“La política es el arte de dirigir el circo desde la jaula de los monos”
H. L. Mencken
Por David Allen Harvey
La observación de Mencken, un periodista y parodiador norteamericano de comienzos del siglo XX, parece más cierta que nunca, dado el caos y disfunción de la Cámara Baja del Congreso de los EE.UU. Los comicios legislativos del año pasado revelaron a un país dividido casi igualmente en dos: los republicanos controlan la Cámara Baja por un margen de 222 escaños contra 213 de los demócratas, mientras que en el Senado, son los demócratas quienes tienen una ventaja estrecha de 51 contra 49. Gobernar con márgenes tan mínimos sería difícil bajo las mejores circunstancias, pero la compleja situación internacional, con guerras en Ucrania y en la franja de Gaza, una situación económica muy delicada, con el aumento de la inflación y también de la deuda fiscal y, sobre todo, una polarización política agravada por el fallido golpe del 6 de enero de 2021 y los múltiples casos judiciales contra el exmandatario Donald Trump lo han hecho casi imposible.
El último signo de la disfunción política ha sido la incapacidad de la mayoría republicana de la Cámara Baja para escoger a un presidente (“Speaker of the House”) desde sus filas. Hasta que este conflicto se resuelva, las funciones básicas de gobernar seguirán paralizadas.
Todo comenzó cuando los republicanos retomaron la Cámara Baja en las elecciones de noviembre del año pasado, y acordaron utilizar su nuevo poder para debilitar al gobierno del presidente demócrata Joe Biden y así facilitar el retorno de los republicanos (sea el expresidente Trump u otro candidato) a la Casa Blanca en la elección presidencial del 2024. El entonces líder legislativo del partido republicano, Kevin McCarthy, solo llegó a la presidencia de la Cámara tras quince balotajes en lo que habitualmente es un proceso rutinario, y tras hacer varias promesas al ala más extrema de su partido. McCarthy, diputado de California, es un político hábil y ambicioso, querido por la mayoría de sus colegas republicanos, y con contactos estrechos con el mundo empresarial que lo han convertido en el Midas de las campañas electorales (una ventaja enorme en un sistema en que todo se rige por dinero). Pero el pecado capital de McCarthy, según sus críticos, fue forjar un acuerdo presupuestario con el presidente Biden. Uno de estos críticos, el diputado Matt Gaetz de Florida, llamó a la destitución de McCarthy de su posición, y con ocho votos republicanos a favor (más todos los diputados demócratas), McCarthy fue destituido el 3 de octubre.
Desde entonces, la Cámara sigue en el caos. Primero fue el aliado de McCarthy, el diputado Steve Scalise de Louisiana, el nominado para liderar la Cámara, tras una elección interna de la fracción republicana en que venció a Jim Jordan de Ohio. Hay poca diferencia ideológica entre los dos pretendientes a la sucesión; los dos son figuras de la derecha dura (más ideológicos y menos pragmáticos que McCarthy) y totales opositores del mandatario actual. La diferencia es que Jordan es un aliado estrecho (un títere según algunos) del expresidente Trump, dispuesto a seguir todas sus órdenes, mientras que Scalise quiso mantener la autonomía del poder legislativo y reconoce la necesidad de gobernar. A pesar de un acuerdo entre los dos congresistas de respetar el resultado de la elección interna, los partidarios de Jordan votaron en contra de Scalise cuando su nominación fue sometida a la votación de la Cámara completa, y éste retiró su nombre del proceso. Luego Jordan, con el apoyo fuerte del expresidente Trump y del mundo mediático de la derecha dura norteamericana, quiso presentarse a la votación, y se sirvió de amenazas contra los colegas que se atrevieran a oponerse. Estas amenazas parecen haber tenido el efecto contrario a lo que querían: más de veinte partidarios de McCarthy o de Scalise han votado tres veces en su contra.
Por lo menos hasta ahora, Jordan no tiene los votos necesarios para ser elegido presidente de la Cámara, pero como se niega a bajar su candidatura, las votaciones continuarán y el proceso legislativo quedará paralizado. Los demócratas, unidos tras su líder, el diputado Hakeem Jeffries de Nueva York, han ofrecido participar en un gobierno de coalición, pero no votarán a favor de ningún candidato republicano sin un acuerdo de compartir el poder de legislar, posibilidad que (hasta ahora) ninguno de los líderes republicanos está dispuestos a considerar. Hasta que se resuelva este impasse, el Congreso no podrá aprobar un presupuesto, pasar leyes, ni otorgar ayuda económica y militar a sus aliados en los conflictos de Ucrania y de Gaza.
Hay varios elementos internos de la política y gobierno de los EE.UU. que es preciso entender para comprender la crisis actual. Al contrario de Chile, EE.UU. tiene un sistema binario en que solo dos partidos, los demócratas y los republicanos, tienen representación en el Congreso. Por lo tanto, los dos partidos son efectivamente dos grandes coaliciones que carecen de unidad ideológica (en términos chilenos, es útil pensar en una alianza desde Frente Amplio hasta la Democracia Cristiana, y otra alianza desde Evópoli hasta los Republicanos). Por lo tanto, los conflictos internos son constantes. En otra época, los lideres de los partidos, que controlaban tanto la agenda legislativa, las comunicaciones, y los fondos de campaña, tenían las herramientas para imponer la disciplina, pero todas estas herramientas han desaparecido. Con las redes sociales y los canales de noticias de telecable, los disidentes ahora tienen los medios de hacer campaña y recaudar fondos sin recurrir a los líderes de sus partidos. En el lado republicano, la presencia constante del exmandatario Trump ha formado otro polo de atracción que debilita a los lideres legislativos de su propio partido y empoderan a los disidentes dispuestos a besar el anillo. Estos hechos explican cómo un diputado como Matt Gaetz, un joven sin experiencia política, pudo derrotar el presidente de la Cámara, cosa impensable en otra época.
Otro factor que produjo el ambiente polarizado del momento: los demócratas y los republicanos parecen cada vez más habitar en dos países distintos (hice un análisis más detallado de esta realidad en otro artículo d El Regionalista de abril de 2023, “La casa dividida”): los demócratas viven en grandes ciudades, sobre todo en el oeste y el noreste del país, mientras que los republicanos suelen habitar en el campo, en los pueblos pequeños, y en la extensa zona sur y centro del país. Los republicanos suelen representar al país tradicional (de mayoría blanca, cristiano creyente y mayor de edad), mientras que los demócratas (a pesar del mandatario octogenario actual) reflejan más a la juventud y a la diversidad étnica y cultural del país del siglo XXI. Viven separados, siguen fuentes de información distintas, y conversan poco unos con otros. Estas diferencias se han amplificado en la era de Trump, quien inspira una devoción bordeando el fanatismo de un grupo y genera un rechazo intenso del otro.
También influye el sistema electoral del Congreso. Los EE.UU. son, como saben algunos, una república federal, y los gobiernos locales de los 50 estados mantienen muchas funciones de la administración, entre las cuales está definir las circunscripciones electorales y la manera de votación. Desde los comienzos de la república, algunos jefes de la política local se han servido de estas funciones para aferrarse al poder, definiendo los límites entre las circunscripciones para favorecer a sus partidarios y poner trabas a sus adversarios. Esta práctica recibió el apodo de “Gerrymander” gracias a un antiguo gobernador del estado de Massachusetts, Elbridge Gerry, quien estableció un distrito electoral que, según sus opositores, tenía la forma de una salamandra en el mapa. Pero sobre todo desde el año 2010, poco después de la elección de Barack Obama, los gobernantes de los estados de mayoría republicana, como Texas, Florida, y Ohio, han utilizado estos poderes para garantizarse una mayoría constante, sea lo que sea la voluntad de los electores. (Para ser justo, hay que reconocer que algunos estados de mayoría demócrata, como Illinois y Nueva York, han hecho lo mismo). Como resultado de estos abusos, y también de la concentración residencial de los dos partidos en distintos lugares, se ha estimado que menos de 50 de los 435 escaños del Congreso son realmente competitivos. En los demás, es casi garantizado que ganará o un republicano o un demócrata y, por lo tanto, los diputados tienen poco temor de ofender a sus votantes. Sobre todo del lado republicano, esta polarización ha llevado al extremismo y al populismo, y facilitó el acenso de Donald Trump, el demagogo más hábil de los últimos años.
Es difícil predecir cual será la salida del conflicto actual. En este momento, la candidatura de Jordan no parece viable, aunque esto podría cambiar, sobre todo si el expresidente Trump comienza a presionar a los congresistas para apoyar a su candidato preferido. Es posible que emerja una candidatura de compromiso, que tanto los partidarios de McCarthy y los de Jordan podrían apoyar. También es posible una coalición entre las alas centristas de los dos partidos que mantengan el poder hasta la próxima elección. Pero, por el momento, los monos han tomado el circo y están dando un espectáculo lamentable al país.