Por Marcel Albano (y Tyler Durden)
Lectura Timing 05:00
Soundtrack del texto: https://youtu.be/2lwc3glSgNE
“No eres tu empleo, no eres lo que tienes en el banco, no eres el auto que conduces ni el contenido en tu billetera. Eres el bailarín cantante del mundo». Tyler Durden.
Trotando por la carretera, la campana pavloviana del WhatsApp corta “Stairs” de INXS. Un amigo envía un mensaje que trae consigo una foto de una chica de trece años con polera negra, camisa escocesa en rojo y una mirada penetrante. “La subcultura del grunge está de vuelta”, reza la bajada.
Con ese dato en mi disco duro, observo el entorno. Aparecen en la ruta chicos no mayores de quince años, vestidos como Kurt Cobain o Chris Cornell, escuchando una música tan distinta al extenso territorio del reggaeton. Como Gen X, una lágrima se disfrazó de sudor al retomar la atención al trote.
Pero, más allá de coincidir en buenos gustos, ¿cómo se explica el retorno a este relato en el Chile del siglo XXI? Primero, la anomia acosa ya por dos años. Virtualmente, esos adolescentes no han descansado, encerrados cada uno en su propio aparato celular, sentados o acostados, experimentando los días sin distinción de estudio o reposo. Por el contrario, la pulsión de la adolescencia que es por esencia poner en práctica la libertad y estrenarse en el mundo, está ahí, gorgoreando al paso de una canción noventera reproducida por Spotify o algún reel de Instagram.
Segundo. Notan el error porfiado de los padres y profesores que, a través de mentores virtuales, mantienen en el altar la dinámica familia-colegio como el lugar de reproducción de los códigos de adultos que explican este mundo incongruente e inseguro. “Ellos hablan y nosotros googleamos”, dice el hijo de un amigo. “Nos dejarán sin nada. ¡Gracias!”, irrumpe su amigo disruptor con leñadora y una polera id: “¡No a Dominga, Ni Papa Jhon’s, Ni Coca Cola!”
La experiencia grunge se fusiona con el discurso ecologista. Ahora -como ayer- se rebela contra la bazofia del hiperconsumismo, mecanismo vertebrador de un modelo de desarrollo enquistado e instalado en la apariencia como elemento cultural y de aceptación social. Y, al contrario, se levanta como punto de inflexión de un nuevo momento nihilista en la historia. Desde esta perspectiva, hasta los críticos del sistema son parte del problema. Todos somos hiper contaminantes e insanos.
“Trabajamos para comprar cosas que terminan poseyéndonos”, es la cita de Tyler Durden, el alter ego imaginario de la película “El Club de la Pelea”, que ve al capitalismo como un poderoso Leviatán. Película que alude a las contradicciones que vendrán después en la vida más adulta, cuando los discursos y la crítica de los sentires juveniles, se conviertan en objetos de consumo o cachureismo.
Y es que a veces, los momentos nihilistas son similares a los problemas asociados al dormir. “Cuando se padece de insomnio nada parece real. Las cosas se distancian. Todo parece la copia de una copia de otra copia”, dirá Tyler. Para los chicos, estos años han sido levantarse de la cama, encender el computador, alienación, dormir y vuelta a lo mismo. Cabreados y en silencio, esperan atrapados a que el Chile sin mitos ni anatomía se ordene.
En el ambiente de la telepolítica sin control, la realidad suena como “Do the Evolution” de Pearl Jam. Esto porque los temas medioambientales y salud mental, llegan inevitablemente a preguntas clave: ¿cuáles son los factores que nos empujan hacia esta anomia? o ¿cómo pasamos los humanos a ser parte del problema?
Y la respuesta es ya tan obvia que parece invisible. Antes de la raya para la suma, encontramos variables que van desde modelos productivos, sistemas de trabajo, de creencias, de educación y comercio, hasta densas dinámicas de consumo cuyas pautas ya ni siquiera obligan a mover el cuerpo para adquirir algún objeto de deseo.
Los chicos tienen clara la emoción grunge pero no la experiencia que ella implica en sus consecuencias negativas. La inercia se acaba con el movimiento y el desencanto del mundo puede ser reemplazado por otras formas de encontrarse consigo mismo y hacer algo al respecto. Por ejemplo, partir por mover el cuerpo desde su zona de confort.
Y aquí hay problemas comunes que nos unen. Las máquinas chilenas, según un googleo por la OMS, el Minsal y el Colegio Médico, coinciden en que el estado de la nutrición y el estado físico, es sencillamente deplorable. Algunas cosas se pueden atribuir al mercado, las políticas públicas o la cohesión del consumo gracias a las redes sociales, sin embargo, como indica una amiga fitness dedicada al acondicionamiento físico, otras no.
Esta es una irresponsabilidad donde hay concomitancia entre padres, madres, profesores, el Mineduc, etc: “¿qué puedes esperar de la asignatura de educación física si desde el ministerio hasta los colegios, este tema que no se asume porque obliga a liderar, y es allí donde hay resistencias? La zona de confort física de las mamitas y los papitos es la misma que la de los profes”, alega.
Adultos, jóvenes y niños que llevan más de dos años de vida sedentaria, ya están afectados. Ahora el tema es cómo lo reparamos. Y es que en el modelo imaginario del Chile XXI, se deben contemplar compromisos útiles con la sanación de su población, y la disposición a comprender en todos los liderazgos (familiares y laborales), que esta forma vigente de existencia no solo depreda el medio ambiente, sino que también lo hace con nosotros mismos, transformando esta zona oscura en incongruencia colectiva. Esa es la reflexión grunge.
El costo que significa el vacío producido por el hiperconsumo y el narcisismo, se traducirá en un costo medio ambiental, económico y de salud. La reacción nihilista, es señal de que hay un quiebre en esa identidad transversal como fuerza dominante, como modo de vida.
Tendremos que revisar si el let it be, el laissez faire, que goza de tanta reputación en el mundo de los aleonamientos de la demanda y los derechos sociales, califican como ideología adecuada cuando los emprendimientos, la inflación y el mercado laboral, limiten los deseos personales en favor de mejores estrategias de supervivencia.
Conociendo de antemano como viene la mano luego de las elecciones presidenciales, la zozobra económica en ciernes y trazada la ruta de navegación por lo menos hasta el plebiscito de la Constitución, un fantasma recorrerá a Chile, el fantasma del nihilismo.
Sin espacio medio ambiental sano, no es posible aspirar a un bienestar mental. Van de la mano. Recuperar políticas públicas que combinen la atención de la nutrición, actividad física y descanso, serán las variables dependientes puestas a prueba para testear nuestros indicadores de cansancio, irritabilidad y por supuesto, salud mental. Sin esta última, cualquier actividad se asemeja a subir una montaña con la espalda sobrecargada de cachivaches innecesarios. Aunque con “Jeremy” en los audífonos, igual se logra.