A.C. Mercado-Harvey
En la última semana Chile se ha visto envuelto en un manto de tragedia. La primera y más dura es la que sufrieron miles de personas en la región de Valparaíso por los incendios en áreas de Quilpué y Viña del Mar alto. Al momento, hay 131 personas muertas y 15 desaparecidas. Tal como declaró el presidente Boric esta es la catástrofe más grave desde el cataclismo de 2010. A diferencia de ese, este pudo ser evitable y es de esperar que, si fue intencional, como se sospecha, los culpables encuentren su destino tras las rejas por delitos de homicidio. Lo material se recupera, pero las vidas de las personas que sufrieron una horrorosa muerte no. Chile es un país habituado a terremotos, inundaciones y, a la luz de la nueva realidad de calentamiento global, incendios forestales. Afortunadamente, hay manejo de crisis y mucha experiencia en reconstrucción de viviendas, debido a los frecuentes terremotos.
No alcanzábamos a ponernos de pie de esa horrible realidad cuando este martes pasado nos enteramos del accidente aéreo en el que perdió la vida el expresidente Sebastián Piñera (1949-2024). Tras su fallecimiento, se decretó duelo nacional sobre los 2 días que se habían decretado por la tragedia de Valparaíso. Es decir, 5 días de duelo nacional. No tengo recuerdo de ningún otro momento así. Sin duda, el estado anímico general se ha revelado en las declaraciones de personas comunes y corrientes que han sido entrevistadas por periodistas en los últimos días en Valparaíso, en el sur y en Santiago. No voy a entrar en polémicas sobre la figura del expresidente Piñera, porque no seré ni yo ni usted quienes tendremos la última palabra, sino el tiempo y el famoso “juicio de la historia”.
Lo que quiero remarcar en estas líneas es qué dice nuestra reacción como sociedad frente a este último hecho en particular. A lo largo de mi trabajo académico, me he enfocado en el procesamiento del trauma en la literatura y en mi próximo libro pretendo hacer ese análisis respecto a la literatura y cinematografía realizada por la llamada “generación de los hijos” para referirse a autores y cineastas nacidos en los 70 y que vivieron la dictadura como niños. Esa distancia de los hechos y el tiempo es una parte importante de por qué sus trabajos han logrado una exploración más efectiva del trauma.
Debido a la investigación de mi libro anterior que será publicado en España el próximo mes y la que realizo ahora en preparación del próximo, es que tengo un amplio conocimiento respecto a la temática de la memoria. Uno de los conceptos más interesantes formulados por el teórico francés Paul Ricoeur es el de las enfermedades de la memoria. Esta enfermedad se produce cuando no se puede procesar el trauma. En nuestra historia nacional ha habido múltiples traumas, pero el de la dictadura de Pinochet es el mayor y, por tanto, es el que ha tenido la lucha más dura en lo que a memoria se refiere. Hemos pasado por una transición con escasa mirada hacia el pasado, pese a las comisiones de verdad y reconciliación, en gran parte debido a una democracia que tuvo en los años 90 al dictador en el Congreso, a senadores designados, etc. No fue hasta mucho después que pudimos comenzar una verdadera revisión de lo que había pasado en Chile entre 1973 y 1990. No es coincidencia que muchas de las películas y novelas que abordaron el tema con mayor fuerza surgieran alrededor de 2013, cuando se cumplieron 40 años del golpe. Fue en ese período que se llegó a un mayor consenso de que no podíamos seguir justificando la dictadura por el modelo económico. Se llegó al punto de que el fallecido expresidente Piñera hablara de los cómplices pasivos y cerrara el penal Cordillera. Ese vuelco permitió que la misma izquierda comenzara un propio periodo de revisión de sus filas y fortaleció a una nueva fuerza política (Frente Amplio) que llegó al poder en la elección pasada con Gabriel Boric. Esa nueva izquierda no entendió su natural alianza con la ex Concertación en 2009, pero sí lo ha hecho en el gobierno de Boric al poner a varios ministros y subsecretarios de gran visibilidad, como Interior, en manos de figuras de partidos de la ex Concertación.
En gran medida Boric llegó al poder por el liderazgo que demostró en la firma del acuerdo que permitió una salida política al estallido social de 2019. Sin embargo, eso no hubiese sucedido tampoco si no hubiese sido por la paupérrima evaluación que hacía la mayoría de la población chilena respecto al último gobierno de Sebastián Piñera (60% de desaprobación que en el momento álgido del estallido llegó a casi el 90%). Si uno hoy ve la cobertura de la muerte, velatorio y funeral del expresidente pensaría que se trata de otra persona o de un personaje que debería ser canonizado por el Vaticano. La realidad es siempre más compleja y como reconoció el mismo presidente Boric en su discurso, durante el estallido se le juzgó de manera excesiva. No hay que olvidar que él mismo durante la campaña le advirtió que se perseguirían las responsabilidades penales por violaciones a los derechos humanos durante el estallido de 2019. No hay ninguna duda que el expresidente Piñera tuvo responsabilidad política respecto a esos hechos, pero de ahí a tener responsabilidades penales hay un largo trecho. Esto es como cuando se acusaba a Bachelet de lo mismo tras el 27F en 2010. Una cosa son los errores; otra muy distinta los actos criminales. Ahí es cuando la opinión pública, a lo circo romano, levanta o baja el pulgar desde la guata, sin ninguna prueba de culpabilidad o inocencia.
No hay ninguna duda que el expresidente Piñera tuvo responsabilidad política respecto a esos hechos, pero de ahí a tener responsabilidades penales hay un largo trecho. Esto es como cuando se acusaba a Bachelet de lo mismo tras el 27F en 2010. Una cosa son los errores; otra muy distinta los actos criminales. Ahí es cuando la opinión pública, a lo circo romano, levanta o baja el pulgar desde la guata, sin ninguna prueba de culpabilidad o inocencia.
El asunto es que si un alienígena hubiese prendido la tele hace casi 4 años y tanto y hubiese visto la cobertura del estallido, un presidente declarándole la guerra a su pueblo, periodistas especulando en vivo respecto a los incendios en el metro (todavía no sabemos quiénes están detrás de esto), los saqueos a supermercados, etc. no podría entender lo que se dice hoy de ese mismo expresidente. Yo no voy a emitir juicio al respecto, porque mi opinión vale lo mismo que la de cualquier otr@ chilen@. Solo voy a decir una obviedad: que nadie, ni Sebastián Piñera es todo bueno o todo malo. Los seres humanos somos complejos y tenemos aciertos y cometemos errores. Nadie es perfecto, ni vivo ni muerto.
Hace un tiempo en una rutina de stand up un comediante bromeaba respecto a que l@s chilen@s elegimos a un presidente y a la media hora ya lo estamos criticando y le quitamos el apoyo. Eso lo hemos visto en las últimas 5 elecciones en particular. Desde el primer gobierno de Bachelet (2006-2010) que tuvo como efecto la elección de Piñera (2010-2014), el triunfal retorno de Bachelet (2014-2018) para luego nuevamente elegir a Piñera (2018-2022), lo que pavimentó la llegada del actual presidente Boric. Todo indica, según encuestas, que el próximo presidente/a será de derecha, lo que seguiría el mismo patrón de alternancia cada 4 años. Contra todo pronóstico, antes de su fallecimiento, Piñera aparecía arriba en la lista de presidenciables en las encuestas de opinión. Es decir, que hubiese sido completamente posible un tercer gobierno de Sebastián Piñera.
Ni el politólogo más avezado hubiese pronosticado esto después del estallido y con la baja aprobación que salió Piñera de La Moneda. Sin embargo, el fallecido expresidente es una figura que se supo reinventar varias veces en la política chilena y que parecía bastante inmune a los múltiples escándalos en los que se vio envueltos. Eso se llama tener habilidad política y eso es absolutamente innegable respecto a la figura del exmandatario.
Volvamos al análisis de lo que nuestra reacción como sociedad revela. Está claro que en Chile hay un 30% leal a la derecha que no se mueve en su apoyo. Al otro lado está otro 30% que apoya a la izquierda incondicionalmente. En el medio está ese 40% que oscila entre un lado y otro y que es tan cambiante que le ha entregado el poder cada cuatro años al lado opuesto. Si bien, no hay nada malo en la alternancia y se puede interpretar como un síntoma de salud de un sistema político, cada cuatro años es excesivo y no permite continuidad de políticas en el tiempo. Afortunadamente, Chile tiene un estado robusto que permite continuidad pese a los cambios del político de turno y al hecho de que hemos tenido mandatarios con pericia política, que han sabido reconocer en terreno los aciertos del adversario. Es por eso que Piñera continuó, pese a los deseos de su propio sector, con programas sociales iniciados durante gobiernos de Bachelet y es la misma razón por la que Boric continuó la PGU comenzada durante el último gobierno de Piñera.
El asunto es que estos cambios radicales, que se podrían calificar coloquialmente como “bipolares” revelan las enfermedades de la memoria a las que hice referencia en un comienzo. Si no logramos reconciliarnos con un pasado de hace 50 años y llegar a consensos duraderos, ¿qué posibilidad tenemos de llegar a consenso respecto a hechos que ocurrieron hace menos de 5 años? En esos extremos es cuando vemos la caricatura de nuestra sociedad, en un exministro que declara que el expresidente Piñera era lo más cercano que tuvo Chile a un Da Vinci o en la paramédico, hoy exfuncionaria del hospital San José que fue candidata a la Convención y que sale a celebrar la muerte de Piñera a la Plaza Italia con champaña y todo. Estas reacciones totalmente destempladas por lado y lado son las que nos revelan que seguimos tan divididos como antes y que no tenemos punto medio: o amor u odio. A mí la figura del expresidente no me provoca ninguna de las dos, reconozco sus aciertos y veo sus faltas, porque tengo claro que era un ser humano como cualquier otro. Mi evaluación política ya es otra cosa. Lo que me parece preocupante son estos cambios radicales en los que un día evaluamos a una figura política como un demonio criminal, responsable de todo tipo de crímenes hasta cambiar radicalmente en menos de cinco años y prácticamente pedir la canonización del mismo.
¿Qué nos pasa como sociedad que no somos capaces de recordar los eventos del pasado y aprender de ellos? La respuesta es compleja, pero sospecho que el hecho de haber pasado por múltiples masacres, abusos de poder y una dictadura que duró 17 años, dejando miles de desaparecidos, muertos, torturados y exiliados, la falta de justicia y reflexión crítica frente a los hechos nos ha dejado estas enfermedades de la memoria que no nos permiten ser más equilibrados como sociedad. Si no nos hacemos cargo del pasado, mal podremos mirar hacia el futuro y seguiremos repitiendo los mismos errores de modo cíclico.
En razón de la muerte del expresidente Piñera han aparecido varios políticos, incluyendo a dos expresidentes que hablaron en el funeral, que han remarcado la necesidad de volver a los acuerdos y los consensos para terminar con la polarización que vivimos. Lo cierto es que la vanagloriada era de los consensos durante los 90 no fue la panacea precisamente porque se impuso una visión y se orilló a las disidencias. Queda claro que ese no era el camino, como tampoco lo era aprobar dos textos constitucionales que eran malos. Chile demostró cierta madurez política al rechazar esos textos que no nos representaban a tod@s. Si queremos llegar a una verdadera era de consensos constructivos, tenemos que reconocer que no hay que aspirar a imponer nuestra visión por sobre los otros, sino que poder persuadir a la mayoría de la población de por qué esa postura es mejor que la otra para el bien de tod@s l@s chilen@s. Esperemos que esta oleada de tragedias que vivimos no sean instancias perdidas, sino que nos llamen a reflexionar en vez de tener estos cambios radicales de opinión. Es de esperar que renazcamos como fénix de las cenizas, en vez de perder el rumbo.
8 comentarios en “Enfermedades de la memoria”
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