Por Esteban Valenzuela
En pocas semanas más, el 7 de enero, se cumplirán 35 años desde que en 1989 la dictadura militar derogara definitivamente la ley 16.640 de Reforma Agraria, la que había regido desde 1967.
Tras una serie de medidas que desvirtuaron el sentido de la Reforma, aplicadas sobre todo en los primeros años de la dictadura, Pinochet entregó el poder con la clara voluntad de no dejar vestigio de la decisión soberana del Congreso Nacional de 1967.
Pero ni eso pudo poner sombra sobre la Reforma Agraria, un hecho fundamental, quizás el más trascendente, en la historia contemporánea del campo chileno. Por ello, es oportuno recordar cuál fue el contexto en que se impulsó este cambio radical en el sistema de tenencia de la tierra en Chile.
Luego de independizarnos de los españoles, la institución central de la Colonia, que fue la encomienda, se mantuvo en la república con el nombre de hacienda. La hacienda tenía dos características muy negativas: una, que se cultivaba la menor parte del terreno y el resto era algo así como un lugar de paseo de los patrones, y lo segundo es que los trabajadores no tenían salario. Las relaciones laborales eran sin salario; en la gran mayoría de los casos, los peones no tenían derecho a sindicalización, negociación colectiva ni previsión social. En todo el mundo, en los países más igualitarios, hubo reforma agraria en el siglo XIX: en España con la reina Isabel, en Japón, Corea, en Estados Unidos con un proceso de entrega, distribución o devolución de tierras a grupos indígenas. En América Latina, la revolución mexicana reformó el campo a inicios del siglo XX, distribuyendo las tierras en porciones que llamaron ejidos.
Chile siempre se resistió a hacer la reforma agraria. Cuando ganó la revolución cubana, hasta los norteamericanos con el presidente John Kennedy lanzaron en 1962 la Alianza para el Progreso, cuyo objetivo fundamental fue distribuir la tierra en Latinoamérica.
Estudié en la Universidad de Wisconsin de ese país que apoyó procesos de reforma agraria en toda América Latina. En Chile, la entrega de tierras a los campesinos la comenzaron los curas progresistas, el cardenal Silva, el obispo Manuel Larraín, curas católicos que desde 1955 apoyaron la demanda por organización en el campo. Llegó un momento definitivo cuando el gobierno del presidente Jorge Alessandri creó INDAP, el Servicio Agrícola y Ganadero, SAG, el Instituto de Investigaciones Agropecuarias, INIA, con el fin de modernizar el campo para mejorar las especies y cultivos. Se inició así el plan frutícola en la época de Frei y Allende. Con el gran presidente Frei de los campesinos, se inició la reforma agraria en 1967 y la ley de Sindicalización Campesina, con la entrega de cerca de tres millones de hectáreas de suelo productivo a los campesinos. Ello fue fortalecido por el presidente Allende que en solo tres años, entregó cerca de 6 millones de hectáreas. El impacto de este proceso cambió para siempre el mapa del mundo rural: desde ese momento, los trabajadores debían tener contrato y las organizaciones campesinas cobraron enorme importancia, entre otros avances.
Lamentablemente, en los años de dictadura se perdió la capacidad de negociación colectiva, lo que hoy se busca recuperar entre otras cosas con un estatuto del trabajador temporero de la fruta con el objetivo de dar más dignidad en el trabajo, aunque hay muchas industrias que sí tienen organización sindical.
Un capítulo aparte fue la reacción del gobierno cívico militar en cuanto tomó el poder por la fuerza. La dictadura se vengó y mató a muchos campesinos, cerca de 400 en todo el país, 30 familias en las que fueron asesinados los papás, hermanos, tíos, como ocurrió en Lonquén en Mulchén, en muchas localidades.
Pero el germen del cambio ya estaba sembrado en el campo chileno, de modo que ni siquiera la dictadura logró volver el proceso completamente atrás, y entregó títulos de parcelaciones al menos al 50% de los terrenos que habían sido entregados a campesinos y campesinas que trabajaban la tierra. Muchos eran pequeños productores y productoras de la agricultura familiar campesina, la misma que provee las verduras que se venden en las ferias libres y que alimenta a las familias chilenas.
Por eso, en un año que ha tenido resonancia por el medio siglo que se cumplió desde que los militares arrebataron el poder por la fuerza, recordamos la huella que dejó la reforma agraria a 35 años de su total derogación por la dictadura militar.
2 comentarios en “La huella de la reforma agraria”
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