La casa dividida

La democracia norteamericana está en peligro cuando una minoría abusa de los poderes del estado para aferrarse al poder e intenta imponer su visión del país contra la voluntad de la mayoría. Dado esto, las próximas elecciones serán cruciales para definir si EE.UU. continuará siendo la democracia más longeva, de modo continuo, en la historia de la humanidad.

David Allen Harvey

Érase una vez dos países vecinos que se odiaban mutuamente. El primero era una sociedad principalmente rural, agraria, étnicamente homogénea, devota de un cristianismo tradicional y riguroso, patriarcal en temas valóricos. La vida de sus ciudadanos transcurría según ritmos tradicionales heredados de sus antepasados, entre el hogar familiar, la iglesia, y los campos, y rara vez uno de sus habitantes dejaba el núcleo familiar para irse a vivir en otro lugar.  Tenían un sentido de comunidad bien fuerte, como vivían rodeado de sus parientes, y eran capaces de actos de gran caridad hacia sus vecinos más necesitados. Sin embargo, miraban con desconfianza y hasta con desprecio a todo lo que venía de fuera de su mundo cerrado, y había ciertos tabúes que sus habitantes sabían que era mejor callar: la homosexualidad, las madres solteras y adolescentes, el alcoholismo, y las relaciones sexuales fuera del matrimonio simplemente no se hablaban, aunque eran pan de todos los días.

Sobre todo, miraban con horror las imágenes que les llegaban del segundo país, que representaba todo lo contrario del primero: una sociedad urbana, cosmopolita, con gran diversidad racial y sexual. Los ciudadanos de este país se mudaban continuamente, buscando nuevas oportunidades profesionales o simplemente aires nuevos, y por tanto no tenían raíces profundas en las comunidades donde vivían. Con tanta diversidad, hubo de vez en cuando choques étnicos o culturales entre grupos rivales, pero un espíritu de tolerancia y también una cierta indiferencia al qué dirán predominaban. Los habitantes del segundo país gozaban de su libertad de vivir sus vidas como les daba la gana, pero a veces sufrían la sensación de soledad entre grandes multitudes. Sin embargo, también miraban con horror al país vecino, que veían como una sociedad retrograda y represiva, y se negaban absolutamente a cambiar su estilo de vida con aquel que veían donde sus vecinos.

El primer país se llama Estados Unidos. El segundo país también se llama Estados Unidos.

Si la política norteamericana de los últimos años parece confusa y disfuncional a los que la miran desde afuera, es que las divisiones sociales y culturales se han ampliado de tal forma que casi se podría decir que se trata de dos países distintos. Algunos comentaristas hasta comparan la situación de los EE.UU. al período anterior a la Guerra Civil de 1861-1865. Pero al contrario del conflicto geográficamente claro entre el Norte y el Sur sobre la esclavitud, las divisiones actuales de los EE.UU. no clavan el país netamente en dos por una línea fronteriza continua. Si bien hay ciertas diferencias regionales (el noreste y la costa poniente más progresistas y el sur y el centro más conservadores), la diferencia principal está entre las grandes ciudades y el campo y, por lo tanto, las divisiones culturales del país entero se reproducen en miniatura dentro de casi todos los estados. De tal modo, aunque hay algunos fanáticos de los dos extremos que hablan de un “divorcio nacional”, la fragmentación geográfica es demasiado compleja para que este remedio extremo pudiera funcionar.

Hay otro factor clave que hay que considerar para entender el momento político que está viviendo Estados Unidos. El primer país que consideramos al inicio (el mundo rural y conservador) está sobrerepresentado en el sistema político, pero es el segundo país (el mundo urbano y cosmopolita) que está creciendo. EE.UU., en 2023, es un país menos blanco, menos cristiano, y menos rural que lo que era cincuenta años atrás. Y si proyectamos las tendencias actuales hacia el futuro, veremos que los EE.UU. de 2073 será un país muy distinto que lo que ha sido durante la mayoría de su historia. 

El Partido Republicano de Donald Trump (que, según casi todas las encuestas, sigue siendo el líder más popular de su sector y el nominado preferido entre los votantes republicanos para las elecciones presidenciales de 2024) es uno cada vez más antidemocrático, dispuesto a rechazar los resultados de las elecciones que pierden, a impedir que ciertos ciudadanos (sobre todo los negros y los jóvenes) puedan sufragar tranquilos, y a usar su poder político momentáneo para impedir el cambio e imponer su visión tradicional sobre un electorado que la rechaza por amplias mayorías. La violencia en el Capitolio el día 6 de enero de 2021, que quiso impedir la certificación de Joe Biden como el nuevo presidente electo, fue la primera señal de este cambio.  Esta nueva orientación anti-democrática se ve con mayor claridad en tres de los temas más vigentes del momento político actual: 1) el derecho al aborto; 2) la posesión de armas de fuego; y 3) la caza de brujas actual contra las personas trans. Lo que tienen en común estos tres temas es que la gran mayoría de los norteamericanos rechazan la posición republicana (con el rechazo más contundente entre las nuevas generaciones), pero los dirigentes del partido están usando todo su poder para imponer su visión, pese a esta oposición.

Durante medio siglo–desde la decisión de la Corte Suprema en el caso Roe v. Wade de 1973 que legalizó el aborto hasta la decisión de la misma Corte en el caso Dobbs v. Jackson el año pasado—los republicanos han anunciado su intención de prohibir cualquier interrupción de embarazo, sea cual sea el motivo. Durante este periodo, el tema les sirvió para ganar amplias mayorías del voto evangélico y del voto católico, mientras que la mayoría de los ciudadanos a favor del derecho al aborto se confiaron demasiado en la protección que ofreció la decisión de la Corte. Desde que la Corte Suprema actual, con una mayoría de jueces nominados por Trump y por los dos presidentes Bush, revirtió el fallo anterior, docenas de estados conservadores han aprobado leyes que prohíben el aborto en casi todos los casos, incluso los casos de violación, incesto o de embarazos inviables que ponen en peligro la vida de la mujer. Incluso el expresidente Trump, viendo que el rechazo masivo de la ciudadanía a estas medidas podría impedir su vuelta a la Casa Blanca, ha dicho que se ha ido demasiado lejos.

Otro tema que ha provocado mucho rechazo entre los ciudadanos se trata del porte de armas de fuego, y principalmente de las armas de asalto diseñado para el uso militar y que se han usado en la mayoría de los tiroteos que suceden casi todos los días en el país. Este tema fue la causa de un enfrentamiento político en el estado de Tennessee que llamó mucha atención a nivel nacional. Todo comenzó cuando tres diputados demócratas de la cámara legislativa del estado se unieron a una protesta contra esta asamblea para exigir que se hiciera algo para impedir estas masacres. La mayoría republicana de la Cámara les negó el derecho de hablar sobre el tema durante la sesión, y cuando dos de los diputados manifestantes, los dos afroamericanos jóvenes con el mismo nombre (Justin Jones y Justin Pearson) usaron un megáfono para protestar la decisión de negarles la palabra, la mayoría de sus colegas votaron por su expulsión. No pasó desapercibido que el decreto de expulsión cayó sobre dos negros, y no sobre una colega blanca que los acompañó, en un estado con una larga historia racista (Tennessee fue la cuna del notorio Ku Klux Klan en los años posteriores a la Guerra Civil). Si con este acto la intención de la mayoría republicana fue de callarlos, tuvo el efecto totalmente contrario: los convirtió en figuras políticas nacionales y héroes del movimiento de jóvenes hartos de tiroteos en escuelas. A nivel práctico, no sirvió de nada porque sus electores rápidamente los nombraron de nuevo a la Cámara.

Finalmente, otro de los temas más agitados ha sido la demonización de la comunidad gay, y sobre todo de las personas trans. Aquí el estado de Florida ha sido el epicentro del conflicto, y últimamente se han enfrentado el gobernador, Ron De Santis, quien tiene aspiraciones presidenciales para el próximo año, con una de las empresas más reconocidas del mundo, la compañía de Walt Disney, que en los últimos años ha adoptado una política de inclusión de las diversidades de todo tipo. Todo comenzó cuando el gobernador propuso una nueva ley para censurar toda discusión de orientación sexual en las escuelas públicas del estado. El presidente de la empresa Disney criticó esta ley en sus redes sociales, y De Santis respondió con un intento de castigar a la empresa, quitándole el poder de administrar las tierras que forman parte del conjunto de Disney World, la principal atracción turística del estado que es también la principal fuente de empleo de la ciudad de Orlando y el mayor empleador del estado. Pero los abogados de Disney fueron “más pillos”, y firmaron nuevos contratos garantizando sus derechos a perpetuidad antes de que las sanciones de De Santis pudieran tener efecto, lo que significó para el gobernador una humillación pública. La empresa también anunció que prestaría su parque para un enorme festival gay el próximo verano. La última amenaza de De Santis fue construir una nueva cárcel al lado de los parques de diversiones, lo que sería un acto curioso para un político ambicioso que se quiere presentar como un defensor de la niñez inocente. Incluso sus colegas republicanos lo están abandonando (varios diputados republicanos de Florida han anunciado su respaldo a Trump por sobre su propio gobernador). Aun es temprano, pero parece que su candidatura se está desinflando antes de ser anunciada oficialmente.

Todavía es difícil predecir hasta dónde podrían llegar estos conflictos. Entre un país que retrocede y otro que crece sin parar, aun no hay tregua. En la víspera de la Guerra Civil, el entonces candidato presidencial Abraham Lincoln advirtió que: “una casa dividida no puede seguir en pie”. Ahora la casa parece casi tan dividida como entonces, y solo el futuro dirá cuál será su destino. Lo cierto es que la democracia está en peligro cuando una minoría abusa de los poderes del estado para aferrarse al poder e intenta imponer su visión del país contra la voluntad de la mayoría. Dado esto, las próximas elecciones serán cruciales para definir si EE.UU. continuará siendo la democracia más longeva, de modo continuo, en la historia de la humanidad.