Convención, ese grupo diverso, joven y a ratos desentonado, claramente no representa lo que han sido los liderazgos políticos tradicionales. La mayoría son rostros nuevos, apellidos que no bautizan calles, mujeres que hasta ahora no se habían hecho oír. El mundo indígena derrotado, representado por Elisa Loncón, renace en el nuevo poder constituyente. Es un poder que tampoco quiere replicar los estilos del político portavoz de los empresarios, el de la boleta de honorarios fácil y la pereza para legislar a favor de la mayoría

La coyuntura es grave: en medio de una crisis profunda, Chile definió un espacio para escribir el mapa de la inclusión, un itinerario que quiere reconocer en cada un@ la dignidad que le ha sido mezquinada en una democracia incompleta. El 80% de los electores optó por esa vía para encaminar la resolución de nuestros problemas.

Como medio, no somos neutrales: esperamos mucho de la Convención, y lo hacemos sin la vestimenta de censores sino que con la esperanza transformada en pregunta, en indagación constructiva, en control de la tarea, en participación reflexiva.

Abriremos esta tribuna a quienes discrepen pero aportan. Y a quienes piensan que a un mes de su trabajo, la Convención ya merece descalificativos, les recordamos que no se trata de hacer apuestas por una salida que volverá todo a fojas cero. Se trata de que la mayoría de l@s chilen@s, tenemos la esperanza puesta en el trabajo de l@s 155.

Y con esa misma firmeza manifestamos que hay un sector del actual oficialismo, representado en la constituyente que, avalado por la prensa vinculada al mundo empresarial, quiere amplificar su real peso en la Convención. Ese sector pareciera querer estar trabajando desde el primer día porque ella fracase en su esfuerzo, inédito en nuestra historia institucional, por darnos la primera Carta Magna conversada y dialogada entre los chilenos y chilenas. Primera vez que no sería el resultado, habitual en nuestra historia institucional, de un golpe de estado o de una comisión designada que luego encorseta al cuerpo social hasta que éste reviente con asonadas populares para repetir una y otra vez el ciclo de violencia institucional, como sucedió con las constituciones de 1833, 1925 y ni hablar de la de 1980.

Los chilenos y chilenas, necesitamos heredar a nuestros hijos un orden social armónico distinto que el que nos ha tocado vivir durante 200 años.

Por todo eso, pedimos, exigimos, respeto por el poder constituyente.

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