A.C. Mercado-Harvey
Este viernes 15 se estrenó a nivel mundial El Conde de Pablo Larraín. Debo reconocer que cuando supe de la premisa de la película pensé que era arriesgada una propuesta de este tipo, pero confiaba en la maestría de Larraín como director. No puedo negar que he seguido su trayectoria desde Tony Manero y lo considero el mejor cineasta chileno de su generación. Vi la película y debo decir que mi confianza no fue defraudada. Larraín logra una obra que culmina el proyecto comenzado en Tony Manero, continúa en Post Mortem y ahora termina con El Conde. La revisitación del pasado traumático de la dictadura por medio de la parodia es un vehículo muy efectivo y es algo que la literatura chilena ya había comenzado a inicios de los 2000.
En 2006, Álvaro Bisama publicó Caja negra, un texto híbrido y alucinante que parodia la dictadura de Pinochet. El vehículo que utiliza en ese libro es el cine y la televisión. El mecanismo es el humor negro en una serie de relatos con nombres de personajes reales de la dictadura que él transforma en actores, directores, etc. Voy a ilustrar con un par de ejemplos: Miguel Brito, en la obra de Bisama, es un cineasta ficticio que lleva el apellido del real Marcelo Moren Brito (1935-2015), uno de los torturadores más sanguinarios de la dictadura de Pinochet, agente de la DINA y jefe en Villa Grimaldi, centro de tortura. En una reconocible parodia, Bisama sitúa a su Brito ficticio como un cineasta que es además carnicero y cuya obra logró interesar a críticos alemanes. El Brito de Bisama es un alter ego distorsionado del torturador de Villa Grimaldi: el director de cine trabaja mutilando, en medio de la sangre, en este caso de animales. Aparecen también una serie de referencias al discurso oficial de la dictadura, como por ejemplo que había que ensuciarse las manos para restaurar el orden en Chile. En palabras del Brito de Bisama: “Toda la gente come carne, pero nadie se acuerda de los carniceros, de los tipos que hacen el trabajo sucio. Si se piensa bien, son personas que trabajan con sangre todo el día. Habría que respetarlos más”.
En la página siguiente, el mismo Pinochet aparece en una escena del documental ficticio junto a una actriz de teleseries, una clara referencia a la relación del régimen con las figuras televisivas de la época. Este tipo de narraciones con alter egos distorsionados y personajes reales es altamente desestabilizador en la lectura, puesto que crea una realidad que es reconocible solo a medias. Esto, a su vez, crea espacios para que el lector junte las piezas del puzle que arma el escritor. Diecisiete años después, el director Pablo Larraín estrena su última película El Conde en Netflix. Haciéndose de la misma técnica paródica, Larraín nos presenta a un personaje que es y no es Pinochet. Al llevarlo al campo de la ficción, Larraín construye un mundo distorsionado que se parece a la realidad, pero no es. El mismo protagonista, Jaime Vadell, en entrevista en Canal 9 BioBio TV, dice que no intentó imitar a Pinochet, sino que él interpretó al Conde (https://www.youtube.com/watch?v=e9P4ONn9yzc). Allí está la maestría del actor: utiliza gestos, formas de hablar para crear un personaje que es y no es el dictador.
Al igual que Bisama, Larraín deforma la realidad, creando personajes con nombres de los históricos, pero transformándolos en un alter ego paródico. Veamos cómo funciona esto en El Conde. La idea del vampirismo asociado al capitalismo es una vieja idea que viene de panfletos del siglo XIX de corte marxista. Hay que recordar que el personaje Drácula, del escritor irlandés Bram Stoker, era un conde, lo que hace fácil la relación del vampiro capitalista con la burguesía. Aterrizado a nuestra realidad latinoamericana, fue Julio Cortázar quien revivió el vampirismo capitalista en lo que hoy sería considerada una novela gráfica en 1975 con Fantomas contra los vampiros multinacionales. Allí el escritor argentino presenta a las multinacionales que cooperaron en los derrocamientos de gobiernos democráticos en Sudamérica como vampiros. Ahora Larraín retoma la idea, llevándola a la pantalla con la maestría que lo ha caracterizado como director de cine en los últimos 15 años. Hay que reconocer que el director chileno no ha llegado a Hollywood por pitutos, sino por su calidad en la realización de películas. Desde Tony Manero (2008) que Larraín vuelve porfiadamente al pasado de la dictadura chilena con una mirada diferente. Sus filmes se enfocan en el horror de esos años desde otro ángulo, lleno de metáforas y metonimias, como lo hizo en Post mortem (2010).
El Conde es la culminación de ese proceso, ya que vuelve al pasado de la dictadura, pero con una mirada paródica y con una gran cantidad de intertextos cinematográficos. De partida, vuelve a la estética de películas de vampiros en blanco y negro, como Nosferatu (1922). Este es un hecho no menor, ya que van 101 años desde ese filme que sigue aterrorizando a generaciones de cinéfilos. En mi opinión, aquí hay un claro homenaje en el centenario de esta película clásica de vampiros. La iconografía del filme es completamente retro, no sólo por ser en blanco y negro, sino por el diseño de los sets. Es claro que hay trabajo minucioso de reconstitución de una estética de películas de terror de hace 100 años.
El convertir a Pinochet en un vampiro no es una estrategia demasiado original, pero es muy efectiva y además retoma la idea de Cortázar de nuestras dictaduras latinoamericanas ligadas al capitalismo. Advierto que si no ha visto la película, no siga leyendo. Uno de los grandes aciertos fue poner a Margaret Thatcher como la narradora de los eventos, quien aparece al final (para los que no captaron con la voz) y se revela como la madre del vampiro Pinochet. Esta revelación termina de cerrar el círculo entre el capitalismo y la dictadura chilena que impuso un modelo que aún persiste en las AFP, en el sistema de salud, etc. La figura de Thatcher es central aquí, además, porque la llamada “Dama de Hierro” no solo fue una férrea defensora de Pinochet cuando estuvo detenido en Londres a fines de los 90, sino por la cooperación que le prestó la inteligencia militar chilena en medio de la guerra con Argentina por las Malvinas en los 80. También, hay que recordar que el legado de Thatcher es privatización, desregulación y el crecimiento de la desigualdad en Gran Bretaña. Por tanto, convertirla en vampiro y en la madre del vampiro Pinochet funcionan como claros símbolos de dos caras de una misma moneda.
Tampoco es casual que el vampiro Pinochet aparezca como soldado del ejército de Luis XVI justo antes de la Revolución Francesa. Hay que recordar que este es un dramático momento en la historia de la humanidad que culminó en el descabezamiento literal de la aristocracia y burguesía, precisamente por los abusos de poder de esa clase sobre la mayoría de personas que vivían no en la pobreza, sino en la miseria. De hecho, la leyenda del vampirismo asociado a la aristocracia no es una coincidencia, sino que viene de leyendas del siglo XVIII en Europa. Uno de los países donde esto ocurrió fue Francia, donde hubo un caso policial ocasionado por la desaparición inexplicable de hijos de gente pobre. La leyenda que circuló por ese entonces es que había un aristócrata francés que mandó secuestrar a esos niños en búsqueda de su sangre, ya que ella lo haría rejuvenecer. Larraín claramente hace alusión a esto en varias partes de su película, cuando el vampiro Pinochet rejuvenece tomando sangre de jóvenes.
La carnicería de la dictadura está claramente señalada en la figura de Fyodor Krasnoff, una parodia de Miguel Krasnoff, un vampiro servil del conde interpretado por el gran Alfredo Castro. Este sirviente no solo es la mano derecha del conde vampiro, sino que además tiene una relación con Lucía, la esposa del vampiro Pinochet. Acá tampoco es casual el nombre de Fyodor (como Dostoievski), un escritor que también exploró en su literatura decimonónica la pobreza y los privilegios de la aristocracia rusa. El Krasnoff ficticio ayuda al vampiro a guardar corazones de víctimas muertas, las cuales se mezclan en jugueras para luego beber la sangre. El tema de los corazones también nos remonta a antiguas prácticas indígenas, particularmente en la península de Yucatán por parte de mayas y aztecas. Lo interesante de esta referencia es que también eran castas superiores que realizaban sacrificios de personas que estaban por debajo en el escalafón social prehispánico. Es decir, que se refiere a una explotación de las clases bajas de cientos de años en nuestro continente.
Por último, quiero destacar los diálogos, los que fueron galardonados este año en el Festival de Venecia por el mejor guion. La acidez del humor negro es verdaderamente genial. Particularmente, los diálogos entre la monja Carmencita (nótese el nombre de la virgen patrona de Chile) con los hijos del conde. Allí se citan los crímenes financieros reales de la familia Pinochet, pero en clave paródica. El mejor de esos diálogos es con Augusto hijo, por el caso de los “Pinocheques”. En él se hace alusión a lo brillante del esquema criminal y se trae de vuelta la venia de la DC en pleno para lograr la negociación que impidió un nuevo golpe de estado.
La parodia no solo desnuda las ramificaciones actuales de la historia de la dictadura, sino que cuestiona a los ejes de poder y las instituciones en general. En este sentido, es notable el diálogo de las monjas cuando mandan a Carmencita a eliminar al vampiro y le dicen que si encuentra documentos de valor, cheques no endosados se los lleve y se los entregue. El hecho de que la monja termina siendo seducida por el vampiro no solo nos lleva al viejo tema de la mujer inocente que es vampirizada por el sexo, sino que parodia la seducción del poder del dictador sobre otras instituciones, como fue con parte de la Iglesia católica (no nos olvidemos del cura Hasbún y del canal católico). En resumidas cuentas, mi recomendación es que vea esta película que, de modo no original pero sí brillante, desnuda nuestra historia reciente con un impecable humor negro como un modo de trabajar nuestro gran trauma histórico.
12 comentarios en “El Conde o la parodia como procesamiento del trauma”
Muy interesante comentario
Vi la película y comparto sus reflexiones
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