El golpe militar visto por la intelectualidad española

Eduardo Haro Tecglen, amargo y triste, deslizó una sutil crítica a Salvador Allende, aduciendo que su error había sido el mantener contra toda razón un inexplicable apego a la legalidad burguesa.

Por Joan del Alcazar, L’Almardà de Sagunt, Valencia, España

Quien firma estas líneas alcanzó la mayoría de edad política poco antes del golpe militar chileno, y ello de forma clandestina en una España que purgaba una odiosa y cruel dictadura desde hacía décadas.

Hacia el término de los largos años sesenta, Chile se había constituido en una realidad emergente dentro del ámbito internacional. Su irrupción en el panorama mundial, notable a partir de las elecciones presidenciales de septiembre de 1970, causó un apreciable impacto tanto en la izquierda europea como en la España tardofranquista, aquí muy especialmente en aquellos sectores de la sociedad que poseían una sensibilidad mayor para con América Latina y se identificaban con las fuerzas políticas de izquierda que luchaban contra el régimen del general Franco.

Si bien para los investigadores peninsulares Chile no era un país de referencia importante, ello no fue obstáculo para que, hacia comienzos de la década del setenta, se pudiera hablar de una pequeña, pero activa nómina de chilenólogos. En especial nos referimos a los trabajos acometidos durante los sesenta por Raúl Morodo, Rafael López Pintor y, en pleno fragor del enfrentamiento político, los que publicaran Joan Garcés y Manuel Castells. No caben dudas, no obstante, respecto a que lo que marcó un punto y aparte en el interés por Chile fue el Golpe de Estado militar de septiembre de 1973. A partir de ese momento Chile se instala como una referencia de naturaleza mundial y de matriz occidental. De pertenecer a un extremo del extremo occidente, lo que más tarde será conocido mundialmente como la experiencia chilena o la vía chilena, pasa a adquirir una centralidad insospechada especialmente relevante para la intelectualidad adscrita al campo de la izquierda política.

En enero de 1970, la prestigiosa revista española Triunfo, de imprescindible lectura para toda la oposición antifranquista, reiteradamente perseguida y castigada por el régimen, publicaba una entrevista con el recién elegido presidente Allende, quien declaraba “tenemos que estar conscientes de que nuestros enemigos van a utilizar todos los resortes y todos los recursos para arrebatar al pueblo su legítimo derecho a ser gobernado”.

Uno de los más importantes y emotivos artículos aparecidos en Triunfo, fue el firmado en marzo de 1973 por el prestigioso académico antifranquista Enrique Tierno Galván, quien años más tarde se convertiría en alcalde de Madrid, y sigue siendo recordado por todos como “el viejo profesor”. Para Tierno Galván, Chile había entrado “en la historia universal como ejemplo primero de una situación hasta ahora inédita […] la posibilidad de una transición política al socialismo”. A ojos de Tierno Galván, el pueblo chileno había puesto en marcha “la revolución más renovadora entre cuantas revoluciones ha habido: la revolución que impone la ley sobre la violencia”.

Pese al optimismo que transpiraba el artículo del futuro alcalde madrileño, otras plumas de la redacción de Triunfo ofrecían una visión más preocupada. Ya en 1972, había aparecido un artículo de Eduardo Haro Tecglen, con un premonitorio anuncio del golpe militar que se produciría el año siguiente.

Pese a todo, y contrariamente a lo que podría pensarse, la Vía chilena al Socialismo ingresa en las páginas de la historia mundial más por su dramático desenlace que por su relativamente breve, pero intenso desarrollo. La violencia de los acontecimientos verificados a partir del 11 de septiembre generarán una inmediata solidaridad internacional donde cohabitan la repulsa por el avance de un militarismo contundentemente reaccionario y una compleja maraña de sentimientos respecto de un nuevo fracaso de la propuesta socialista.

La conclusión de la Europa avanzada es clara: pese a su carácter excepcional, Chile no pudo escapar del  trágico sino autoritario latinoamericano. Mientras la Junta Militar encabezada por Augusto Pinochet  latinoamericaniza a Chile, –como diría Jacobo Timmerman–, haciendo añicos su pax republicana, la muerte de Allende, ascendido a la categoría de líder internacional, representa el fin de una esperanza que al decir de Edward P. Thompson, “lastima nuestros corazones”.

En España el impacto de las noticias de Chile fue tremendo. El número 573 de Triunfo, que salió a la calle el 22 de septiembre, presentaba una estremecedora portada negra con un único título de cinco grandes letras blancas: CHILE. El ejemplar recogía artículos de Haro Tecglen (“Fascismo en Chile”), Jorge Timossi (quien más adelante sería el autor del libro en el que se recogiera la versión cubana de la muerte guerrillera de Allende, bajo el título de “Las últimas horas de La Moneda”), junto a documentos relativos a las vísperas del golpe, intervenciones de Allende en el Congreso, y un repaso a la historia de Chile. En el artículo de Haro Tecglen, amargo y triste, se deslizaba una sutil crítica a Salvador Allende, aduciendo que su error había sido el mantener contra toda razón un inexplicable apego a la legalidad burguesa. Según Haro Tecglen, la legalidad no era sino el conjunto de normas que se daba la clase dominante para impedir los cambios estructurales y perpetuarse en el poder, por lo que cuando se producía un cambio de la clase dominante había de producirse un cambio de la legalidad. Allende habría de haber utilizado, según el periodista, “la legalidad del cambio de legalidad”, sintonizando así con su propio partido y, especialmente, con las tesis de Altamirano. El artículo finalizaba insinuando que, quizá, el fracaso del doctor Allende estaba implícito en su propia doctrina.

Un mes después, en el mismo número en el que se daba cuenta de la muerte de Neruda, y se publicaba el texto que Allende le había dedicado cuando obtuvo el premio Nobel, aparecía un amplio reportaje de Jean Francis Held bajo el título de “Chile, el terror”, en el que se daba cuenta de la sistemática represión que estaban practicando los militares.

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