La guerra en Gaza y la política internacional

Las acusaciones de genocidio son incorrectas, e impiden el proceso de paz en Medio Oriente en vez de favorecerlo.  En lugar de buscar el aislamiento internacional de Israel, que solo beneficia al gobierno de Benjamín Netanyahu, sería mejor crear lazos para fortalecer los grupos progresistas de la sociedad civil israelí y árabe para fomentar el diálogo.

Por David Allen Harvey

En su cuenta pública del domingo pasado, dedicado principalmente (como corresponde) a la actualidad chilena y las iniciativas del gobierno), el presidente Gabriel Boric también habló extensamente de la guerra que lleva el estado israelí en la franja de Gaza, lo cual calificó repetidamente como un genocidio. Sin duda, el desastre humanitario que ha sufrido el pueblo palestino durante el último año y medio conmueve profundamente a todos los observadores y exige un intento unido de la comunidad internacional para poner fin a tal desastre. Pero sin dudar de las buenas intenciones del presidente, creo que fue un error usar la palabra “genocidio,” por tres razones principales: 1) no es cierto, en el sentido exacto e histórico del término; 2) podría perjudicar los intereses del estado chileno meterse en una disputa que no le afecta directamente; y 3) tales declaraciones, en vez de ayudar a resolver el conflicto, van en la dirección de impedir y dificultar una resolución definitiva.

Aunque la historia de la humanidad muestra una serie lamentable de guerras, atrocidades, y desastres, el concepto de “genocidio” no existía antes de la Segunda Guerra Mundial. A través de los procesos del tribunal internacional de Nuremberg, los expertos legales se dieron cuenta que faltaba un nuevo término para clasificar las atrocidades cometidas por el Tercer Reich, y sobre todo su intento de eliminar una “raza” entera de la faz de la Tierra, sin distinguir entre culpables e inocentes, combatientes y civiles, estado de guerra o estado de paz, sin excepciones y sin tregua, hasta matar a todos los hombres, mujeres, y niños judíos que cayeron en las manos de los nazis. Todavía debaten los historiadores si el Holocausto fue o no fue un evento único y sin paralelos en la historia de la humanidad. Sin pronunciarme sobre este debate académico (en estricto rigor, todos los eventos históricos son únicos, pero también todos se pueden comparar y clasificar), quisiera afirmar que son muy pocos los casos históricos que se podrían legítimamente calificar de “genocidio,” y que el término no es aplicable al conflicto actual de Gaza.

La evidencia indica que el gobierno de Benjamín Netanyahu ha cometido crímenes de guerra: esto lo afirma hasta Ehud Olmert, ex primer ministro y líder opositor israelí. Pero es preciso no olvidar que la tragedia comenzó con la masacre, violación, y tortura de más de dos mil civiles israelíes por parte de Hamas el 7 de octubre de 2023, y que depende enteramente de Hamas poner fin a la guerra y negociar un acuerdo de paz. Se puede y se debe condenar al gobierno de Netanyahu por no tomar medidas para proteger a civiles indefensos cuando bombardea a las aldeas densamente pobladas donde se esconden los combatientes terroristas de Hamas, como hicieron sus predecesores en medio de conflictos anteriores. Pero, para calificarlo de “genocidio,” habría que demostrar que el estado de Israel tiene un proyecto intencional y consciente para matar a todos los palestinos, incluso los que viven tranquilamente en Cisjordania o en Israel mismo, incluyendo mujeres y niños inocentes. ¿No es evidente, hasta a los observadores más críticos de la conducta de los israelíes en la guerra actual, que ese no es el caso?

Pasaré más rápidamente sobre el segundo punto, porque desconozco las necesidades técnicas de las fuerzas armadas chilenas. Es posible, como afirma el presidente Boric, que Chile podría encontrar otros proveedores y así reducir su dependencia en armas y armamentos israelíes. En nuestro triste mundo, abundan los productores de fusiles, misiles, bombas, y aviones de combate. Pero si un embargo total a estos artefactos de guerra provenientes de Israel perjudicara a la seguridad nacional del país, creo que habría que pensarlo muy bien antes de dar este paso, puesto que Chile no tiene solo amigos en sus fronteras.

Quiero hablar más extensamente sobre mi tercer punto, porque creo que hay factores y consideraciones que quisiera elaborar que no han tomado en cuenta ni el gobierno ni la mayoría de la opinión pública chilena. Aunque pueda parecer paradójico, creo firmemente que las acusaciones de genocidio contra el estado de Israel tienden a prolongar el conflicto y alejar la posibilidad de un acuerdo de paz.

Para entender esta paradoja, es necesario conocer mejor la historia y la cultura política israelíes. De partida, hay que señalar que la memoria del Holocausto es un trauma nacional compartido (la mayoría de los israelíes tienen antepasados que murieron a manos de los nazis), y constituye en gran medida la raison d’être del estado de Israel, que fue creado en 1948 con el objetivo de impedir que tal tragedia pudiera repetirse.

Esta memoria también forma parte central de la narrativa histórica que propone el nacionalismo sionista y que maneja diestramente el primer ministro Netanyahu. Los observadores extranjeros poco informados a veces dicen que los israelíes no aprendieron nada del Holocausto. Esta afirmación es falsa: se podría decir que aprendieron una lección demasiado bien, y que los principios y creencias que sacaron de esta memoria ahora les impiden encontrar una salida al conflicto actual.  La lección es la siguiente: el mundo es un lugar peligroso y cruel, donde el odio contra los judíos es una constante y, por lo tanto, su seguridad e incluso su sobrevivencia depende de su vigilancia constante y de su intransigencia de nunca ceder, puesto que si dan la mano, sus enemigos se tomarán el codo. Este es el mensaje que Netanyahu comunica a sus conciudadanos, diciéndoles que su mano dura es lo único que les pueda proteger de un nuevo Holocausto.

Por lo tanto, las condenas internacionales y las acusaciones de genocidio, en un sentido perverso, favorecen al gobierno de Netanyahu. Si el resto del mundo les odia, si Israel realmente se encuentra solo y vulnerable a un enemigo que quiere su destrucción total (y nadie debe dudar de las intenciones genocidas de Hamas, que mataría a todos los judíos del mundo si tuviera la capacidad de hacerlo), entonces la única salida para Israel es la guerra hasta las últimas consecuencias, y el apoyo a Netanyahu la única opción política viable.

No hay que olvidar que Israel es una democracia liberal multi-partidista con debate abierto y grandes diferencias ideológicas entre los partidos. La izquierda pluralista y secular, que favorece la paz y la coexistencia con los palestinos, siempre ha formado una parte importante del espectro político israelí, pero está actualmente muy debilitada, puesto que la mayoría de los israelíes han perdido fe en el proceso de paz. Además, e irónicamente, son las fuerzas progresistas israelíes que más han sufrido por los boicots y la exclusión de foros académicos y culturales internacionales, mientras que a la derecha nacionalista le da exactamente lo mismo. Si las fuerzas progresistas chilenas quieren favorecer el proceso de paz en Medio Oriente, un buen paso sería fortalecer sus lazos con grupos pluralistas y pacifistas de las dos bandas, tanto israelíes como árabes, y así amplificar sus voces y darles una plataforma para promover otra visión del mundo y de su futuro.

He escrito anteriormente en este medio sobre las posibles salidas del conflicto entre israelíes y palestinos, y no voy a repetir todo lo que ya he dicho. Me limitaré a afirmar que la única salida del conflicto ha sido clara desde el principio, pero mientras más tiempo dure la guerra y más muertes provoque, más difícil será para ambas partes conceder.

Para poner fin a la guerra, Israel necesita garantías internacionales de su seguridad e integridad territorial, las cuales podrían crear las condiciones para que un gobierno más progresista entregue tierras a un futuro estado palestino. Devastada por muchos años de guerra, Palestina no está, y por mucho tiempo no estará en condiciones de levantarse sola. Necesitará ayuda económica de los países desarrollados y de los países árabes ricos del Golfo Pérsico. También precisará de fuerzas internacionales de seguridad para desarmar los grupos terroristas y fomentar el desarrollo y la reconstrucción. Confieso que no estoy muy optimista de que se adopten estas medidas tan obvias para resolver el conflicto, pero tal vez vendrá el día cuando el fracaso evidente de la guerra pueda convencer a israelíes y palestinos a seguir el camino de la paz.

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