La construcción de mitos y la política en Argentina

En Argentina hay muchas razones para votar contra un sistema que no funciona hace décadas. Sin embargo, ¿es el camino votar por un sujeto con problemas mentales y que promete destruir la economía argentina para reconstruirla? Los tratamientos de choque nunca han funcionado bien en ninguna parte. Argentina no sería la excepción.

A.C. Mercado-Harvey

Me parece indiscutible la habilidad que tienen los argentinos como fabuladores y contadores de historias. No por nada tienen tantos escritores, una industria editorial vigorosa y librerías por doquier a excelentes precios. Es irrefutable la marca y categoría que tuvo y sigue teniendo Jorge Luis Borges en las letras del mundo entero. Julio Cortázar es el escritor que más influencia tuvo en varias generaciones de escritores, destacando Roberto Bolaño y la camada de escritoras argentinas que hoy rompen todo tipo de récords como Mariana Enríquez o Samanta Schweblin, por nombrar a las dos más conocidas.

Parte de esa extraordinaria habilidad ha sido también la construcción de mitos que se convierten en culto. Un gran ejemplo es la figura de Maradona, que para los argentinos es mucho más que su mejor jugador de fútbol de todos los tiempos, sino que un héroe mítico que tiene su propia religión con iglesia y fieles incluidos. Esto llega al punto de que no hay ninguna forma razonable de tener una conversación civilizada respecto a la rivalidad Maradona-Pelé, que en realidad no debería ni siquiera existir cuando Pelé ganó tres mundiales mientras que Maradona solo uno, con la famosa “mano de Dios”. Ya ese término da una idea de la categoría mítica del jugador trasandino.

Otro ilustrador ejemplo es el de Eva Perón, Santa Evita para los argentinos. No hay forma de tener una opinión crítica de una actriz que tuvo varios amantes, pero que fue santificada por los argentinos. Tan importante fue el cuerpo de Eva Perón que fue robado por los militares en los 70, como documenta la novela de Tomás Eloy Martínez y que fue llevada a la pantalla como miniserie. Santa Evita y el peronismo, irónicamente, fueron el comienzo de la camisa de fuerza que es hoy la política del vecino país.

El peronismo de los años 40 en adelante estableció una popular, pero peligrosa manera de hacer política: regalarles dinero a las personas. Evita se hizo famosa por lanzar billetes a sus fanáticos desde trenes y balcones. Este gesto de un populismo de libro de texto quedó tan enraizado en la política argentina que persiste hasta hoy. El monstruo populista, en el que se convirtió la maquinaria estatal argentina, sobrepasó bandos políticos y se ha quedado por cerca de 80 años en un país que casi llegó a ser del Primer Mundo hace 100 años y que hoy languidece con una inflación del 100% y con casi la mitad de su población bajo la línea de la pobreza.

Si bien el populismo ha sido la cara visible del peronismo, durante el kirchnerismo y particularmente durante la época en que Cristina Fernández fue presidenta, este ha traspasado un lado político. Macri dejó esto más que claro cuando prometió todo tipo de cambios que luego no materializó. El populismo se convirtió en un tipo de virus como el de la serie Last of Us: una vez mordido el presidente de turno se torna en la criatura más irresponsable en materia de política fiscal y monetaria.

El kirchnerismo en particular llegó al epítome de la corrupción con monjas recibiendo bolsos con dinero, un fiscal asesinado y una interminable lista de corruptela que llegaba siempre al nombre de la señora K, que se presentó como una reencarnación diabólica de Evita.

De este modo, el mito del peronismo también pasó a ser uno de los cultos de la mitología argentina. Incluso con intelectuales de primera línea es imposible tener una conversación racional sobre los problemas del peronismo. Para ellos todo es disculpable y debatible, porque ellos han sido los defensores de los derechos humanos, han sacado a la gente de la pobreza y han llevado al país a las alturas. No importa que la realidad diga lo contrario: la pobreza ha crecido al punto de tener a casi la mitad de la población en esa condición y la economía argentina está nuevamente al borde del colapso. ¿Qué haría un actor racional? Buscar a un candidato presidencial que pueda sacar al país del hoyo. ¿Qué hace el peronismo? Pone de candidato presidencial a Sergio Massa, el ministro de Economía que no ha hecho nada por mejorar la situación económica y que, para colmo, le pidió plata a China, un prestador que, como se ha visto en África, no duda en apropiarse de recursos naturales ajenos si no le pagan las deudas. Massa no solo hipotecó el futuro de Argentina, sino que entregó en bandeja el gran recurso natural que puede sacar al país del hoyo: el litio.

En medio de este panorama apocalíptico aparece otra de las criaturas del pantano y la mitología argentina: Javier Milei. Un tipo bombástico que se hizo famoso como opinólogo de la política argentina en la televisión. En un medio acostumbrado a figuras como Tinelli, en que la vulgaridad y el mal gusto son pan de cada día, aparece un personaje agresivo que dice cosas que a muchos argentinos comienzan a hacerles sentido. Dice lo obvio: que hay que reducir el tamaño del estado, que hay que terminar con los que viven de la teta estatal (recordemos a los gnocchi que no trabajan, pero que cobran un sueldo a fin de mes), que hay que dolarizar (en un país con la tercera peor inflación del planeta) y destruir al Banco Central (que no tiene independencia del gobernante de turno). En definitiva, Milei hace lo que cualquier populista avezado: promesas fáciles para problemas complejos. Si la economía argentina se pudiera arreglar fácilmente, alguien ya lo hubiera hecho. Si se pudiese reducir el aparataje estatal rápido, ya sería realidad. Sin embargo, nada de esto es fácil de hacer. Por el contrario, todas las medidas necesarias para sacar a Argentina del hoyo tomarán décadas. Cambiar la cultura política populista es prácticamente imposible. Así como eliminar a los porfiados infectados de la serie Last of Us, sacar la corrupción de la política argentina tampoco parece posible. Habría que inventar una vacuna que no existe por el momento.

Javier Milei es producto de ese ambiente tóxico del populismo argentino. No es del pueblo, pero se presenta como tal: “anticasta” y con pinta de Sandro, uno de los cantantes más populares de Argentina. Milei es potencialmente un remedio peor que la enfermedad, pero la gente está tan cansada de lo mismo que el domingo pasado votaron por el tipo que promete destruirlo todo: Banco Central, el peso argentino, la corrupción, etc. Dentro de la mitología argentina apareció otro personaje mítico: el salvador de la nación. Milei aparece en el peor momento del peronismo, con el resultado más paupérrimo que haya tenido en toda su historia. ¿Cómo lo hizo Milei? De la misma manera que lo han hecho todos los líderes populistas del último tiempo: cautivando y capitalizando el descontento y la rabia de los electores. Así lo hizo Trump en EE.UU. y Bolsonaro en Brasil, así lo intentó Kast y probablemente lo hará en la próxima elección en Chile, gracias a la irresponsabilidad del Frente Amplio.

Milei no solo capitalizó la rabia de un electorado que no ve alternativas, sino que rompió con el consenso democrático posdictatorial de condenar a la dictadura militar, la violación de derechos humanos, etc. Javier Milei no solo propone una relectura del legado de la dictadura, sino que puso como compañera de fórmula a Victoria Villarruel, hija de un militar que participó en el terrorismo estatal. Esto significa que sus votantes concuerdan o toleran el negacionismo en pos de sacar al país del hoyo.

La pregunta es ¿podría Milei sacar a Argentina de la crisis? Son pocos los economistas que se aventuran a decir que dolarizar es una buena solución, aunque algunos se resignan a decir que es la mejor salida en un país que no logró el consenso político para una moneda estable. También son pocos los que avalan la idea de destruir al Banco Central, pese a que en Argentina no tiene independencia y que ha sido usado para imprimir billetes a la primera dificultad. Tanto así es que la bolsa argentina cayó y su peso se devaluó frente al dólar, tras las primarias del domingo pasado. Tampoco es muy tranquilizadora la estabilidad mental del candidato Milei. Sus problemas de tal índole han sido documentados y se publicó un libro donde se cuenta su historia personal, en la cual hablaría con su perro favorito muerto a través de su hermana médium. Ninguno de estos antecedentes ayuda a tener algún nivel de confianza en las capacidades de Milei para conducir a la nación vecina.

También se sabía antes de la elección de Trump en 2016 sobre su narcisismo maligno (su sobrina siquiatra no se cansó de ir a programas de televisión afirmando el diagnóstico) y esto no impidió su elección. Argentina tal vez haya llegado al punto crítico al que llegó Estados Unidos hace siete años, cuando sus electores votaron contra el sistema. En Argentina hay muchas más razones para votar contra un sistema que no funciona hace décadas. Sin embargo, ¿es el camino votar por un sujeto con problemas mentales y que promete destruir la economía argentina para reconstruirla? Los tratamientos de choque nunca han funcionado bien en ninguna parte. Argentina no sería la excepción.

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