Hacia la Punta Alta de Machalí

Es una tradición ancestral de los lugareños ascender a esta cima de la precordillera de Machalí, una zona semiárida que esconde una vista panorámica reservada para pocos privilegiados. Sin duda, su mayor atractivo es su impresionante perspectiva de 360° que permite contemplar una amplia gama de territorios.

– por Marcel Albano en modo trekking

De la tormenta de incendios del sur a la historia comunal

Beethoven Symphony No. 9 – Mvt. 4 – Barenboim/West-Eastern Divan Orchestra

Es una tradición ancestral de los lugareños ascender a esta cima de la precordillera de Machalí, una zona semiárida que esconde una vista panorámica reservada para pocos privilegiados. Sin duda, su mayor atractivo es su impresionante perspectiva de 360° que permite contemplar una amplia gama de territorios. Para describirlos, es necesario orientarse por los puntos cardinales, tomando como referencia la ciudad de Rancagua y toda la provincia del Cachapoal, destacando en primer plano Codegua, Graneros y San Francisco, perdiéndose la vista en el norte con el cerro Chena de la Región Metropolitana. Al sur, el cerro Orocoipo se asoma bajo los pies de los visitantes

Mirando en dirección a Argentina, la Cordillera de Los Andes se yergue majestuosa e imponente, ocultando entre sus cumbres el origen del ciclo vital de la región: los afluentes que nutren de agua y, con ella, la flora y la fauna. En la lejanía, se divisa una evocadora imagen histórica del Mineral El Teniente, mostrando los restos de la Braden Copper Company, la compañía estadounidense que sentó las bases industriales más importantes para la región, y que legó la ciudad patrimonio histórico de Sewell, el extinto pueblo de Caletones y una tubería de madera, testimonio de lo fue una de las principales centrales hidroeléctricas de la primera mitad del siglo pasado, Pangal, en la localidad de Coya, que fue declarada monumento nacional en 2014. El río Cachapoal alberga las Termas de Cauquenes, donde descansaron O’Higgins y San Martín mientras cruzaban las montañas, así como los senderos secretos de Manuel Rodríguez, quien junto con sus baqueanos y su ordenanza Pascual Silvestre, allanó el camino para que el ejército chileno-argentino recuperara nuestra independencia como nación. Desde este punto de observación, se puede apreciar la totalidad de la Carretera El Cobre Pdte. Eduardo Frei.

Punta Alta de Machalí es un punto estratégico, sin duda alguna. Es como sobrevolar en helicóptero un hito silencioso y fijo que no supera los diez metros de diámetro. El sonido del viento es recortado, a veces, por los restos de una bandera chilena que flamea con fuerza y tenacidad, mientras yace medio enterrada en un hoyo de tres metros, escondido en lo que parece ser más una tumba que un mástil. La parte blanca de los restos de la bandera, semi sepultada, lucha por sobrevivir entre plásticos, latas de cerveza, restos de botellas de vino y colillas con distintos filtros. Aún con vida, la parte azul y su estrella, así como el diez por ciento de la parte roja, hacen frente a la inclemencia del sol y el cambio climático. Aunque la naturaleza se encuentra seriamente erosionada, esta cumbre tiene vigilantes que auguran vida: águilas y halcones peregrinos son los únicos habitantes que acompañan al cóndor que siempre visita muy de cerca a los intrusos ya sean naturales o en motocicletas. La historia y la antropología de sus habitantes, cohabitan en una sola imagen.

El viento aúlla fuerte en la cima y aún así la vista que se presentó ante mis ojos fue desastrosa. La tenebrosa tormenta de humo que cubría el día producto de los incendios de Maule, Ñuble, Bío Bío, Araucanía y Los Ríos, por su espantosa densidad y expansión, se presentaba con furia apocalíptica. El invierno lluvioso de antaño, con nubes que bañaban los colihues, litres, líquenes y musgos, se ha extinguido. Ahora, la sequedad abrumadora es la nueva realidad. Esta vez el humo no permitió contemplar la Laguna de Cauquenes, ni las comunas de Olivar, Los Lirios, Requínoa, Rengo, Malloa y Pelequén, San Fernando y más allá del río Tinguiririca. Ni siquiera admirar la cumbre del Santuario de la Naturaleza del Cerro Poqui en Coltauco, ni Lo Miranda ni el macizo de la Cordillera de la Costa. Los escasos paños verdes de la provincia, amarillentos y yertos, y solo los viñedos parecen mantener su frágil existencia. El daño ecológico es inconmensurable, un antes y un después.

Los senderos del arriero y las profundidades del alma

Un amigo que visitó el lugar años atrás, lo bautizó como el «Trekking bíblico», mientras que mi hermano la llamó «La cima Purumänka», en referencia a la voz quechua usada por los Incas para nombrar a los extraños nativos de Machalí, los promaucaes a quienes los  cronistas españoles llamaban hechiceros y brujos, bárbaros con extraños cultos que se encontraban en la frontera entre la etnia ancestral y el reino de los mapuche.

A cientos de metros sobre el suelo, se alza la base para comenzar el ascenso a la cumbre. Solo con la experiencia y la astucia para detectar las huellas dejadas por animales, es posible evitar caer en engañosos senderos que agotan y retrasan el camino entre densos matorrales de colihues, arbustos espinosos, rocas ásperas y suelos semi estériles. El sudor se adhiere a la piel y la capitulación de los desodorantes y repelentes atrae a mosquitos y avispas, lo que obliga a moverse constantemente. La percepción de la altura, sumada a la preocupación constante por el retorno, el agua y los accidentes, vulnera la psicología, y la fe comienza a tener más sentido cuando incluso el conocimiento del lugar no puede ofrecer más que el desafío personal de cuidarse a sí mismo.

Mi hermano, primos y amigos frecuentábamos esta subida, guiados por los relatos orales de arrieros, abuelos y tíos. Para llegar a la cumbre, es necesario estar en la base del cerro San Juan de Machalí a más tardar a las 6:30 am, y es vital estar descansado y libre de resaca o noches de juerga, ya que la entereza, la voluntad, el carácter y la motivación se pondrán a prueba en todo momento durante el trayecto.

En el tramo final, la bandera chilena ondea al viento, desafiándote a alcanzarla con un esfuerzo adicional de unos veinte minutos, dependiendo de la capacidad física de cada uno. La concentración de oxígeno, combinada con la serotonina y la visión de un descanso no tan cercano, pero relativamente más amigable que las seis horas de subida, impulsa al cuerpo sobre los pasos realizados, tanto como la sed y la incertidumbre de encontrarse en un punto de referencia que obliga a una perspectiva sobre el todo y la nada, la supervivencia y la ontología del ser humano. En este momento, la relación consigo mismo, los otros en sus entornos naturales y sociales, se vuelven vectores de reflexión.

Al perder la mirada en los puntos cardinales, surgen reflexiones sobre las observaciones compartidas con mis compañeros de ruta. La literatura y las películas que narran historias de sabios que se alejan de la muchedumbre y el bullicio de las ciudades para encontrar respuestas en tiempos de caos y desorientación, llevan a recordar la utilidad de la sabiduría de los ancianos. Personajes como Moisés, Zaratustra, Jesús, Buda, Salomón o Aristóteles, hacen pensar en una tradición inherente al ser humano, en que la sabiduría se presenta necesaria para los tiempos actuales. Más allá de las identidades culturales que se aprovechan del bien y el mal, las divisiones ideológicas y políticas que se expresan en las redes sociales, se hace evidente la importancia de mirar más allá del escenario conocido y los hitos históricos que hemos heredado por generaciones. En la panorámica asombrosa que ofrece Chile, y nuestro territorio en relación con el futuro ominoso de la conurbación Machalí – Rancagua y el impacto de los incendios del sur en nuestra ecología semidesértica, se encajan piezas sobre las inoperancias actuales políticas, de género o generacionales. El inclemente fuego que arrasa con los valles centrales no discrimina entre sus víctimas. Ni la nacionalidad, ni el género, ni la edad, ni la postura política o ideológica pueden escapar de su incontrolable furia. En tiempos como estos, ¿podría acaso el egoísmo y el narcisismo ser la clave para sobrevivir o será la fraternidad, el buen juicio y el sentido común los que guíen hacia un futuro más próspero y estable? ¿Acaso la adhesión acrítica a un conjunto de ideas y creencias hegemónicas solo nos confunde y nos aleja de la posibilidad de un mínimo común denominador de civilidad? La desolación que provoca la destrucción de nuestros hogares, bosques y tierras nos obliga a reflexionar sobre los valores que rigen nuestras sociedades. ¿Cómo podemos encontrar la forma de vivir en armonía con la naturaleza y entre nosotros mismos? ¿Será que necesitamos repensar nuestras prioridades y aprender a cooperar para enfrentar los desafíos que nos presenta el futuro?

Bajando por los senderos del arriero

Un arriero en una yegua apareció de repente y me distrajo con sus palabras: “¡Algo se ve, oiga… días atrás, naita!” Interrumpió mis pensamientos mientras preparaba el descenso y alimentaba mi cuerpo. “Habrá que tener esperanza para que los de abajo hagan cosas más inteligentes”, sentenció el viejo de 73 años. Después de señalarme una mejor ruta de regreso, se perdió en busca de sus perros conejeros, internándose por los senderos de la precordillera machalina. Mientras ajustaba mi mochila y terminaba de acomodar mi calzado, observé por última vez la tormenta de humo sureño que cubría desde los Andes hasta la costa en la región de O’Higgins. Una intuición de fe y esperanza me embargó al comenzar la bajada por la huella del arriero.

Contrariamente a lo que se piensa, caminar hacia abajo puede ser agotador por el empleo de nuevos tendones y músculos cansados, que se sienten tanto como el hambre. Por cuatro horas, la huella de retorno a Machalí recuerda cuánto pesa el sentido de alejarse. La cruz del cerro San Juan, testigo mudo de rituales y pactos diabólicos según la mitología popular, indicaba el fin del tormento de radiación solar y sudor. El ruido ensordecedor de monstruosos parlantes con obscenos decibeles y el aroma a asado a carbón anunciaban la entrada a la ciudad-pueblo-dormitorio, que ajena al aire que respira, traicionaba lo que queda de la república con sus basuras tiradas en los caminos. Desde la distancia, mirar hacia la Punta Alta de Machalí nos hace recordar la solitaria, fantasmal e incluso espectral bandera chilena, que ondea eternamente contra el viento y la tormenta. Observando cuán estúpidamente divididos nos encontramos, parece decirnos: “¡Aún tenemos patria, ciudadanos!” Nuestro destino nos obliga a comenzar a reconciliarnos y a dejar atrás aquellas energías que nos hacen cargar un presente lleno de odio, violencia y desazón. Como sociedad, podemos ser mejores. ¿Quieres ver la panorámica de la Punta Alta en Machalí?, pincha el siguiente link: 

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28 comentarios en “Hacia la Punta Alta de Machalí”

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