El peor debate de la historia

Tras el debate de este jueves las cartas parecen bastante favorables para Trump, tal como ocurrió en 2016. El partido demócrata escogió en Hillary Clinton a una candidata que provocaba muchas dudas, que no gustaba del todo y desde un comienzo las encuestas mostraron esa insatisfacción. Algo similar podría ocurrir con Biden y esta vez sí podría ser catastrófico, ya que Trump aprendió lecciones de su primer mandato. No es difícil imaginar una presidencia autoritaria de Trump tipo Putin.

A.C. Mercado-Harvey

Como millones de espectadores el pasado jueves me senté a ver el primer debate presidencial entre el incumbente Joe Biden y el expresidente Donald Trump. Las expectativas, dados los debates del 2020 eran de un Trump mintiendo a cada frase, agresivo y beligerante y un Biden con las metidas de pata habituales y sus dichos coloridos. Lo cierto es que el debate fue una sorpresa, no por su calidad, sino por la horrorosa actuación de Biden. Había una sola misión que debía cumplir el mandatario norteamericano y era disipar las dudas sobre su capacidad de gobernar a su avanzada edad. En encuesta tras encuesta esa es la preocupación (nada infundada) de los votantes estadounidenses. Por otro lado, la mayor preocupación en relación a Trump es su prontuario, los casos judiciales en su contra y su increíble capacidad de mentir sin arrugarse. En ese sentido Trump no decepcionó: mintió a destajo, al punto que era imposible de refutar, puesto que cuando se miente a cada frase, a esa velocidad no se puede chequear y rebatir. Biden no consiguió refutarle ni un quinto de lo que mintió. Tampoco logró capitalizar en los puntos en los cuales está arriba en las encuestas, como es el caso de la legalización del aborto o la protección de la democracia. En cualquier caso, ese fue un problema menor para Biden. Su peor enemigo fue su evidente demencia senil. Hacía tiempo que se rumoreaba que Biden estaba en evidente declive de sus facultades, y no es para menos dados sus 82 años de edad, lo que lo convierte en el presidente más longevo en la historia de los Estados Unidos. Así todo, Biden está en excelentes condiciones si lo comparamos con Ronald Reagan, quien en su segundo periodo estaba absolutamente demente debido a su alzheimer. Hoy sabemos que Nancy Reagan y su psíquico eran los que gobernaban, junto al ejército de asesores republicanos que hicieron de todo para que el público nunca supiera del deteriorado estado mental de su presidente.

La pregunta que se ha repetido una y otra vez tras el debate es ¿se puede cambiar de candidato? La respuesta es sí, debido al cambio que se hizo en los 70 a los reglamentos de la convención del Partido Demócrata. El gran problema es que no hay nadie evidente para tomar el lugar de Biden. Kamala Harris, su vicepresidenta, tiene una evaluación peor que Biden y se mantiene baja en las encuestas. El popular gobernador de California, Gavin Newsom tiene casi tantos esqueletos en el closet como Bill Clinton. Ninguno de los ministros de Biden se ha destacado como para ser candidato. Tal vez, Pete Buttigieg, ministro de Transportes, quien también fue candidato en 2020 y salió tercero. Dado este escenario, es bien complejo pensar en una alternativa viable. En particular, porque ninguna de las figuras que son gobernadores como Newsom, Whitmer (de Michigan) o el senador Warnock (Georgia) se perfilaron, ya que aceptaron no candidatearse contra Biden en una primaria abierta. La razón es bien simple: cada vez que ha habido una primaria abierta con un incumbente demócrata este ha perdido las elecciones generales. El gran problema es que esta vez estamos ante una situación nunca antes vista: un candidato con evidentes signos de demencia senil.

Por el lado de Trump, tampoco es que este haya tenido un excelente debate y se haya comportado como material presidenciable, con porte de estadista. Simplemente fue menos agresivo que en otras ocasiones, pero dijo las habituales burradas que suele decir, incoherencias y falsedades que repite y repite como aseveraciones. El punto es que sus votantes no van a cambiar de opinión. A estas alturas está claro que Trump, tal como él mismo afirmó, podría matar a alguien en plena 5ta Avda. en Nueva York y sus votantes votarían por él sin problemas. Los evangélicos han demostrado ser uno de sus grupos más fieles y más hipócritas, porque no les importa reelegir a un conocido adúltero, divorciado, blasfemo, quien se ha dedicado a vender su propia Biblia con su firma. A la derecha tampoco le importan sus mentiras, siempre y cuando siga los lineamientos del partido y nomine a jueces ultra conservadores a la Corte Suprema. Al votante no partidario, pero voluble, tampoco parece importarle reelegir a un Trump que en medio de la pandemia sugería que la gente ingiriera cloro para protegerse del Covid o que alentó a los golpistas del 6 de enero o que dijo que había gente buena entre neonazis y que Hitler hizo algunas cosas buenas.

El gran problema es que Estados Unidos es un país de centro derecha, por tanto, siempre la balanza está un poco más inclinada hacia la derecha. Por tanto, habitualmente se exige más del candidato demócrata que del republicano. Dado ese historial parece más que evidente que Trump está en una buena posición para ganar las próximas elecciones. Ahora, la pregunta es ¿qué harán los demócratas frente a esta situación? No se han cansado de pregonar que esta elección podría definir si los Estados Unidos continúa siendo una democracia. Esto, de ninguna manera es una exageración. Los republicanos han compilado un documento llamado Proyecto 2025, que expone lo que pretenden hacer para corroer las instituciones estatales al punto de debilitar la democracia. En Estados Unidos no existe una tradición de beligerancia del ejército, así que un golpe como acostumbramos a ver en América Latina no es posible en el país norteamericano. El modo de hacerlo es sacando a los funcionarios de carrera de las instituciones estatales y continuar con la derechización de la Corte Suprema y diferentes cortes alrededor del país. Los republicanos no han sido tímidos en sus pretensiones, las han expuesto a plena luz del día. Hay que recordar que hicieron esto por décadas en relación a sus pretensiones de abolir el aborto legal y eso hicieron a la primera oportunidad que tuvieron. El problema es que el estadounidense común y corriente no está preocupado de un eventual fin de la democracia (como tampoco lo estuvo en relación a la penalización del aborto), porque siempre la ha tenido, sino que se preocupa por lo mismo que el chilen@ típic@: el precio de los bienes de consumo, la bencina, la inflación, el costo de la vida en general. Y al igual que en Chile se deja llevar por la propaganda que le dice que está todo mal, cuando los números dicen otra cosa: en Estados Unidos las cifras de desempleo son mínimas, la bolsa de valores está con números en las nubes, etc. Sin embargo, la gente no siente esta bonanza debido a la aún alta inflación que ha determinado altas tasas a la hora de comprar una vivienda o de pedir un crédito. Con esos números, que le digan que la economía está estupenda parece un verdadero sin sentido. A la gente le vale madre que la macroeconomía vaya regio cuando no le alcanza para llegar a fin de mes. Eso es evidente en Estados Unidos, donde los precios de bienes raíces se han disparado junto al de los alimentos y todo lo demás, debido a la inflación. ¿A qué se debe esa inflación? En gran parte, a lo que ocurrió a nivel global con el Covid, pero como en Chile también por un flujo de dinero que se generó por los cheques que envió la administración de Trump a los ciudadanos (en Chile fueron los retiros).

Veremos qué ocurre en las próximas semanas: o los demócratas subirán el tono de las alarmas para sacar a Biden o estas protestas serán silenciadas. Mucho tendrán que decir las encuestas al respecto. Si Trump sigue subiendo como espuma, no habrá otra que buscar una alternativa a la candidatura de Biden. No hay nadie obvio como señalé. A estas alturas la única figura que puede unir al partido demócrata es Obama y ya sabemos que no puede presentarse por una tercera vez. Solo Michelle, la exprimera dama, podría tener similares resultados y sería una carta casi asegurada contra Trump. El problema es que nadie puede forzar a Biden a bajarse y menos a Michelle a subirse, y ella ha manifestado en todos los tonos que no está interesada en candidatearse.

Las cartas parecen bastante favorables para Trump, tal como ocurrió en 2016. Entonces, el Partido Demócrata escogió a una candidata que provocaba muchas dudas, que no gustaba del todo y desde un comienzo las encuestas mostraron esa insatisfacción. Algo similar podría ocurrir con Biden y esta vez sí podría ser catastrófico, ya que Trump aprendió lecciones de su primer mandato. Hay republicanos que han hecho sonar las alarmas en este sentido. Las posibilidades reales de que Trump se convierta en un mandatario autoritario tipo Orban, Putin u otros no es una cosa de política ficción, sino una realidad muy posible. Por tanto, veremos si los demócratas tienen las agallas para hacer lo que sea para preservar la democracia o se duermen como el camarón y se los lleva la corriente del hastío.

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8 comentarios en “El peor debate de la historia”

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