Por A.C. Mercado-Harvey
La crónica roja ha tenido que trabajar a tiempo completo en Chile en las últimas dos décadas, asunto que parece haberse intensificado en los últimos 5 años. Las cifras nos hablan de un aumento de los homicidios en el país. Dejaremos a los analistas expertos las causas que, a la luz de la información de prensa, parecen estar ligadas fuertemente a un aumento del narcotráfico. En esta crónica quiero hacer una reseña sobre un ensayo escrito por Alia Trabucco Zerán acerca de cuatro casos de mujeres que cometieron asesinatos en distintas etapas de nuestra historia durante el siglo XX. El estudio de estos homicidios está muy bien enfocado desde una mirada feminista por parte de la autora. Esa perspectiva es lo interesante de este ensayo, como también lo es la utilización de la hibridez discursiva en la inclusión de un diario que lleva la autora con sus reflexiones respecto a su investigación y un pastiche que tiene la voz ficcionalizada de una de las asesinas y partes del expediente judicial. Como todo texto posmoderno, este libro no es un ensayo tradicional con la exposición de un argumento, los hechos y una clara conclusión, a partir del análisis. Los elementos están: hay análisis y exposición de los hechos, pero está la subjetividad del diario y la construcción de ficción. La autora tampoco esconde la fuerte perspectiva feminista de su análisis, ni su visión marxista de la historia.
En palabras de Trabucco Zerán: “Las homicidas es un ensayo que, a partir de la reflexión, busca una salida a la condena de Eco. Una fuga al poder normativo de la representación de la mujer criminal como una estrategia para desmontar otros discursos profundamente prescriptivos en torno a “lo femenino” en general. Lo interesante del análisis de Trabucco Zerán es que saca a la mujer homicida del espacio de la debilidad a la que siempre se ha intentado restringir, dentro de la mentalidad patriarcal. Si bien no desconoce la excepcionalidad de las mujeres asesinas, las pone en un plano multidimensional, en el que se abre el contexto de las homicidas. Lo que expone la autora es la realidad de mujeres en una sociedad patriarcal que no soportan la situación que les ha tocado vivir y terminan en la concreción del acto criminal. En la narración no hay una glorificación del asesinato, pero tampoco la infantilización de la mujer como casi incapaz de cometer un crimen por su sola condición de mujer, que es la narrativa del pasado.
Los cuatro homicidios que narra Trabucco Zerán ocurren en momentos históricos claves para los derechos de las mujeres en Chile. Esa es una conexión bastante interesante que hace la autora y que lo señala de la siguiente manera: “Icónicos en la historia policial chilena, estos asesinatos ocurrieron en momentos clave del feminismo. O, tal vez, la lógica sea la inversa: cada estallido feminista contó con un asesinato ejemplar, delitos que servirían de chivo expiatorio para castigar a la mujer insubordinada”. El primero, cometido por Corina Rojas en 1916, coincide con la primera ola del feminismo chilena; el segundo, el de la suplementera Rosa Faúndez, ocurrió en 1923 y, según la autora, sirvió para cuestionar las consecuencias de la incorporación de la mujer al mercado laboral; el tercero, en 1955 realizado por la escritora María Carolina Geel fue útil para discutir los peligros del feminismo tras conseguir pleno derecho a voto y, por último, los asesinatos en serie de María Teresa Alfaro en 1963, los peligros de la liberación sexual de las mujeres por medio de la píldora anticonceptiva.
En todos los casos la pena de muerte nunca fue ejecutada y el indulto presidencial fue otorgado en dos de los casos. La dinámica de clase también está presente, porque en el caso de Rojas y Geel, a quienes se les otorgó el indulto son mujeres de la alta sociedad santiaguina; mientras que, en los casos de Faúndez y Alfaro, quienes cumplieron parte de su condena, no hubo indulto y son mujeres de bajo estrato social, cuyos crímenes revelan el abuso de poder, particularmente en el caso de Alfaro. En un país tan clasista como el nuestro este elemento no podía estar ausente, ya que la justicia nunca se ha aplicado por igual independiente de la clase social (no nos olvidemos de las risibles clases de ética a los empresarios y políticos corruptos).
Otro punto que no se le escapa a Trabucco Zerán es lo que la académica argentina Josefina Ludmer llama “las tretas del débil”, es decir, la victimización de la mujer. En todos los casos, en un punto u otro del expediente judicial, se utilizó la condición de “sexo débil”, “locura”, “histeria” a favor de las criminales para lograr su liberación o una sentencia menor. También aparece la clásica dinámica de lo femenino y lo masculino cuando Rosa Faúndez es caracterizada como falta de emoción y casi masculina en sus actitudes. El hecho de que ella cumpliera una labor hasta entonces masculina, suplementera de diario, es citado como una causa para su supuesta “masculinidad’. El contexto de la reciente inserción laboral de las mujeres no pasa inadvertido en los argumentos y en el debate público sobre el caso. La historia de Faúndez, como la de Rojas, no es nueva ni excepcional: es la de muchas mujeres chilenas sometidas a un matrimonio infeliz. La gran diferencia es que en 1916 y en 1923 no había ninguna posibilidad de separación legal. En el caso de Rojas no es ella la autora material del crimen, sino su amante; en el de Faúndez no solo es la autora material, sino con un claro componente de psicopatía, ya que la mujer descuartizó y diseminó el cuerpo de su marido por todo Santiago. Ese tipo de crimen, que hoy vemos con cierta frecuencia por el creciente narcotráfico, fue un shock a la sociedad chilena que no había visto tal modus operandi y menos por parte de una mujer. Lo interesante es que este es un tipo de crimen que ha sido recordado por mucho tiempo en nuestra región por aquel ocurrido en Sewell en los años cuarenta, a manos de una mujer que descuartizó a su marido y alimentó a los sewellinos con carne hecha de la víctima. El hecho da cuenta de la fascinación macabra que debe haber provocado el caso de Faúndez en su momento.
El caso de María Carolina Geel, especie de copycat de María Luisa Bombal, nos habla de un caso de un crimen sin aparente explicación, más allá de un enfermizo afán de avanzar una carrera literaria. Geel era una admiradora de Bombal, quien llevó a cabo lo que había intentado fallidamente la famosa escritora chilena: matar a su amante. Geel lo hace a plena luz pública y luego, enigmáticamente, se niega a decir una palabra sobre el crimen para luego publicar un libro desde la cárcel, Cárcel de mujeres, queha sido recientemente reeditado. El crimen sin explicación aparente provocó en su momento revuelo público y trajo de vuelta el tropo de la locura femenina.
Finalmente, el caso de Alfaro nos revela el drama de las empleadas puertas adentro, en una época de nulos derechos laborales. Este caso es complejizado por el hecho de que la mujer fue forzada a someterse a abortos por parte de sus patrones. Al parecer, ese trauma la habría llevado a envenenar a tres de los hijos del matrimonio y a la madre del dueño de casa, quien era médico y mantenía el veneno en casa. Estos horrorosos crímenes en serie nos revelan la asimetría de clases, el drama de las trabajadoras de casa particular puertas adentro y la hipocresía que seguimos viviendo en Chile respecto al acceso al aborto.
El ensayo de Trabucco Zerán está muy bien narrado, pero además cumple con la función de desentrañar dinámicas de clase y de género aún presentes en la sociedad chilena del presente. Por eso recomiendo leer este libro que, además de dinámico en su narración, contiene elementos menos convencionales como la hibridez discursiva y una mirada diferente de un feminismo problematizado y no estereotipado. Destaco, además, que, por la formación legal de la autora, disecciona muy bien nuestro sistema judicial, otro punto que es revelador a la luz del aumento de homicidios en Chile. Este libro, sin ser historiográfico, hace una examinación del pasado y nos da luces sobre el presente.