Martin Luther King, Jr.: un apóstol de la paz y la reconciliación

A 95 años del nacimiento de Martin Luther King Jr., en pleno siglo veintiuno, mientras las guerras de Gaza y de Ucrania provocan la muerte de inocentes y siembran el odio entre pueblos vecinos destinados, como los blancos y negros de EE.UU., a vivir siempre unos al lado de otros, es más urgente que nunca que el mundo escuche la voz del predicador de la paz y la reconciliación.

Por David Allen Harvey

El lunes 15 de esta semana, se cumplieron noventa y cinco años del nacimiento de uno de los grandes personajes del siglo XX: Martin Luther King, Jr., quien nació en la ciudad de Atlanta (Georgia, EE.UU.) el 15 de enero del 1929. Es más importante que nunca rescatar el legado del predicador y activista afroamericano, dado que, aunque se ha convertido en un símbolo mundialmente conocido, su historia real, su mensaje y el significado de sus actos se han ido perdiendo con el paso de los años.

De partida, pocos saben que no nació con el nombre con el que pasaría a la historia. Su padre, un pastor influyente dentro de la comunidad afroamericana de Atlanta, se llamaba Mike King, nombre que también puso a su hijo. Luego, como acto simbólico de devoción a sus creencias protestantes, cambió su nombre a Martin Luther King, y su hijo, aún pequeño, se transformó en Martin Luther King, Junior (Segundo). Desde chico fue criado para seguir los pasos de su progenitor y, con este propósito, hizo sus estudios en Morehouse College (Atlanta) y luego en el seminario Crozer (Pensilvania) y en la Universidad de Boston. La formación intelectual y moral del joven estudiante fue extensa y ecléctica. Sus fundamentos fueron las enseñanzas del protestantismo afroamericano, una tradición cultural única que fusionaba las creencias protestantes del norte de Europa con estilos de canto y de prédica provenientes de África, como la música gospel y la cadencia particular del discurso pastoral que King hizo famoso. Pero King, lector voraz y curioso, también tomó inspiración de la literatura y filosofía norteamericana y universal. Dos figuras claves en la formación de su credo personal fueron Henry David Thoreau, escritor decimonónico quien aceptó su arresto y detención por oponerse a la invasión norteamericana de México en 1846 (posición explicada en su ensayo, Civil Disobedience, que defiende el derecho del individuo a no cumplir con las leyes injustas), y el activista hindú Mohandas Gandhi, quien desafió al imperio británico y ganó la independencia de su pueblo a través de la protesta pacífica.

El joven pastor comenzó su carrera en los años cincuenta, una época de prosperidad y crecimiento en los EE.UU., pero también una época de convulsión política, caracterizada por el anticomunismo fanático y las tensiones raciales. El crecimiento económico abrió nuevas oportunidades para la población negra, sobre todo en las ciudades industriales del norte del país, pero la clase dominante blanca, particularmente en el sur, la cuna de la antigua economía esclavista, se opuso a cualquier liberalización del sistema segregacionista. Los gobiernos de Truman, quien impuso la integración de las fuerzas armadas, y de Eisenhower, quien hizo lo mismo en la enseñanza pública, recibieron críticas por los dos lados: de los que exigían cambios más rápidos y profundos, y de los que se oponían a cualquier cambio. Para establecer su independencia de un padre un poco dominante, King decidió comenzar su carrera no en Atlanta, su ciudad natal, sino en Montgomery, una pequeña ciudad a unos doscientos kilómetros al oeste en el estado vecino de Alabama.

Esta decisión sería el primer paso en su lucha contra la injusticia racial. Al contrario de Atlanta, gran metrópolis que ya contaba con una burguesía afrodescendiente importante, la comunidad negra de Alabama sufría bajo un régimen de exclusión racial, de terror, y de violencia, tanto por la policía como por el “vigilantismo” de los civiles blancos. La Corte Suprema, en el famoso caso de Brown vs. Board of Education de 1954, había fallado en contra de la segregación racial en los servicios públicos, pero éstos continuaron discriminando contra los negros en la mayoría de los estados de la nación. Cuando la activista Rosa Parks fue expulsada de un microbús municipal de Montgomery por haberse sentado en la sección de los blancos, King organizó un boicot masivo al transporte público de la ciudad, que duró más de un año y convirtió al joven pastor en una figura nacionalmente conocida.

King se destacó como un orador sin igual, y las cadencias majestuosas de sus discursos más conocidos -sobre todo el famoso “I Have a Dream” (Tengo un sueño), pronunciado frente al memorial de Abraham Lincoln en la ciudad de Washington en 1963, donde articula su visión de una sociedad pluralista y armoniosa, sin discriminación racial y sin odio- siguen inspirando a las nuevas generaciones hasta hoy. Pero también tuvo una capacidad de organización notable, formando nuevas agrupaciones, como el Southern Christian Leadership Council (SCLC), una asociación de pastores afroamericanos que movilizaron a sus fieles para armar protestas masivas, y el Student Non-Violent Coordinating Committee (SNCC) para orientar a los estudiantes, entre los cuales surgió el futuro diputado John Lewis como uno de sus principales discípulos. Ambas organizaciones se dedicaron a la protesta pacífica y al rechazo de la violencia como táctica, incluso frente a los abusos policiales, las bombas terroristas, como el ataque contra una iglesia de Birmingham que mató a cuatro niñas inocentes, y finalmente las balas del asesino quien le quitó la vida el 4 de abril de 1968, cuando aún no cumplía los cuarenta años. El mensaje de King se centraba en el agape (amor fraternal), la reconciliación, y la llamada a la conciencia del pueblo norteamericano para que resolviera la contradicción entre sus ideales democráticos y la injusticia de la discriminación racial. Este mensaje reflejaba sus profundas creencias cristianas, pero también su realismo y pragmatismo. Como los blancos tenían el poder y controlaban el aparato del estado, los negros tenían todo que perder por el camino de la violencia. Pero, sobre todo, King entendía que al final del día, blancos y negros siempre tendrían que coexistir dentro del mismo país, y tenían que encontrar la forma de convivir en paz. Por lo tanto, siempre dio la otra mejilla, aun frente a los batallones de la policía y las bombas de los extremistas racistas, por la convicción de que, como dijo Gandhi, “ojo por ojo deja a todo el mundo ciego.”

Hay muchos que, por enfocarse en el mensaje de paz y de reconciliación, no reconocen el radicalismo de la visión pluralista y antiracista de King, y lo representan como una figura inocua y domesticada, sobre todo en comparación a rivales como Malcolm X y los Black Panthers, quienes defendieron el derecho de recurrir a las armas. Este error es desconocer el proyecto de King y los profundos cambios a los que aspiraba. Aunque rechazaba la violencia, King no llamaba a la moderación frente a la injusticia, sino todo lo contrario. En uno de sus ensayos más famosos, “Letter from a Birmingham Jail”, declaró que los “moderados” blancos, quienes llamaban a la calma y a la paciencia y “querían imponer un horario a la liberación de los demás”, eran enemigos más insidiosos que los racistas violentos. El genio de King fue reconocer que, con los medios de comunicación masiva de la sociedad contemporánea, la protesta pacífica podía ser un camino no solamente más ético, sino más eficaz que la violencia. King presentó un espejo a sus conciudadanos blancos y muchos de ellos se horrorizaron con lo que vieron. La televisión norteamericana difundió las imágenes de violencia policial contra movilizaciones pacíficas de ciudadanos negros, y la reacción pública obligó a los gobiernos de Kennedy y de Johnson a actuar y a adoptar reformas profundas que, si no pudieron poner fin al racismo, lograron sepultar la segregación y discriminación legal bajo los escombros de la historia.

La lucha pacífica de Martin Luther King, Jr. cambió no solamente la historia de los EE.UU., sino la historia y cultura política del mundo entero. En Sudáfrica, Nelson Mandela usaba la misma táctica para movilizar a la masa de negros para poner fin al régimen de Apartheid. En Sudamérica, movimientos ciudadanos marcharon y protestaron contra las dictaduras militares, y tuvieron mucho más impacto que los pequeños grupúsculos armados en promover la restitución de la democracia. En Europa del Este, movimientos pacíficos de ciudadanos comunes pusieron fin a los regímenes comunistas. En el siglo veintiuno, mientras las guerras de Gaza y de Ucrania provocan la muerte de inocentes y siembran el odio entre pueblos vecinos destinados, como los blancos y negros de EE.UU., a vivir siempre unos al lado de otros, es más urgente que nunca que el mundo escuche la voz del predicador de la paz y la reconciliación.

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