A.C. Mercado-Harvey
Hace un tiempo les compartí mis ideas sobre una novela de la brasileña Patrícia Melo, Mulheres empilhadas (2019), libro ya traducido al inglés como The Simple Art of Killing a Woman (2023), y que se puede encontrar en Busca libre en Chile en ambos idiomas. Brasil está al lado y no hay traducción al español. Algo típico de nuestra industria editorial sesgada. Lo mismo ocurre con libros de autor@s uruguay@s, imposibles de encontrar en Chile y raramente en Argentina, que está al otro lado del Río de la Plata.
Pero hablemos de libros que Ud. sí puede leer en Chile, tanto de autoras argentinas como chilenas. Como se viene una apoteósica semana de celebraciones de Fiestas Patrias, le voy a recomendar 2 grandes novelas que se inscriben en la novela policial de femicidios. La primera es Chicas muertas (2014) de la argentina Selva Almada. Esta obra es bastante posmoderna en el sentido de que cruza varios géneros: es crónica, es policial y es lo que se conoce como True Crime. ¿Se acuerda de Mea Culpa? El programa de TVN que hizo furor en los 90 y que en la época se catalogaba como crónica roja en el periodismo. Hoy eso, en la literatura, se conoce como True Crime. Es decir, casos reales que son hechos materia de ficción. Selva Almada fue una de las pioneras en ese género en esta parte del mundo. En su novela, Almada nos cuenta los casos de 3 chicas adolescentes, de provincia que fueron asesinadas en los años 80 cuando el concepto de femicidio no existía en la legislación argentina. En estricto rigor este libro no es un policial como lo entienden la mayoría de los lectores. O sea, no existe la estructura de un policía o detective investigando un caso, sino que es la misma narradora que hace la investigación de estos 3 casos sin resolver o como se les llama en inglés cold cases. En mi opinión de crítica literaria este libro se inscribe fácilmente en lo que se llama literatura del trauma. La narración caleidoscópica (diferentes voces y/o perspectivas), fuera de orden o cortada son potentes marcas de este tipo de literatura.
Lo interesante de este libro, nada fácil de clasificar, es que en vez de escribir una crónica tipo denuncia o escribir un policial sangriento y escabroso, Almada se va por la difícil ruta de una narración con recopilación de testimonio. Nos enfrenta a diferentes voces y lo que parecen los recuerdos de adolescencia de la narradora/autora. Ese modo narrativo nos acerca mucho más a las historias y nos adentra en las emociones de los diferentes narradores. De hecho, el libro parte como mucha de la literatura del trauma, dándonos una fecha exacta: “La mañana del 16 de noviembre de 1986 estaba limpia, sin una nube, en Villa Elisa, el pueblo donde nací y me crié, en el centro y al este de la provincia de Entre Ríos” (13). Sabemos que Almada es entrerriana, por tanto, de inmediato pensamos que es una narración desde el yo o un alter ego. Lo interesante aquí es que en vez de centrar la narración sobre su propia historia nos abre la puerta a ese mundo rural de la argentina de los años 80 y la experiencia de ser mujer adolescente en esa sociedad. A lo largo de las historias nos va contando diferentes experiencias con las que todas las mujeres latinoamericanas nos podemos identificar, y en gran medida la mayoría de las mujeres en el planeta: la vulnerabilidad que todas hemos sufrido de un modo u otro solo por el hecho de ser mujer, el acoso experimentado en diferentes grados solo por ser del género femenino. Esa experiencia universal, de la que muy pocas afortunada se ha zafado es lo que nos acerca a este texto. Si bien la autora hace un buen uso de la intriga policial, no es eso lo que nos mantiene leyendo, sino esa experiencia común, el saber que esas historias nos son tan familiares y que, como mujeres, estamos siempre en el peligro de ser víctimas de hombres que nos pueden matar en cualquier momento. Esa identificación como lectoras hace al texto mucho más cercano y potente. Esto no significa que la narración sea de tipo sensiblero o sensacionalista; por el contrario, Almada teje la historia de un modo en que nos conectamos con la historia y los personajes, no con una identidad de género o la victimización, aunque eso está siempre ahí.
Hace un tiempo también les hablé de un texto de Alia Trabucco Zerán, Las homicidas (2019), allí también se cuenta de modo no convencional las historias de 4 mujeres criminales que también fueron víctimas de abuso. El modo de contar esas historias es lo original del texto, ya que parte de una narración personal de la autora/narradora que nos cuenta su experiencia en la investigación de los casos. Me parece que esta utilización del yo en estos casos es mucho más efectiva que la hoy llamada autoficción, tan en boga. Partir de lo particular, del yo, para narrar una historia mucho más importante es de gran efectividad, porque primero establece la complicidad con el/la lector@ y en base a esa intimidad nos lleva por el camino de la historia mayor que nos quiere contar.
Otra novela que le quiero recomendar para estas vacaciones dieciochenas es de la autora chilena Paula Ilabaca, una de un grupo de mujeres que escriben policial en Chile, un fenómeno bastante reciente en nuestra literatura. Paula acaba de publicar La mujer del río (2024), la que encontrará fácilmente en cualquier librería de Santiago y posiblemente en La caza del libro en Rancagua. De esa novela de True Crime me referiré en una próxima edición. En esta quiero hablarle de Camino cerrado (2022) en la que también se narra un caso real que bien podría ser real, pero totalmente ficcionalizado. En esa novela la detective Amparo Leiva se ve enfrentada a un caso de femicidio ocurrido en Santiago en un supermercado. Esta novela policial nos va develando la historia de un femicidio común y corriente, de una mujer casada que le es infiel al marido con un colega de su lugar de trabajo. No le revelaré quién es el asesino, pero sí que la historia es narrada de un modo novedoso y nada de convencional. Uno de los modos más efectivos de la narración son los mensajes de textos entre la mujer y su amante. Esas comunicaciones nos revelan una sicología de los personajes en la que hay manipulación y chantaje. Ese acercamiento nos acerca a la cotidianeidad de personajes que se nos hacen familiares. Es la historia que podríamos ver cualquier día en la sección de crónica roja de los noticieros. Sin embargo, lo que nos conmina a leer es el modo en el que está narrado. No es el qué sino el cómo. Es el viaje hasta llegar al asesino y no quién mató a la mujer.
Esta historia también está contada de un modo en el que el femicidio y su denuncia están ahí, pero de un modo burdo y evidente. Como toda buena literatura hay mucho sugerido y no un discurso de denuncia directo y enrostrado al lector. Otro elemento a destacar es la verosimilitud de la narración en sus detalles más mínimos. Paula fue funcionaria de la PDI durante una década y su padre fue detective, perito en huellas, de la misma institución. Ese conocimiento ha sido claramente transferido a las páginas de su ficción policial, lo cual le otorga una autenticidad que no todas las narraciones del tipo tienen. La construcción de personajes, su sicología y sus circunstancias son otros elementos a destacar en la ficción de Ilabaca.
No le voy a compartir más elementos sobre la novela porque, como he anticipado, no daré spoilers. Así que ya sabe, si quiere relajarse con un buen libro que l@ haga pensar para estas fiestas, vaya a su librería más cercana o encargue por mercado libre o busca libre y compre Chicas muertas de Selva Almada y Camino cerrado de Paula Ilabaca. No se arrepentirá.
4 comentarios en “Los femicidios en la literatura policial del Cono Sur”
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