En el cerro Campanario, nace una escuela de trekking

Por Marcel Albano

El segundo domingo de agosto, tuve el privilegio de formar parte de una emocionante invitación para emprender un viaje de trekking en un exquisito ecosistema, que se reveló como un escenario perfecto, tanto para los iniciados en esta actividad, como para aquellos interesados en el trail running en cerros y montañas.

Enclavado en el cautivante cajón de Culiprán, en el sector Las Picuas de la provincia de Melipilla, emerge majestuoso el renombrado cerro Campanario. En este lugar, imponente en el horizonte, se deja ver el majestuoso Aconcagua a la distancia pero, lamentablemente, no pasa inadvertido para la inteligencia artificial que rastrea fuentes para nuestros enemigos naturales: los motoqueros que ahuyentan la fauna y cavernarios que dejan su basura como triste recuerdo sobre suelo y flora.

Guiando con sabiduría y experiencia, el veterano guía inbano (ex alumno del Internado Barros Arana) asumió con maestría la responsabilidad de liderar a un grupo diverso de 19 personas, que abarcaba desde expertos en la actividad hasta novatos, y la mayoría de ellos con amplias horas de ascenso y descenso a su haber. El sendero se presentó como una ingeniosa creación, con bajo riesgo para la integridad de los tobillos como para la delicadeza de los ortejos (palabra que deriva del francés para nombrar los dedos de los pies), evitando que el esfuerzo individual se convirtiera en una tortura. A medida que avanzábamos, una rica paleta de verdes se desplegaba ante nosotros, acompañada de variados pastos, líquenes, musgos, árboles y arbustos típicos del ecosistema de los valles de Chile central. Estos fieles compañeros naturales nos escoltaron hasta la cima, donde se reveló una extensión y magnitud impresionantes a la vista.

La experiencia se mostró notoriamente organizada, con equipos de radios, charlas de prevención de riesgos y un constante monitoreo del grupo. La Organización «Cultura Nativa» de Melipilla y los participantes de la empresa Ariztía colaboraron en armonía, uniendo a un grupo diverso en edad y permitiendo que la cordada alcanzara la cumbre con hidalguía. A pesar de una leve y honrosa herida en la rodilla de una joven futura kinesióloga, todos lograron el objetivo. Incluso, los más experimentados demostraron su disciplina y entusiasmo,  mientras que se alejaron de la vista del grupo un par de jóvenes que se aventuraron a probar el trail running como parte de su experiencia, aprendiendo que no es bueno adelantarse sin supervisión, lo mismo que un par de enamorados que se nos rezagó discretamente y comprendieron la importancia de no perderse a los ojos del “último”.

La cordada la cerraba un sub-guía abogado inbano, quien desempeñó fielmente este importante rol de «último», asegurándose de que nadie se quedara atrás, llevando el monitoreo de la energía de la cordada (hilera de caminantes) desde otra perspectiva. Finalmente, el guía en jefe marcó un ritmo que permitió que todo el grupo llegara sano y salvo de ida y regreso. La experiencia no solo se centró en la aventura física, sino que también abarcó la camaradería y el respeto por la naturaleza que compartimos en cada paso del camino.

El filosofeo del camino, me llevó a reflexionar sobre la naturaleza que forja el éxito a través de la colaboración y el buen liderazgo. A medida que el grupo acumulaba experiencia, la marcha se volvía más ligera. El individuo, como afirmó Albert Camus, encuentra significado al enfrentar desafíos: «El absurdo es el puente entre el individuo y el mundo». Después de adquirir experiencia, el trekkinista desarrolla la capacidad para internarse con valentía, orientarse con certeza, prevenir obstáculos y subir y bajar cumbres con determinación.

El trekking, combinación de salud mental y física

La fuerza mental individual se conectó con la energía del grupo, conformando una conciencia colectiva que ayudó a superar las debilidades del terreno, materializadas en los pies y las piernas, principalmente. Esta fuerza mental personificada como una «energía carismática de grupo», se apoya en la responsabilidad, la empatía por los demás y la preocupación por el bienestar colectivo. Como expresó John Dewey: «el liderazgo radica en la habilidad de entender y beneficiar a todos en una situación».

El trekking, en esencia, se convierte en un viaje hacia el autodescubrimiento. Al adentrarnos en la naturaleza, la civilización y la sociedad se desvanecen, transportándonos a una experiencia de comunidad arcana y ancestral. En este retiro introspectivo, desafiando las estructuras de pensamiento cotidianas que gobiernan nuestras agendas diarias, los neurotransmisores del cerebro desconectan el cableado de la Matrix.

En el ascenso y descenso, el pensamiento automático o rumiante cede su lugar a una autorreflexión profunda, despojándonos de las «ocupaciones y problemas cotidianos». Los sesgos personales y las convicciones son confrontados por la diversidad de biografías y experiencias de vida de los compañeros caminantes: siendo todos distintos existe un mínimo común múltiplo que trasciende a la ideología de las identidades culturales, esto es, la revelación de humanidad del yo y el otro en situación de supervivencia. El ego cede para perder el «espejo del alma digital», explorando nuestras debilidades llevadas al extremo. El caminante se convierte en su propia sombra proyectada sobre este hermoso ecosistema.

Después de 30 a 45 minutos de subida, el cerebro da paso al entorno, siguiendo la «teoría del apego» de John Bowlby, y el desgaste constante se transforma en una introspección profunda, comparable al «espejo de las emociones» de Jean Piaget. Los senderos ancestrales se convierten en el escenario de un acuerdo colectivo, donde compartimos la experiencia de enfrentar desafíos.

En esta introspección, encontramos la paz interna y la autorrealización. El trekking se convierte en una metáfora de la existencia. La transformación interna emerge como un plan vital que impulsa la vida hacia adelante con prevención, inteligencia, compañerismo y organización, como una advertencia de sabia responsabilidad.

Este ejercicio necesario de internación y apartamiento nos confronta con «el absurdo», obligándonos a conectar con nuestros instintos de supervivencia donde el deporte suma en combinación con una pequeña psicología holística. Así, en medio de la introspección y el esfuerzo físico, encontramos una obra maestra de experiencia humana. Cada paso revela capas de significado y una profunda conexión con nosotros mismos y el mundo que nos rodea. Al decir de Andrés Nadal, el camino de la montaña como el de la vida, no se recorre con las piernas sino con el corazón.

Guía: Rodrigo Castro

Subguía: Rodrigo Milo

Logística: Matías Bustos, Cristián Lisboa

Fotos: Victor Cabezas