“¡Lo siento… no tengo tiempo!”: atrapados entre el perseguir, escapar y retener

“Ahora que sacamos los adornos de Halloween, hay que comprar los de Navidad”, comenta una pequeña sobrina, tomando conciencia de lo que significa aprender rutinas ligadas a las agendas de celebraciones. La sensación de que el tiempo “vuela” es una percepción generalizada que nos afecta a todos, sobre todo en la organización de la agenda que nos imponen el marketing y la publicidad invasiva.

@marcelenredes

¿Cómo surge, desde un régimen temporal acelerado como el actual, esa voz interior que nos dice “no tengo tiempo ni para terminar de leer un libro, estar con la persona que quiero, o retomar ese pasatiempo abandonado”? El tiempo es el activo más valioso, ya que vivir es tener tiempo. Si no tengo tiempo, eventualmente me convierto en un fantasma que no sabe que ha muerto, pues la muerte es el fin del tiempo.

Entonces, si vivir es tener tiempo, ¿cómo se explica que una cosa sea y no sea a la vez? ¿De dónde surge esa emoción? Según el filósofo belga Pascal Chabot, la sensación de que no tenemos tiempo tiene que ver con la percepción de pertenencia. Al igual que la pequeña sobrina, notamos que el tiempo está organizado antes de nacer y que responde a una estructura social en la que cada existencia es parte de una máquina: la sociedad nos ha robado el tiempo.

La estructura del tiempo se caracteriza por ser constante e invariable, moviéndose inexorablemente entre pasado-presente-futuro. Chabot sostiene que el pensamiento crea una temporalidad. Así, coexisten dos tipos de tiempo: a) el espontáneo, al ritmo de la vida, como en las vacaciones, donde sentimos que el tiempo falta; y b) el tiempo corriente, asociado a roles, papeles y exigencias de la vida en sociedad, el cual “llena” los espacios vacíos con acciones y contenido. Así, el tiempo de calidad y cantidad responde a cada cultura, que en definitiva es donde se interpreta el tiempo con sus símbolos, signos y significados. Al estar la mente humana anclada en interpretaciones culturales, el tiempo se expresa como un “esquema”.

En las civilizaciones antiguas, el tiempo suele percibirse de forma cíclica, acorde a las labores marcadas por los ecosistemas, como en la agricultura. En cambio, en las sociedades contemporáneas, el tiempo se concibe bajo la lógica cultural del progreso y es lineal, aunque existen rasgos cíclicos (como el cambio de adornos que observa mi sobrina). Las festividades y celebraciones se presentan como puntos de repetición invariables dentro de esta linealidad: fiestas patrias, Halloween, Navidad, Año Nuevo, vacaciones (donde el tiempo vuelve a ser espontáneo), festivales, etc.

El filósofo abstrae el tiempo en una representación de espiral, donde es cíclico y lineal a la vez. Así, la percepción de agobio por “no tener tiempo” es el resultado de la velocidad y el movimiento, en los que captamos la aceleración junto con la repetición de esquemas o la ralentización del tiempo. Un ejemplo que ayuda a ilustrar el fenómeno es la diferencia de sensaciones entre un domingo, un lunes o un viernes: a pesar de que todos los días tienen 24 horas, no se perciben igual debido a las rutinas y responsabilidades que nos gustan o no.

Finalmente, para comprender el tiempo es necesario entender sus esquemas, que se dividen en cinco. La noción de esquema aquí se entiende como parte de cinco mentalidades ancladas a nuestro desarrollo a través de diversas épocas históricas, que, desde la existencia humana, son parte de nuestra evolución. Primero, en la era premoderna, el tiempo se estructura como destino, donde un dios o fenómenos naturales regulan los esquemas de vida. Con el desarrollo de la ciencia y el capitalismo, surge la idea de que el tiempo es progreso, y con el reloj, nace el deseo de controlarlo para manipular la naturaleza y a nosotros mismos. El tercer esquema de tiempo surge desde la globalización hasta la hipervelocidad de la tecnología digital y las redes sociales, lo cual nos da conciencia de vivir en “hipertiempo”, presentes y ausentes, tan lejos y tan cerca a la vez. A este tiempo antropológico se suman dos esquemas más, provenientes de la supervivencia instintiva: uno, que en señal de catástrofe transforma el tiempo en un “plazo” para evitar el peligro, y otro, que abre el esquema de la “oportunidad”, permitiendo gestionar la prevención de problemas.

Cuando digas que no tienes tiempo, recuerda que tienes al menos cinco esquemas de tiempo: destino, progreso, hipertiempo, plazo y oportunidad, cada uno con sus propias sensaciones.

¿De qué nos sirve diseccionar el tiempo como si fuera un cadáver en una autopsia? Cuando nos invade la sensación de “no tener tiempo”, una sabia lección budista puede ofrecer alivio. Según un texto oriental, existen tres patrones de conducta que el ser humano repite tan profundamente que parece condenado a un sufrimiento constante, a veces latente y otras veces manifiesto. Estas acciones fundamentales son: perseguir, escapar y retener.

Como en una dialéctica de contradicciones, perseguimos continuamente metas, ideales, personas y deseos que creemos que nos darán sentido o felicidad. Al mismo tiempo, escapamos de aquello que nos resulta desagradable, incómodo o amenazante. Esta oscilación entre perseguir y escapar se convierte en un ciclo constante, como el balanceo de un péndulo que nos deja en un estado de retención, donde intentamos preservar lo que creemos haber alcanzado.

Para evadir lo que nos desagrada, construimos nuevas metas y comenzamos a perseguirlas. Sin embargo, este esfuerzo de justificar nuestros deseos se parece a un espejismo en el desierto: perseguimos algo pensando que ahí encontraremos lo que necesitamos, solo para descubrir que una vez más estamos atrapados en el mismo ciclo, oscilando entre huida y búsqueda en un intento desesperado por retener lo que siempre parece escaparse de nuestras manos.

Tal vez, esta sensación es mejor ignorarla para no terminar como en la línea “Every year is getting shorter, never seem to find the time” de Pink Floyd, evitando un daño emocional que no vale la pena. El tiempo es vida, y la vida siempre es un amanecer con una noble oportunidad.

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1 comentario en ““¡Lo siento… no tengo tiempo!”: atrapados entre el perseguir, escapar y retener”

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