Nunca el miedo ha sido un buen consejero. En nada. Menos en la hora de las urnas.
En más de seis décadas, sin embargo, el miedo ha estado presente en la vida de l@s chilen@s en el secreto momento de depositar el voto. La mayor parte de las veces, el “viejo del saco” ha sido el comunismo, representado por gobiernos dictatoriales, soviéticos o del Caribe. En el último lustro, ese temor se asocia a Venezuela.
En otras oportunidades, el temor -trocado a ratos en furor- se obsesiona con la amenaza de la extrema derecha, la misma que dejó un reguero de sangre y postergaciones para la mayoría del país. Tras este temor, eso sí, reposa una verdad incontrarrestable: en nuestra tierra, l@s chilen@s sí tuvimos pruebas durante 17 años de cómo funciona el tándem ultra derecha – poder armado.
Llevamos 60 años viviendo en el miedo: a los obreros, al campesinado, a Allende, a la democracia, a correr el cerco, a ser iguales. El grueso de la derecha y una parte importante del resto del espectro político nos han llevado allí.
El miedo, pulsión que moviliza, lamentablemente está siendo utilizado también en esta campaña presidencial como eje de las distintas estrategias comunicacionales, generando un cuadro de buenos y malos que será una limitante a la hora de construir un país para todas y todos.
Alfredo Joignant sostiene que estamos viviendo el fin del ciclo iniciado el 18-O; hoy se está conformando un nuevo clivaje en la sociedad, orden/inseguridad, en cuya construcción el miedo es un elemento central.
Pero hace 30 años, supimos salir de la espiral del miedo. Otra cosa es el modelo sobre el que se construyó la sociedad chilena en democracia, que en demasiados aspectos no tocó la herencia dictatorial. Y otra cosa, también distinta, ha sido una práctica en la vida pública, marcada por el concubinato de políticos y empresarios, que engendró un tramado de intereses que pospuso las legítimas aspiraciones de las personas.
Esta elección evidenciará si hemos sido capaces de sacudirnos de nuestros miedos, o si seguiremos siendo sus esclavos. La extrema derecha sabe sacar ventaja de ello. En esta elección no es tan importante quien gane. La clave es si somos capaces como sociedad de sacudirnos de una vez de todas esas sombras.
L@s chilen@s tenemos mucho que reparar y construir. Porque en la era de la política desposada con el mercado, es larga la lista de damnificados: el ambiente, derechos de la mujer, pueblos originarios, colectivos de la diversidad, el agua, pequeña agricultura campesina, pequeña empresa.
En la nueva construcción, tenemos que ir juntos. Y el miedo no será el cemento que fragüe la energía común que se desplegará para ir en esa dirección. La emoción constituyente, a pesar del hastío, de la rabia o del susto, a pesar de todos los pesares, tiene que ser la que va de la mano de la construcción de un sueño de país. Un sueño en el que no hay espacio para el retroceso en los derechos, en el que no hay chilen@s de primera y segunda; en el que no caben miradas talibanes para calificar a unas familias como mejores que otras; en el que no hay una autoridad celadora que vigila sino que mandatari@s que se emplean a fondo para que incrementemos los derechos ya conquistados y las responsabilidades que tenemos con los demás.
Por eso, lo principal en el país no son las elecciones presidenciales, ni parlamentarias. Hoy la energía y posibilidades de un mejor futuro se juega en la Convención Constitucional. La expectativa de millones está en que esta instancia pueda jugar un rol principal en la superación de la política dicotómica y promueva un nuevo orden institucional que acoja a todos quienes habitamos nuestro país, en su amplia diversidad. En el sueño de un Chile nuevo, sólo tenemos espacio para creer en nosotros, desterrar el miedo y construir. No tenemos mil oportunidades.