Europa en la encrucijada

Por David Allen Harvey

Europa está que arde. En el nivel más obvio, está pasando por una ola de calor sin precedente, a causa del cambio climático. Julio de 2023 fue el más caluroso registrado de la historia de la Tierra. A lo largo del litoral mediterráneo, temperaturas por encima de los cuarenta grados han provocado emergencias de salud pública, y las autoridades de varios países han tomado medidas para proteger tanto a sus ciudadanos como a los turistas que invaden el continente durante cada verano. Por ejemplo, en la ciudad de Atenas, el gobierno griego se vio obligado de cerrar por un tiempo la Acrópolis, uno de los destinos turísticos más emblemáticos del continente, para evitar desmayos e insolaciones peligrosas.

En un sentido metafórico, el cierre de la Acrópolis, cuna y símbolo de la democracia clásica, representa bien la encrucijada en que se ha encontrado el viejo continente en los últimos años. El modelo europeo de posguerra, basado en la democratización, la integración multinacional, el pluralismo, y el estado de bienestar, está tambaleando como nunca antes. El auge de la ultraderecha nacionalista intolerante y el populismo autoritario en varios países europeos (Vox en España, el Frente Nacional en Francia, la Alternativa para Alemania en el país germano, etc.), representa una amenaza cada vez más inquietante. La llegada al poder de gobiernos abiertamente antidemocráticos y que revindican el pasado fascista del continente, como Giorgia Meloni en Italia y Víctor Orban en Hungría, podrían representar la vanguardia de un futuro bien oscuro. Y es que nadie olvida que la guerra más grande y más sangrienta que ha visto Europa desde la Segunda Guerra Mundial sigue entre Rusia y Ucrania, sin dar tregua.

En este contexto, el resultado de las últimas elecciones en España (sobre la cual dedicamos el más reciente Diálogo Regionalista) es un gran alivio y una señal muy positiva de que la socialdemocracia europea sigue en pie. Contra las expectativas de muchos analistas, que auguraron la llegada al poder de la derecha franquista, dada la alianza del partido extremista Vox con la centroderecha tradicional (el PP, o Partido Popular), estos dos partidos no lograron la mayoría parlamentaria y Vox, que perdió veinte escaños, fue el gran perdedor de la noche. El PSOE del presidente de gobierno actual, Pedro Sánchez, mantuvo su posición en el parlamento, y SUMAR, la nueva fuerza de la izquierda española, tuvo una votación que sorprendió a los analistas, casi igualando la representación parlamentaria de Vox, con una treintena de diputados de cada partido. Como el PP y el PSOE tendrán representación casi igual (136 contra 122), y ninguna de las alianzas (PP-Vox o PSOE-SUMAR) logró la mayoría, comienza un período de negociaciones con los partidos menores, como los regionalistas catalanes. Como dijo nuestro entrevistado en el Diálogo, el diputado PSOE por Valencia, José Luis Ábalos, las dos opciones viables ahora son una coalición entre la izquierda y los partidos regionalistas, si Sánchez logra reunir todas estas fuerzas en un acuerdo, o una nueva elección parlamentaria para desempatar la política española. Solo el futuro dirá cómo terminará el proceso pero, tal como nos dijo el diputado Ábalos, por ahora hay que celebrar que los neofascistas no pasarán.

En un sentido metafórico, el cierre de la Acrópolis, cuna y símbolo de la democracia clásica, representa bien la encrucijada en que se ha encontrado el viejo continente en los últimos años. El modelo europeo de posguerra, basado en la democratización, la integración multinacional, el pluralismo, y el estado de bienestar, está tambaleando como nunca antes. El auge de la ultraderecha nacionalista intolerante y el populismo autoritario en varios países europeos (Vox en España, el Frente Nacional en Francia, la Alternativa para Alemania en el país germano, etc.), representa una amenaza cada vez más inquietante. La llegada al poder de gobiernos abiertamente antidemocráticos y que revindican el pasado fascista del continente, como Giorgia Meloni en Italia y Víctor Orban en Hungría, podrían representar la vanguardia de un futuro bien oscuro. Y es que nadie olvida que la guerra más grande y más sangrienta que ha visto Europa desde la Segunda Guerra Mundial sigue entre Rusia y Ucrania, sin dar tregua.

En este contexto, el resultado de las últimas elecciones en España (sobre la cual dedicamos el más reciente Diálogo Regionalista (agregar link) es un gran alivio y una señal muy positiva de que la socialdemocracia europea sigue en pie. Contra las expectativas de muchos analistas, que auguraron la llegada al poder de la derecha franquista, dada la alianza del partido extremista Vox con la centroderecha tradicional (el PP, o Partido Popular), estos dos partidos no lograron la mayoría parlamentaria y Vox, que perdió veinte escaños, fue el gran perdedor de la noche. El PSOE del presidente de gobierno actual, Pedro Sánchez, mantuvo su posición en el parlamento, y SUMAR, la nueva fuerza de la izquierda española, tuvo una votación que sorprendió a los analistas, casi igualando la representación parlamentaria de Vox, con una treintena de diputados de cada partido. Como el PP y el PSOE tendrán representación casi igual (136 contra 122), y ninguna de las alianzas (PP-Vox o PSOE-SUMAR) logró la mayoría, comienza un período de negociaciones con los partidos menores, como los regionalistas catalanes. Como dijo nuestro entrevistado en el Diálogo, el diputado PSOE por Valencia, José Luis Ábalos, las dos opciones viables ahora son una coalición entre la izquierda y los partidos regionalistas, si Sánchez logra reunir todas estas fuerzas en un acuerdo, o una nueva elección parlamentaria para desempatar la política española. Solo el futuro dirá cómo terminará el proceso pero, tal como nos dijo el diputado Ábalos, por ahora hay que celebrar que los neofascistas no pasarán.

La guerra que perdió Putin

El extremo este de Europa sigue convulsionado por la guerra de Ucrania, que todavía está lejos de terminar. Pero si aún es incierto si Ucrania logrará recuperar su territorio ocupado, es evidente que la Rusia de Vladimir Putin ya perdió la guerra, por lo menos en el sentido estratégico. Los antecedentes del conflicto comenzaron en 2014, cuando el parlamento ucraniano aprobó de forma unánime una pre-propuesta de acuerdo con la Unión Europea, desafiando al presidente Viktor Yanukovych, aliado del autócrata ruso. Desde entonces, Putin ha hecho todo lo posible para impedir que Ucrania, antiguamente parte de la Unión Soviética, escapara de la influencia rusa para unirse con Occidente. En su propaganda interna, Putin ha presentado la guerra como una lucha defensiva para evitar ser cercado por las fuerzas del OTAN. Desde que la invasión rusa inicial fracasó en febrero y marzo de 2022, la guerra ha quedado inconclusa, dada la resistencia unida del pueblo ucraniano y el apoyo militar de los países occidentales al gobierno de Zelensky. Pero ya hay resultados importantísimos al nivel diplomático que impactarán a la región por mucho tiempo. Suecia y Finlandia, dos países nórdicos tradicionalmente neutros, decidieron, frente a la agresión rusa, integrarse a la alianza militar occidental, dejando a la OTAN literalmente ad portas del territorio nacional ruso. El Mar Báltico, la puerta de entrada de Rusia a Europa desde los tiempos de Pedro el Grande, ya está totalmente bajo el control de la alianza occidental. Si el objetivo de Putin era debilitar a la OTAN y restablecer el imperio ruso en Europa oriental, sus acciones han logrado precisamente lo contrario, sin vuelta atrás. Incluso si logra ganar la guerra contra Ucrania (lo que en este momento se ve improbable), en el sentido estratégico ya la perdió.

Otro resultado de la Guerra de Ucrania ha sido la unión más fuerte entre los países miembros de la Unión Europea. Uno de los objetivos de Putin ha sido de apoyar al populismo nacionalista para debilitar la alianza (hecho que debería dar de pensar a todos los que aun consideran a Rusia como un país de izquierda), dando su apoyo a Víctor Orban en Hungría y a los partidos nacionalistas de países como Italia y Francia. El gobierno actual de Polonia, de carácter ultracatólico y conservador, se ha opuesto al consenso europeo en algunos temas valóricos, sobre todo tratándose del aborto o de los derechos de los homosexuales, pero en este momento, sus lazos históricos con Ucrania y su antipatía tradicional contra Rusia lo ha llevado de vuelta a la integración europea. La incorporación de la misma Ucrania a la UE, prioridad del presidente Zelensky, parece solo cuestión de tiempo.

Hace algunas semanas, en una conferencia de historia en Roma, conversé con un colega europeo, de origen italiano pero radicado desde su infancia en Alemania, sobre la situación actual de Europa. Le comenté, como un admirador de la tradición socialdemócrata europea y el modelo de estado democrático y social que se construyó en la segunda mitad del siglo pasado, que para mí era casi incomprensible que los europeos estén abandonando este modelo, que en mi opinión permitió establecer las sociedades más progresistas, democráticas, e igualitarias que jamás hayan existido. Me respondió, con un tono de pena en la voz, que ya van quedando pocos socialdemócratas en Europa. Es difícil predecir el futuro, incluso para los historiadores, especialistas en analizar los procesos de cambio social y político. Pero los resultados de los últimos sufragios en España dan un poco de luz y de esperanza en dos aspectos: que la desmemoria no ha triunfado y que la socialdemocracia europea todavía sigue vigente en el siglo veintiuno.