En esta campaña presidencial, la táctica que ha dado más frutos hasta hoy ha sido la del miedo.
Y si bien son miedos distintos (al migrante, al terrorista de la macrozona, a quien se sale del molde ortodoxo familiar de un papá, una mamá, hijos, a quien reclama reconocimiento de su nacionalidad), en la primera vuelta campeó el gran miedo: al comunismo. Una táctica que no dio resultado en 1988, en el plebiscito que le cerró la puerta a Pinochet.
Aquella vez, cansad@s de más de 16 años de la misma cantinela, l@s chilen@s decidieron que el futuro merecía una oportunidad.
Hoy, desatar los demonios del miedo, ha despertado en los destinatarios de esa táctica otro fantasma que también asusta. Y no es el temor a una dictadura opresora sino a ceder el espacio de La Moneda a alguien que está en las antípodas del “son 30 años”. El candidato de ultraderecha no sólo no cree que los avances hayan sido insuficientes, sino que está en contra de muchos de esos avances. Y sin convicción alguna sobre los nuevos derechos que la sociedad chilena ha obtenido, pareciera recordarnos con cada una de sus expresiones (y de sus adherentes) que nación, familia, y felicidad familiar hay una sola (según un modelo heredado del franquismo que está en su cabeza), que patria es orden, que la naturaleza es sólo para explotarla y que la mujer tiene la casa para realizarse. ¿Podrá adecuar su programa, desplazándolo al centro, cuando con ello deberá aparcar convicciones tan profundas? Ya dio un primer paso, al declarar que no eliminará el Ministerio de la Mujer. ¿Convencerá a alguien con esto?
Hoy, much@s pensamos que todo lo avanzado en libertades y derechos penderá de un hilo: de la sombra de una derecha liberal que, asediando al candidato de extrema derecha, lo obligue a administrar un estado de derechos que está muy lejos de su modelo mental. Sería un retroceso severo, en el que la ciudadanía y derechos de mujeres, pueblos originarios, diversidades, de la naturaleza, volverían a su lucha de hace décadas.
Instalado el gran miedo como táctica, ese otro miedo se desata, esta vez sustentado en la profesión de fe del candidato de extrema derecha.
Pero el miedo atrofia la capacidad de soñar. Y l@s chilen@s tenemos un sueño, el de una casa amplia, abarcadora, más armónica con el entorno, más amigable con l@s vecin@s, más cuidadosa de sus inquilinos. Para eso elegimos una Convención Constitucional. Y aunque sabemos que esa será tarea de décadas, también sabemos que el gobierno que viene no puede estar en la vereda del frente ni montado en los demonios del miedo.
Allí está la tarea, que será larga, dura, con altos y bajos. Ni qué decir hay que el nuevo gobierno tendrá una administración compleja. Pero allí debemos estar, aferrados al sueño y no a los fantasmas. Y para ello, tenemos una primera tarea: zafarnos del miedo para construir esperanza.