Reconstruir nuestras historias patrias requiere recobrar una historia más auténtica que dé cuenta de la construcción de un Chile más plural en que cada persona, independientemente del rango social que ocupe, cada geografía, toda diferencia sea reconocida como parte de nuestra patria.
Por Edison Ortiz
Llegó septiembre, y junto con él (y la primavera) el «Mes de la Patria” y toda la parafernalia patriotera chauvinista que lo rodea, comenzando por la explosión de un nacionalismo de fonda que poco tiene que ver con un auténtico sentido nacional como expresión de pertenencia a una comunidad nacional, la chilena en este caso, ya con dos centurias sobre su espalda.
La ya controvertida fecha de conmemoración –un acto de lealtad a Fernando VII– que nuestra oligarquía usa como fecha de celebración, aporta señales inequívocas sobre nuestro confuso proceso de construcción de identidad nacional. La cueca, donde el varón persigue a una china sin tomarla nunca; el rodeo, un deporte que no lo es, en que el protagonista da giros sin tampoco llegar a ningún lugar, complementan perfectamente esa ambigüedad.
Como se sabe, la Declaración de Independencia fue más tarde y de autoría de Bernardo O’Higgins, a quien la cofradía pelucona de la emancipación jamás le perdonó sus rasgos bonapartistas, sus postulados meritocráticos ni el sacrilegio del director supremo –lo apodaban también “el huacho Riquelme”– de abolir sus títulos de nobleza.
El conmemorar como día de la Independencia una fecha que no lo fue, da cuenta del particular sentido de construcción del patriotismo en Chile. Se suma el día después, el 19, el de “las glorias” de un Ejército que en su historia se ha dedicado más bien a defender intereses extranjeros –británicos primero y luego norteamericanos– y a eliminar a su “enemigo interno”, sea en su versión liberal, federalista, de “bajo pueblo”, frentista popular, “upeliento” o “humanoide” -en la adaptación ochentera de los martes de Merino- y que hoy está dedicado a desfalcar al Estado. Es el complemento perfecto para nuestra confusión.
Ese Ejército que este 19 de septiembre, en vez de pedir disculpas a la patria por los hechos ocurridos, suspender la parada, a modo de acto de contrición moral, se fuga hacia adelante y, como si no hubiese pasado nada, la vuelve a realizar.
Principal resabio de esa concepción dieciochesca del ser “chilenos”, construida desde la historia, son las vagas y débiles ideas sobre el concepto de nación, un confuso y pobre relato de nuestras élites sobre el patriotismo y la exaltación, como consecuencia de lo anterior, del mito guerrero.
Principal resabio de esa concepción dieciochesca del ser “chilenos”, construida desde la historia, son las vagas y débiles ideas sobre el concepto de nación, un confuso y pobre relato de nuestras élites sobre el patriotismo y la exaltación, como consecuencia de lo anterior, del mito guerrero. Ideas fáciles de calar en un pueblo esquilmado hasta la saciedad, sin historia y con una oligarquía que siempre se ha reconocido en modelos europeos, carente de identidad propia. Ayer los ingleses de América del Sur, hoy los leones de Sanhattan.
De allí la necesidad de recurrir –hasta caer en el abuso– a las batallas (sin gloria), la consagración, a veces grosera y sin ningún sentido de la realidad, del mito de los héroes patrios –guerreros– y construir con ambas una versión bien elemental del sentido del patriotismo mientras que, por el lado, nuestras élites venden a diestra y siniestra recursos, empresas, servicios de naturaleza públicos.
Un patriotismo de pacotilla
Sin ponernos graves, lo anterior explica que, en vez de reflexionar sobre el verdadero sentido de estas fechas se promueva la exaltación de los símbolos patrios. Ejemplo de ello son las banderas del Bicentenario ahora por todas partes: ya no hay avenida significativa de cualquier pueblo que no esté cubierta del pabellón de extremo a extremo. Y las banderas que recubren también carrocerías de vehículos y espejos retrovisores. Y mientras otros ya ensayan festejar tamaña conmemoración con ropa interior con el tricolor y la estrella nacional, proliferan desfiles de bandas escolares que, con mucho entusiasmo pero poco talento, repiten hasta el cansancio marchas e himnos militares (y eso que este año nos volvimos a escapar de las fondas).
Ni hablar de la cueca que sólo cobra vida entre los patriotas exclusivamente durante este mes, en las mismas versiones que escuchamos desde nuestra primera infancia, cuando eran entonadas por nuestras abuelas, pero que ya en octubre pasan a mejor vida.
El patriotismo de septiembre es un patriotismo de carrete, de mall (¿quién no se viste ahora de huaso o china importados desde id?), de vacaciones previas a las del verano. Turismo de masa.
Ese que deja toneladas de basura en los parques, que inunda la carretera y las avenidas de autos locos dejando decenas de muertos; que sepulta la 5 sur de papeles, envases de todo tipo y, por supuesto, de botellas. Un patriotismo chileno del 18 del que tampoco se salvan ríos y playas.
Ese patriotismo chauvinista es el que hay que empezar a combatir.
Concebir un nuevo patriotismo
Reconstruir nuestras historias patrias requiere recobrar una historia más auténtica que dé cuenta de la construcción de un Chile más plural en que cada hombre y mujer, independientemente del rango social que ocupe, cada geografía, toda diferencia sea reconocida como parte de nuestra patria.
Bueno, empezando por reconstruir nuestras historias patrias que, con toda su seriedad acartonada, brindan un blanco fácil a la ironía y que a cualquier observador externo le parecerían el pretexto de ceremonias y rituales exóticos o un escaparate de bibelots disparatados y decrépitos, en los que la ficción quiere revelar la carcoma que roe las figuraciones de la historia. Y de paso busca recobrar una historia más auténtica que dé cuenta de la construcción de un Chile más plural en que cada hombre y mujer, independientemente del rango social que ocupe, cada geografía, toda diferencia sea reconocida como parte de nuestra patria.
Que ella sea el soporte de un relato más plural y colectivo sobre la construcción de nuestra identidad nacional que reemplace a un puñado de héroes de mala muerte, de batallas sin gloria, de ejércitos sin honor y de una elite rentista, floja y trasplantada.
Si ello llegase a ocurrir, estaríamos sentando las bases de un nuevo patriotismo: uno que ponga énfasis en amar y respetar a nuestra tierra y su geografía; en cuidar nuestros recursos y estimular la ciencia, en el que reconozcamos a los emprendedores y no a los especuladores, premiemos la meritocracia y no la pertenencia a “redes de influencia”; un patriotismo que ponga como valor central la honestidad en la función pública, en que se valore el hacer bien las cosas y se reconozca la buena ciudadanía, los valores republicanos.
Si ello alguna vez ocurriera, la patria no solo existiría en septiembre, o se restringiría al 18, o para los partidos de la selección. Les aseguro que, en esa patria, esos patriotas nunca hubiesen elegido, por ejemplo, al presidente que tenemos.