Este miércoles 10 de noviembre se cumplió medio siglo de la inolvidable y polémica visita de Fidel Castro a Chile. En El Regionalista, hacemos un breve resumen del hecho y recordamos el contexto en que se desarrolló, que incluyo actividades en nuestra región, las que reseñaremos en una próxima edición.
Por Edison Ortiz
Como se sabe, tempranamente la revolución cubana se transformó en un referente para la izquierda latinoamericana y en especial para sus sectores más jóvenes. La gesta de los Barbudos simbolizó rápidamente la emancipación, la dignidad de los pueblos frente a las potencias, en particular la norteamericana, y a una larga historia de abusos y atropellos sobre los pueblos que están al sur del río Bravo. El ejemplo cubano cobrará aún más relevancia entre la nueva izquierda chilena con el fracaso presidencial de Allende de 1964, derrotado por Eduardo Frei Montalva. Dicha derrota caló muy hondo, en especial en los sectores jóvenes más de vanguardia, que luego formaron el MIR y enrielaron al PS hacia la vía armada.
El ejemplo cubano fue tan fuerte en un sector de la izquierda que Allende, buen lector e intérprete de los procesos políticos viajó tempranamente como vicepresidente del Senado a Cuba en 1959 para respaldar la revolución y entrevistarse con sus máximos líderes: Raúl Castro, Che Guevara y Fidel. Lo mismo ocurrió luego de los sucesos de Playa Girón, el intento de invasión a Cuba organizado con apoyo norteamericano, cuando nuevamente voló para expresar su solidaridad con el pueblo cubano y su revolución. Más tarde, en julio de 1967, encabezó una delegación socialista−comunista para participar en la Conferencia Tricontinental de Solidaridad y fue fundador, por lo tanto, de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS), lo que le valió una ácida crítica en Chile de parte de sus contradictores. De hecho, Allende fue el encargado de presentar la propuesta para crear dicho organismo. Cuando, el 8 de octubre de ese año, se supo que el Che había sido asesinado en Bolivia, Allende no solo le dedicó un discurso póstumo en el Senado, sino que ofreció su colaboración para rescatar a los guerrilleros que lo acompañaban.
Por lo tanto, ya antes de asumir, Allende, tenía una fluida relación con Cuba y con Fidel, que se había manifestado ya en múltiples ocasiones y ambos, cada cual a su manera, se habían transformado en referentes para alcanzar el socialismo: Fidel en versión guerrillero, que tanto sedujo a una generación de jóvenes latinoamericanos; Allende en una versión más convencional que concentró la mirada del mundo desarrollado. Tal vez esto último fue lo que encendió la alerta en Estados Unidos. Según el ex secretario de Estado norteamericano, Henry Kissinger, Allende quería replicar el modelo de Castro, lo que resultaba inaceptable para el big brother: “Lo que nos preocupaba acerca de Allende era su proclamada hostilidad a los Estados Unidos y su patente intención de crear efectivamente otra Cuba”.
Visita en medio de bloqueo y tensión interna
La cercanía entre ambos íconos y la valoración de la revolución cubana hizo que una de las primeras medidas del gobierno socialista fuese la reapertura de relaciones diplomáticas con la isla, lo que acentuó el carácter solidario entre ambos regímenes. Dicha proximidad también se transformó en un problema, dado el nivel de animadversión que provocaba la figura de Fidel en la Democracia Cristiana, sector clave con el cual Allende debía negociar parte de sus reformas. Por eso, el presidente chileno poco a poco tuvo que salir a explicar su proceso y buscar diferenciarse con el líder cubano. Explicó entonces que la revolución chilena sería con empanadas y vino tinto, una forma muy pedagógica de exponer que se haría dentro de los marcos institucionales que el propio régimen democrático posibilitaba. La comparación se fue haciendo cada vez más frecuente, al punto que en algún momento Allende, acosado por esa presión, llegó a decir en su primera cuenta pública al pueblo de Chile en el Estadio Nacional el 4 de noviembre de 1971, que en un año ha hecho más que Castro: “Yo sostengo enfáticamente: las circunstancias son distintas, pero en este año hemos hecho más nosotros los chilenos −y ello no va en desmedro de los cubanos− que en el primer año de la revolución cubana. Y cuando venga Fidel Castro se lo voy a preguntar, y yo sé cuál será su respuesta”. En el mismo discurso reiterará luego que “se ha aumentado el consumo de azúcar en un 37%. Cuando venga Fidel Castro, le voy a decir”.
Bueno, y Fidel fue invitado a Chile y aterrizó el 10 de noviembre, en una visita que debía durar diez días, pero que insólitamente se extendió por más tres semanas: 24 días exactamente. El contexto era el de un Chile bloqueado y un mandatario aislado por la primera potencia mundial, por lo que era explicable que el gobierno le hubiese posibilitado tan extensa visita. A nivel interno, se vivía un momento de creciente polarización: sólo cinco meses antes, el 8 de junio, un grupo extremista había asesinado a Edmundo Pérez Zujovic, ex ministro del Interior de Frei Montalva. Es decir, si no se planificaba bien su permanencia, la figura de Fidel, su verborrea y carisma podía transformárse en otra dificultad para el gobierno. Y algo de eso efectivamente ocurrió.
Los diversos diarios del país reportaron en primera página su arribo, con un lenguaje que reflejaba el encono del momento. El Clarín, medio afín al gobierno, tituló en su edición del 11 de noviembre a portada completa “¡Tremendo despelote! La más grandiosa recepción de la historia”, con fotografías de ambos líderes saludando a sus adherentes. Luego, se señalaba: “¡Todo Chile salió a la calle para aplaudir a Fidel y a Salvador!” y en una de sus bajadas se reproducía la siguiente frase: “¿Hay algún problema, ah? El pueblo le tapó el hocico a los momios”. En tanto, otro matutino, el diario Tribuna, identificado con la oposición, previo al arribo del comandante el lunes 8 de noviembre titulaba en su portada “Junte 3 barbas cochinas: ganará un Fidel Castro”, mientras a su costado se exhibía una caricatura del rostro de Fidel. En la bajada, el diario agregaba “Concurso es sencillo, pero premio no entusiasma a nadie: Chacal del Caribe pisotea Chile esta semana”.
Nadie quería invitarlo a que se fuera
Fidel aterrizó en Antofagasta el 10 de noviembre de 1971 y durante su estadía recorrió esa ciudad, Santiago, Coya, Rancagua y Santa Cruz, Chuquicamata, Lota, Concepción y Puerto Montt, entre otras. Para su visita a Coya y Rancagua el día asignado fue el 25, en tanto el 26 estuvo en Santa Cruz.
Durante su visita, Castro tomó pisco, usó ponchos, comió chirimoyas, jugó basquetbol y se sentó en la mesa con medio Chile; fue declarado hijo ilustre de Punta Arenas, de San Miguel, discurseó a trabajadores, estudiantes y campesinos y no dudó en agarrarse con la derecha, que a través del diario Tribuna lo ridiculizaba y exigía que se fuera. En el Santa Laura se reunió con más de 25 mil mujeres y, cuando al fin decidió irse, llenó el Nacional.
Carlos Altamirano, entonces secretario general del Partido Socialista: “Nadie quería invitar (a Fidel) que se fuera. Allende me pedía a mí que le sugiriera eso, por ser yo el secretario general del partido. Y yo le respondía: ‘Mira Salvador, tú eres aquí el jefe de Estado… te toca a ti decirle a Fidel que apreciamos enormemente su visita, pero que Estados Unidos está indignado, que la DC está indignada y hay otros cansados, así que mejor despidámonos’.
Según el entonces secretario general del PS, Carlos Altamirano, “Fidel nos vino a ver y se quedó más tiempo de lo esperado. Como que se quedó pegado… En todas partes tuvo una recepción fenomenal, pero el entusiasmo público, como suele pasar en Chile, fue decayendo. Y fue quedando en evidencia que la visita se estaba prolongando demasiado… nadie quería invitarlo a que se fuera. Allende me pedía a mí que le sugiriera eso, por ser yo el secretario general del partido. Y yo le respondía: ‘Mira Salvador, tú eres aquí el jefe de Estado… te toca a ti decirle a Fidel que apreciamos enormemente su visita, pero que Estados Unidos está indignado, que la DC está indignada y hay otros cansados, así que mejor despidámonos’. Bueno, ni Allende ni nadie se lo dijo así. Él decidió irse… Fue evidente que la gente se fue cansando de esta ‘orgía fidelista’… la cual como podrás comprender, de poco nos sirvió para llenar el gran vacío que teníamos en el plano internacional”.
En El Regionalista estaremos cubriendo en el próximo número su visita a las provincias de O’Higgins y Colchagua, con fotografías inéditas y anécdotas sabrosas sobre el comandante a 50 años de su primer viaje a Chile.
15 comentarios en “Medio siglo de la visita de Fidel Castro a Chile”
Sabroso y cierto. Fidel era un tipo de gran carisma que entusiasmaba y producía expectación donde iba, pero es raro que un Jefe de Estado prolongue su visita, obligando a darle pelota en un país que necesitaba resolver sus problemas
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