Migración, niñez y sueños

Tras la pandemia, para algunas familias de inmigrantes el viaje y estadía en Chile no ha cumplido con sus expectativas. Sin poder regularizar sus ingresos a pesar de las autodenuncias y con problemas para conseguir y mantener un trabajo, la desesperación ha tocado a su puerta.

Por Adriana Bastías

Mientras termino de escribir esta columna, se me vienen a la mente los pequeños pies de un hábil y rápido lateral del club de mi hijo, que dejó su año escolar inconcluso y a su equipo de fútbol puntero en un campeonato a la espera de la segunda vuelta. En este mismo momento, probablemente los pies de ese pequeño niño se aprontan a atravesar la selva panameña del Darién rumbo a Estados Unidos.

Sebastián es uno de los miles de niños que llegaron a Chile empujados por la quimera de una mejor vida, que en su Venezuela de origen les estaba vedada.

En los últimos años la inmigración en nuestro país ha aumentado, con una mayoría de ciudadanos procedentes desde Venezuela, y muchos otros desde Perú, Ecuador y Colombia. Todos ellos, vienen a Chile buscando una mejor calidad de vida para sus familias. Esto ha provocado que Chile se convierta en el tercer país con más venezolanos migrantes, detrás de Colombia y Perú. La mayoría de ellos ingresó antes de la pandemia, por el paso Chacalluta-Santa Rosa en la frontera con Perú y por el paso Colchane-Pisiga en la frontera con Bolivia, además de otros pasos no habilitados. El ingreso irregular a Chile produjo otra situación compleja: se insertaron al mercado laboral informal, sin poder optar a contratos. Muchos de ellos autodenuncian su ingreso irregular, sin embargo, los tiempos de espera para la regularización son muy largos. De esto y más hemos conversado en ediciones anteriores de El Regionalista con especialistas como la Dra. Marcela Tapia, académica de la Universidad Arturo Prat, experta en migraciones, asuntos fronterizos y género.

Durante este trayecto de Venezuela a Chile, se han disgregado familias, se han separado parejas, quedando uno de los padres en otro país latinoamericano y llegando a Chile familias parceladas. Una vez en Chile se han instalado principalmente en Santiago, Valparaíso y Viña del Mar.

Además del trabajo, otro aspecto muy preocupante para las familias venezolanas ha sido el que niñas y niños se puedan insertar al sistema escolar chileno, conseguir cupos en las escuelas y tramitar una visa especial, por ejemplo. Poco a poco niñas, niños y adolescentes no sólo se insertan en sus comunidades educativas sino también en sus barrios y comunas, por ejemplo, ingresando a escuelas de fútbol, o escuelas de beisbol creadas muchas veces por otros inmigrantes.

Sin embargo, tras la pandemia, para algunas familias este viaje y estadía en Chile no ha cumplido con sus expectativas. Sin poder regularizar sus ingresos a pesar de las autodenuncias y con problemas para conseguir y mantener un trabajo, la desesperación ha tocado a su puerta. Esto los ha llevado a tomar la decisión de emprender viaje a nuevos rumbos como Estados Unidos para reunirse con familiares que viven allí o buscando el ansiado sueño norteamericano. Y este viaje, que para una persona adulta es muy difícil, lo es aún más para un niño. Hambre, frío, enfermedades, violencia y discriminación son algunos de los peligros a los cuales se enfrentan. Un niño, niña o adolescente que poco o nada tuvo que ver con las decisiones tomadas por adultos, debe enfrentar una dura realidad. Muchos de ellos generaron lazos en el país, tuvieron a su lado familias chilenas generosas que los acogieron como uno más, y ahora deben decir adiós. Algunas veces un mensaje de teléfono celular les da aviso de un viaje inminente. Tal vez el padre quiere evitar que lo vuelvan a convencer de que el viaje es peligroso especialmente para sus hijos. Ya no hay vuelta atrás, el viaje implica trayectos en bus, caminatas, trayectos en camiones, viajando desde Chile a Perú, trasladándose hasta Colombia, luego a Centroamérica con destino final a Estados Unidos. Coyotes, guías, burreros, asesores, chuteros, chamberos o trocheros son algunos de los distintos nombres para quienes trasladan personas por pasos no habilitados entre las fronteras de los distintos países y con los cuales tendrán que lidiar en su trayecto, tragándose la amargura de sueños rotos y teniendo otros de una mejor vida.

Al terminar esta columna, evoco a Sebastián. Ojalá los niños y niñas de Venezuela y de cada rincón del mundo algún día no tengan que estar expuestos a lo descrito y que sus familias, cualquiera sea su pensamiento político, religión o etnia, encuentren las oportunidades que los adultos les negamos.

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8 comentarios en “Migración, niñez y sueños”

  1. Que hermosa columna , no puedo contener una lágrima al leer cada palabra y recordar a Sebastián, un niño muy bueno que nos dejó un gran cariño a todos aquí en la Escuela .
    Que dios guíe su camino y pueda tener un mejor vivir.

  2. Adriana felicitaciones… es una hermosa columna… llena de verdades que dejan a la vista la vulnerabilidad que sufren los niños, esperamos de corazón que Sebita y su familia encuentren lo que buscan y lleguen a su destino sanos.
    Gracias por recordarnos e invitarnos a ser empaticos con cada hermano.

    1. Sebita un muy buen niño que quedará grabado en nuestros corazones de quienes lo conocimos , y tratamos de aportar un granito de arena para que se quedará. Todos los días le pido a Dios que los cuide y proteja como familia y puedan cumplir sus sueños. Muy lindas palabras Adriana refleja plenamente muchos casos . Gracias.

  3. Que hermoso….. lejos pero lejos conocer a nuestro Seba fue una experiencia inolvidable y al igual que tu espero en Dios que esta travesía llegue a su fin con buenas noticias y logré llegar a esa vida que tanto anhelan sus familias…. gracias Adriana por recordarme a ese niño maravilloso…

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