Por Edison Ortiz
Los rancagüinos nunca hemos sido cosmopolitas: nuestra geografía nos marcó a fuego. Encerrados en una cuenca desde tiempos inmemoriales, solo conocimos el valle del Cachapoal durante milenios. El río y los cerros que rodean a la ciudad fueron nuestra geografía y nuestros límites y eso se nota hasta hoy en una urbe que, de noche, a excepción de discotecas y lenocinios enclavados en su hinterland, parece morir con un centro histórico que sus propias autoridades han venido matando lentamente.
Rancagua comenzó a vivir como otra ciudad de paso entre Santiago y Concepción. Cobró vida en el contexto de una capitanía general –es decir una plaza eminentemente milita – sometida al virreinato del Perú, rico y codiciado por los españoles.
Fue el gobernador riojano José Antonio Manso de Velasco, el mismo que fallecería en un eterno juicio de residencia quien, junto a otras villas, fundó la capital de O’Higgins en una fecha no comprobada fehacientemente en octubre de 1743. Conmemoramos su fundación un día 5 de octubre, aunque no existe un acta exacta sobre ese hecho. Mala memoria que nos ha acompañado a lo largo de nuestros 281° años de existencia: recordamos poco y olvidamos luego.
La villa comenzó a existir en la historia nacional a raíz de que, en la disputa por el liderazgo independentista entre O’Higgins y los hermanos Carrera, el primero hizo lo que en todas las academias de guerra se enseña como lo que no debe hacer un general en batalla: encerrarse en una plaza sin salida. Mientras, desde Angostura de Paine los hermanos Carrera miran el espectáculo dantesco de la ciudad incendiada para dejar luego abandonado a su propia suerte al futuro padre de la patria. O’Higgins cobraría venganza más tarde encargando en Mendoza el asesinato de los aristocráticos hermanos y cargando luego las costas de esa ejecución al padre de los malogrados hermanos, como lo testimonia un documento que está en el archivo nacional, provocándole, según relata la leyenda, un preinfarto. Así entramos en la historia nacional, tal cual lo reconocería Salvador Allende 178 años después cuando, en esa misma plaza, celebró la nacionalización del cobre. Un hecho trágico y una derrota que marcaría la impronta de generaciones de paisanos.
Urbe pequeña donde alguna vez alojó Charles Darwin en su periplo por la región que, iniciándose en Rancagua y continuando en Termas de Cauquenes, culminó en Navidad donde lo recogió el Beagle. Era 1835.
La ciudad luego se perdió de vista, aunque tuvo figuras que animaron el debate político durante la república oligárquica como el liberal José Victorino Lastarria. A fines del siglo XIX, Nicolás Rubio fundó la primera industria en la ciudad.
A comienzo del XX se inició la explosión demográfica de la urbe con la instalación industrial del mineral El Teniente explotado por capitales norteamericanos. Un hecho fortuito: la negativa de los hacendados de la vecina Graneros a que el ferrocarril pasara por sus tierras, hizo finalmente que la Braden Copper se instalará en la ciudad, dándole, para bien y para mal, un impulso gigantesco.
De aquella época proviene La Vida Simplemente de nuestro gran Oscar Castro que relata la vida de tugurios, casas de putas y cités que ofrecían un alto a los mineros en la bajada de la cordillera, pausa en sus vidas hacinadas en Sewell, durmiendo en camas calientes en alguno de los camarotes, después del trabajo de sol a sol en la mina. La parada obligada en los lenocinios del barrio Estación de Rancagua era otro jalón más esa vida que discurría así, simplemente: mil veces llegaron a sus casas con los bolsillos vacíos.
En 1962, gracias al terremoto de 1960 que destruyó las ciudades del sur y amenazó el presupuesto del mundial de fútbol y el liderazgo de Patricio Mekis y su cuerpo de concejales (entonces regidores), la ciudad ganó un cupo como subsede. La urbe se tornó por primera vez cosmopolita y apareció en diarios y folletos en inglés. Hasta el connotado presidente de la FIFA, Sir Stanley Ross alojó en la ciudad.
Sin embargo, un poco antes, febrero de 1962, los problemas que desencadenó la migración campo-ciudad, hizo que “los sin casa” se tomaran un terreno en el sector nororiente, dando origen a la populosa 25 de febrero. El tercer barrio en Chile que es el resultado de una toma.
El general de “La Francia soy yo”, Charles de Gaulle, saludado al público en el estadio en su visita en la conmemoración del 165° aniversario de la ciudad.
Rancagua celebró su aniversario y recibió nada menos que la visita de Charles de Gaulle, el general de “la Francia libre”. Años después, Nicolás Díaz exhibía orgulloso a quien lo visitara la carta enmarcada que el mismísimo presidente Frei Montalva le envió para felicitarlo por la celebración notable. En paralelo se inició el “plan Valle”, el desalojo de Sewell, que redobló el número de habitantes de la ciudad y dio vida a nuevos e históricos barrios como Rancagua Norte, Urmeneta, Marco Chiapponi, entre otros.
Aquí el 11 de julio de 1971, en pleno gobierno popular, Allende celebró en plaza de los Héroes, “la segunda independencia de Chile”, el hecho político más relevante de aquella trágica administración. Es la misma Rancagua que solo dos años después es el escenario del inicio de la “huelga del 41” que anticipara el golpe de Estado. Allende envió el 10 de septiembre por la noche a Max Marambio y Alfredo Joignant a detener un atentado que se realizaría en el puente del Cachapoal, pero al llegar a la ciudad el enlace de Max le comunicó que Patria y Libertad, apertrechado por el jefe de Zona Cristian Aeckernecht, había recibido la orden de detener el atentado. Al regresar a Santiago, ya es 11 de septiembre, y en las torres San Borja, Marambio recibe un telefonazo con la sigla “ciclón” que era la palabra con la que el MIR anunciaba el inicio del golpe.
Aquí se inició el brutal paso de la Caravana de la Muerte que, gracias a la Cruz Roja Internacional, no dejó ninguna víctima. En 1983, los mineros de nuevo, encabezados por el dirigente tenientino Rodolfo Seguel, el 11 de mayo iniciaron las jornadas de protestas que cinco años después, el mismísimo 5 de octubre de 1988, acabara con la dictadura de Pinochet.
En 1993, y con uno de los alcaldes más jóvenes de su historia, la ciudad celebró sus 250 años. Rancagua es una ciudad en movimiento y por aquí pasa en 1991 un dirigente gremial brasileño que, sin un dedo en una de sus manos, hará luego historia en Brasil: Luiz Inacio Lula da Silva, el líder obrero paulista que habló fuerte en el Sewell y Mina.
Es 2005 y los contratistas inician aquí mismo el movimiento que pondrá en jaque al gobierno y obligará a Codelco a mejorar las condiciones laborales de estos trabajadores. Allí hacen historia Cristian Cuevas y Danilo Jorquera, entre otros. Desde Rancagua sale el grito fuerte del obispo Goic pidiendo un salario mínimo justo y aquí también se desata la corrupción con una de las aristas del MOP-GATE, que terminará con el intendente Trincado preso, y Plantas de Revisión Técnica que tendrán preso por un tiempo al diputado Juan Pablo Letelier.
Lagos pactó con la UDI de Longueira y los delincuentes de cuello y corbata zafaron de la justicia, sentando un mal precedente que nos llevará más tarde a ser adjetivados por un conocido periodista como “la capital nacional de la corrupción”, secuela que los rancagüinos pagamos hasta hoy.
Llegó primero el estallido social y luego la pandemia que transformaron por completo a la ciudad, destruyendo su damero histórico y haciendo del comercio ilegal, por responsabilidad directa de sus últimos alcaldes, la norma y del respeto a la ley, la excepción.
Rancagua es hoy, una ciudad literalmente perdida que debe retomar el rumbo de desarrollo y crecimiento que jamás debió abandonar. Es hora de que empecemos a sanar la ciudad de sus heridas. Por el bien de ella misma y de las nuevas generaciones.
Buenos días, Rancagua, ¡feliz aniversario!
2 comentarios en “Octubre: sanar Rancagua de sus desastres”
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