Los traumas de hace cinco décadas, en un mundo totalmente distinto, no pueden condicionar la gestión de un Banco Central moderno que contribuya al anhelado nuevo pacto social. Es necesario terminar de una vez por todas con la total independencia de la institución y disminuir su opacidad en la rendición de cuenta pública.
Por Edison Ortiz
Estamos ad-portas de conmemorar la tragedia del 11 de septiembre de 1973 con todas sus secuelas. Una de las menos exploradas y de mayor impacto es, sin duda, la institucionalización de un Banco Central (BC) independiente que enuncia sin debate su mantra casi religioso sobre la economía, más que una entidad racional al servicio del bienestar general y del ciudadano común. Por su manera de operar, parece una institución que está por sobre el bien y el mal, aunque suele favorecer a los poderosos y no a los que sufren con desempleo sus decisiones, todo en nombre de proteger a los más débiles de la inflación.
Otra vez la constitución del 80’
Hay que reiterar que el BC cumple una función monopólica en la emisión de dinero. Es, por lo tanto, una entidad con mucho poder cuyos directivos se confunden a sí mismos con los dioses del Olimpo, con un coro monocorde de economistas y políticos que lo respalda e intervenciones sin réplica y, si la hubiere, los medios se encargan de silenciarla.
La ideología del BC es la del pensamiento único que somete la economía a recesiones periódicas, como una especie de purga necesaria por los pecados cometidos, en este caso los retiros de fondos desde las AFP. Proviene de la corriente en economía que sostiene que el poder político es veleidoso por definición y sólo piensa en las próximas elecciones.
De hecho, su instalación en Chile no fue fruto de un consenso generalizado. En los pasillos de las facultades de economía es sabido que incluso los padres del neoliberalismo –von Hayek, por ejemplo-, le tenían mucha desconfianza a los BC y Friedmann llegó a sostener que eran un escollo para la libre economía. Como se sabe, no son neutras sus decisiones y suelen responder a una cultura de dogmas y de representación de intereses empresariales. De allí que quienes llegan a dirigirlo o a ser parte de su consejo, provienen todos, sin excepción, del mundo del pensamiento único. Los heterodoxos, en tanto, que piensan en el desarrollo, nunca son nombrados para esa instancia. Tal vez, la única excepción fue Roberto Zahler.
También, se sabe que, por la misma razón anterior, su composición responde a la lógica del cuoteo político binominal. Es decir, UDI-RN en la derecha deciden quienes serán allí sus representantes y en el mundo de la ex Concertación, PDC-PPD-PS ponen el timbre a los elegidos. El aspirante es propuesto por el Ejecutivo al Senado y la lógica para pasar esta cortapisa es no ser vetado por la coalición adversa. De allí que ningún candidato durante su carrera al BC emita alguna señal que pudiera ser malentendida por el sumo sacerdocio del BC y su séquito.
Los integrantes del BC y su irresponsabilidad política
La Constitución del 80 declara al BC un ente “técnico”. Pero su composición política y el no rendir cuentas ha provocado desastres en nuestra historia reciente. Este fue el caso de “la crisis Massad” y la sobrerreacción a la crisis asiática en 1999
Diversos economistas independientes señalan que este tema es uno de los que se tiene que discutir en el contexto de la Convención y la nueva constitución. La constitución de 1980 estableció que, por regla general, las autoridades son responsables de sus actos y susceptibles de destitución mediante una acusación constitucional, menos los consejeros del BC. En principio se los quiso alejar de toda instancia política, más allá de informes sin consecuencia al Senado, lo que finalmente condujo a que estén al margen de todo escrutinio público. Sus informes de estabilidad financiera (IEF) y de política monetaria (IPOM) tienen un nivel sólo para iniciados. Tanto, que cuando su presidente entrega su cuenta al Senado, la envía sólo la noche previa: los honorables no tienen los instrumentos de escrutinio y, por tanto, el informe no es objeto de deliberación real.
La Constitución del 80 declara al BC un ente “técnico”. Pero su composición política y el no rendir cuentas ha provocado desastres en nuestra historia reciente. Este fue el caso de “la crisis Massad” y la sobrerreacción a la crisis asiática en 1999. O bien las decisiones de José de Gregorio, que en 2008 primero subió las tasas de interés poco antes de la mayor crisis mundial en 70 años y luego las bajó tardíamente. Rodrigo Vergara, con Piñera y Bachelet, siempre llegó tarde a impulsar la economía.
El actual presidente, Mario Marcel, a veces actuó más rápido, pero ha tenido varias intervenciones con incidencia que no pasa inadvertida: en Bachelet II defendió y aplaudió el sistema de capitalización individual y criticó el de reparto. Recientemente, a propósito del primer retiro del 10%, señaló que no opinaba de política. En marzo, de 2020, salió a defender la equivocada política de austeridad de Piñera, que tuvo como consecuencia una explosión del desempleo y efectos perniciosos sobre los sectores más vulnerables. Ahora, a raíz de la discusión del cuarto retiro, no sólo subió la tasa de interés sino que, de paso, sigue defendiendo a las AFP’s.
¿Son todo los BC del mundo como el chileno?
No. Más bien, el BC chileno es la excepción, ostentando una singularidad única en el planeta: independencia de objetivos y de manejo institucional. En definitiva, un modelo extremo.
Así, por ejemplo, el BC de Nueva Zelandia, es autónomo pero supeditado a los propósitos gubernamentales. Entonces, cuando asume un nuevo ejecutivo se produce una reunión cumbre de coordinación con el BC, en que la administración le comunica sus grandes objetivos, a los que el BC supedita su gestión. En Chile, en el ámbito de la política de intereses, se toman medidas alcistas por las presiones que recibe el consejo desde los ambientes financieros y de la prensa empresarial.
La mayoría de los BC del mundo tiene un nivel de coordinación mucho más profunda con sus respectivas administraciones o expresiones de los territorios. Así lo hace la Reserva Federal (FED) con la junta de gobernadores; mientras Estados Unidos tiene una inflación superior a la chilena su tasa de interés es muy baja y su presidente, con la más absoluta tranquilidad, señala que la inflación es transitoria. En casa, mientras nos aproximamos a una tasa inflacionaria del 4% y se debate el cuarto retiro, el presidente del BC anuncia el apocalipsis y catástrofes, léase aumentos de precios e impactos en el mercado financiero.
Epílogo
El actual Banco Central se siente cómodo con el sistema de AFP, con el modelo económico oligárquico y segregacionista. Es muy conservador y amigo de los poderosos y lejano de los más humildes. Es una institución que no se hace cargo de los problemas actuales de los habitantes del país. Es una institución que se acostumbró a vivir de glorias pasadas cuando eran otros los problemas de esta sociedad.
El hecho es que la decisión de subir la tasa de interés subirá los costos financieros para las pymes, relegando a un puesto secundario la creación de empleo. Chile y su pueblo, no pueden continuar con un Banco Central al margen del control democrático. Ello hace más urgente la necesidad de emprender reformas profundas a esta institución con fueros y privilegios y exenta del escrutinio público. Entre las más urgentes están: en la Carta Magna, terminar de una vez por todas con la total independencia del BC y disminuir su opacidad en la rendición de cuenta pública; dos, establecer una coordinación obligatoria con otras agencias gubernamentales donde se recojan, además, los compromisos de los gobiernos democráticos que buscan mejorar la calidad de vida de la gente; y tres, definir una función que vaya más allá de la mera estabilización de los precios. Los traumas de hace cinco décadas, en un mundo totalmente distinto, no pueden condicionar la gestión de un Banco Central moderno que contribuya al anhelado nuevo pacto social.
El actual BC se siente cómodo con el sistema de AFP, con el modelo económico oligárquico y segregacionista. Es muy conservador y amigo de los poderosos y lejano de los más humildes. Es una institución que no se hace cargo de los problemas actuales de los habitantes del país. Es una institución que se acostumbró a vivir de glorias pasadas cuando eran otros los problemas de esta sociedad.