La caída de los vínculos humanos y la supremacía de los dispositivos celulares

A través de símbolos y significados que absorbemos mediante redes y medios, nos formamos como personas y seres sociales más emocionales que de un carácter templado. Pero, paradójicamente, las redes sociales también nos han atrapado en un ciclo constante de comparaciones, donde somos clasificados por lo que gusta y lo que no.

por @marcelenredes

¿Recuerdan los hijos del siglo XX cuando se creía que si el ser humano tuviese acceso a toda la información y el conocimiento, ello lo haría libre? Esa utopía nunca se concretó. Desde los iluministas con su visión romantizada de la educación hasta quienes han promovido un pensamiento crítico sin un marco autocrítico de valores, proclamaron libertad e igualdad como estandartes virtuosos al inicio de las redes digitales. Luego de la pandemia, en la sociedad brotó un virus con amplio margen de caos, tanto a nivel de personas como a nivel social, que nos ha llevado a cuestionarnos si caminamos por el sendero correcto: ¿qué vendrá después? Las dudas se acumulan, abriendo paso a un vacío existencial que parece dominar nuestra percepción de la realidad. Las estadísticas sobre salud mental son abrumadoras, y el mercado de soluciones, infinito sin ser necesariamente efectivas.

Una advertencia susurra desde finales del siglo XIX en voz del sociólogo Emile Durkheim: “Cuando la sociedad es fuerte, la autoridad es respetada y los preceptos morales son claros y compartidos por todos. Pero cuando la sociedad se debilita, los preceptos se tornan vagos, se cuestionan y la duda se extiende”. Durkheim plantea que la cohesión social y la claridad de las normas morales son claves para evitar la incertidumbre y la duda generalizada. Cuando estas estructuras se debilitan, la duda surge y afecta el tejido social. La permisología, la funa y la cancelación son fenómenos de este debilitamiento.

En un live de los psicólogos Sergio Schilling y Mauricio Valenzuela, se han abordado estos dilemas. ¿Qué valores debería cuestionarse esta nueva sociedad para escapar de las trampas de la vida atrapada en las simulaciones digitales? Schilling comentó: “Los seres humanos sí nos autoengañamos porque poseemos imaginación”. Si los problemas surgen de nuestra capacidad de imaginar, entonces nuestras soluciones también deberían surgir de allí.

Pero la imaginación ha evolucionado con la tecnología, que ahora es prácticamente una extensión de nuestro cuerpo a través de los dispositivos celulares. Es la fuente mayor de protocultura sobre nuestras perspectivas y comprensiones del mundo. A través de símbolos y significados que absorbemos mediante redes y medios, nos formamos como personas y seres sociales más emocionales que de un carácter templado. Pero, paradójicamente, las redes sociales también nos han atrapado en un ciclo constante de comparaciones, donde somos clasificados por lo que gusta y lo que no; y al igual que empanadas con o sin pasas, pretendemos creer que lo que nos asemeja es sinónimo de virtud.

La individualización nos ha llevado a un aislamiento cada vez mayor. Nuestra atención está sesgada por estereotipos, preferencias y expectativas, que ahora son más visibles para las inteligencias artificiales que para nosotros mismos se hicieron inconmensurables: mientras creemos que controlamos la tecnología, esta moldea nuestras emociones y percepciones sin tregua ni espacio ni tiempo de observación profunda. La dopamina digital, en lugar de unirnos, alimenta la distancia del mundo real sin alternativas más atractivas, sin me gusta.

Una colega recorredora de senderos comentó lo difícil que le resultó “darse cuenta” de la pérdida de tiempo que existe para mantener contacto visual con otras personas hoy en día. “Parece extraño, pero incluso tu mente se siente en otro lugar”. La constante interacción de nuestro cerebro con el flujo interminable de dopamina que nos brindan los dispositivos, activa a la inteligencia artificial que controla el marketing y la publicidad, absorbiendo talentos en áreas tan humanas como la escritura, el arte y la economía, transformando por completo nuestra relación con los demás, haciendo ficticias las capacidades intelectuales que antes parecían naturales y obvias. El placer que brinda el mundo digital requiere menos esfuerzo que el que implica interactuar con otra persona o conocimientos más complejos. Así, la inteligencia humana ya no es un factor tan relevante, pues una máquina la produce.

Y tal experiencia, ya era observada desde el 2001, cuando la Inteligencia Artificial comenzó a transformarse en un factor revolucionario en la vida de la sociedad: “la inteligencia artificial tiene el potencial de afinar los métodos de control social de maneras que solo podemos empezar a comprender. El gran peligro es que este poder se concentre sin límites”, profetizó Zygmunt Bauman en La Sociedad Individualizada.

Una guía de trekking reflexiona: ¿qué valores deberíamos escoger para orientar nuestras relaciones humanas con el fin de volver a hacerlas estables y duraderas? Aunque los principios pueden mostrarse positivamente colectivos, sin reflexión crítica carecen de sentido. “La lealtad, por ejemplo, si no la piensas bien, puede llevarte por caminos peligrosos”, concluye. Y esto hace una diferencia sustancial en los enfoques puesto que “las redes sociales no son redes de comunicación, son redes de conexiones. Se puede conectar y desconectar a voluntad, sin consecuencias. Es el tipo de relación que tenemos hoy en día, un sustituto pobre de la interacción humana auténtica«, afirmaba en 2013 el sociólogo austríaco.

No todo está perdido. La verdadera educación debe abordar estos desequilibrios. En el podcast Lo que Importa, Daniel Matamala y Patricia Peña, directora de la Fundación Datos Protegidos, discuten los mitos y verdades sobre las redes sociales y la inteligencia artificial. El problema radica en que las mega plataformas experimentan con el comportamiento digital de manera diferenciada en cada país, adaptándose a los hábitos y costumbres locales. Esto deja a los estados nacionales sin herramientas para enfrentarse al poder de las redes. Otra derivada del problema, es la noción de «engagement» que se refiere al nivel de involucramiento, interacción y compromiso que las personas tienen con una marca, producto, servicio o incluso entre sí en diferentes contextos en los cuales los algoritmos nos acercan a otras personas con gustos similares, distrayendo la atención en los presentes.

Sin embargo, lo más importante es reconocer el poder que tenemos para ejercer autocontrol sobre el uso de nuestros dispositivos. Si los usamos activamente como herramientas para el comercio digital o para adquirir conocimientos, pueden ser beneficiosos. Pero el uso pasivo, marcado por el consumo incesante de contenido de 15 a 20 segundos, deteriora nuestras capacidades cognitivas y emocionales. Los efectos son bien conocidos: falta de sueño, dificultades para concentrarse, disminución de la empatía y aislamiento social.

Somos seres sociales, pero a diferencia de otras especies, también somos capaces de auto engañarnos. Parafraseando a Nicanor Parra, vivimos en mundos digitales imaginarios, con perfiles imaginarios, buscando la aceptación de otros seres igualmente imaginarios. Tal vez, cuando rompamos las barreras de la imaginación mal orientada, descubriremos nuevas perspectivas más saludables, y así un día cualquiera, al apagar nuestros dispositivos, podríamos entender la icónica frase de Erving Goffman allá en 1956 en su obra “La presentación de la persona en la vida cotidiana”: La vida social (digital) es como un teatro, donde todos desempeñamos diferentes roles y nos mostramos con una ‘cara’ adecuada para cada situación.

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