Por equipo de El Regionalista
La ex primera dama, Cecilia Morel, se hizo famosa en los días del estallido social, comparando lo acontecido con una invasión alienígena. Una metáfora de la que el poder se apropió en la práctica últimamente, desconociendo la legitimidad de las demandas de 2019.
Pero el poder vivió un paréntesis de sensibilidad entonces, partiendo por la misma señora Morel, que reflexionó entonces sobre la necesidad de compartir privilegios. También su esposo, el fallecido ex presidente Piñera, firmó en Davos, Suiza, con otros 172 millonarios una declaración en enero de 2020, exigiendo impuestos más altos para millonarios y billonarios. Luego, el ex presidente negó haber firmado la carta, pero de otro millonario, Andrónico Luksic, quedó testimonio de su anuncio de nivelar sueldos en favor de los trabajadores con ingresos más bajos. También en 2020, el economista Sebastián Edwards había proclamado que en Chile los ricos debían pagar más impuestos y Carlo Solari, del grupo Falabella, haciendo algo así como un mea culpa dijo “las personas que más tenemos debiéramos pagar más impuestos”.
Lejanos aquellos días. Hoy, todo aquello suena a un paréntesis jalonado de exabruptos de los que más tienen. La vieja sensatez de la clase dirigente y de los millonarios de Chile, ubicada justo al lado de su bolsillo, retornó a su sitio y sus líderes no piensan hoy que haga falta nivelar la cancha, ni aumentar la responsabilidad de los que más tienen. Tampoco blasfemarían pidiendo que el 1% más rico del país incremente su escaso pago de casi 20% de sus ingresos en impuestos, mientras que el 50% más pobre de la población dedica casi la mitad de lo que gana a sus obligaciones fiscales.
En el Congreso, la iniciativa de gravar a quienes tienen patrimonio superior a 22 millones de dólares con un impuesto de 2,5% deambuló sin éxito desde 2021 y el intento del actual gobierno de reponer la iniciativa aún espera con pocas posibilidades por la mayoría opositora que hay entre los honorables. Antes, en 2020, los economistas Gino Sturla y Ramón López habían propuesto en Ciper asegurar un salario mínimo para 3,5 millones de familias chilenas y créditos subsidiados para las pymes. No era un plan barato: costaba el equivalente a un 8% del PIB nacional, pero tenían una propuesta: un impuesto del 3,5% aplicado a 140 individuos super ricos de Chile sobre su patrimonio de 100 millones de dólares o más, y otro de 1,5% que gravaría a 5700 personas con patrimonio superior a US$ 5 millones e inferior a US$ 100 millones. El dato era relevante (y no debe haber cambiado mucho): 5.840 chilenos y chilenas tienen un patrimonio que casi iguala todo lo que el país produce en un año, su PIB.
Otros seis chilenos suman un patrimonio de 42.300 millones de dólares según Forbes, la revista estadounidense que persevera en contar a los super ricos del mundo. Los primeros tres son Iris Fontbona, líder del grupo Luksic, propietario de Antofagasta Minerals y Grupo Quiñenco, entre otros, con una fortuna de casi 26 mil millones de dólares. La sigue un chileno menos conocido, Jean Salata, que vive en Hong Kong y gestiona un imperio financiero de 7.300 millones de dólares y en tercer lugar está el mediático Host Paulmann, dueño del grupo Cencosud (Jumbo) con una bolsa de 3.500 millones de dólares. El inefable Julio Ponce Lerou, en cuarto lugar, amasó una fortuna siendo yerno del dictador que hoy se empina en los 2.600 millones de dólares con SQM como buque insignia, mientras que en quinto y sexto lugar están los hermanos Angelini, Roberto, con 1800 millones de dólares y Patricia con 1.400 millones de dólares.
Solo por hacer un ejercicio, la fortuna de los seis permitiría financiar más de 6 millones de sueldos mínimos en un año.
Amores son acciones
La argumentación para no cargar con un impuesto a los super ricos prospera en un jardín de buenas razones técnicas: que recauda poco, que es fácil de eludir y difícil de fiscalizar y desincentiva la inversión. O sea, a los ricos no les gusta que les cobren impuestos y cuando eso pasa, toman la billetera y se la llevan a otros países. Pero que hay países que tienen impuesto a los más ricos, los hay: España, Noruega, Suiza, Bélgica, Holanda, entre otros. Y en Latinoamérica, Colombia, Uruguay y Argentina, que va entre el 0,4 y el 2,25%.
Y aunque para la mayoría de los economistas todo son malos augurios a la hora de pensar en poner impuestos al patrimonio de los ricos, organizaciones no gubernamentales como Oxfam (Comité contra el hambre de Oxford de Inglaterra) insiste. En su informe anual de 2024 propone que se grave con un 2% el patrimonio de las personas con más de US$ 5 millones, con un 3% el de quienes poseen más de US$ 50 millones y 5% para quienes superen en patrimonio los mil millones de dólares. Para Oxfam, la necesidad de poner un impuesto al patrimonio tiene que ver con la urgencia de proveer a los estados, sobre todo latinoamericanos y del Caribe, de recursos para asistir a los más pobres, pero también para moderar la desigualdad creciente, con ricos que cada vez concentran más. En la introducción del informe de Oxfam (https://lac.oxfam.org/publicaciones/econonuestra), el escritor argentino Martín Caparrós, recuerda un dato que desgarra: los dos super ricos de México, Carlos Slim (grupo Claro) y Germán Larrea (mineras, Televisa) amasan 130 mil millones de dólares, que equivalen a los ingresos del 50% de los latinoamericanos más pobres: 334 millones de personas.
Caparrós dice que a super ricos como los mencionados, poco les importan los estados donde operan, si se trata de pagar impuestos para resguardar los servicios que estos prestan a sus nacionales, porque en sus empresas extractivas cada vez ocupan menos de sus ciudadanos para producir y quienes consumen los productos de sus industrias están en otros continentes. Pero si no es lo económico ni el consumo, pongamos sobre la mesa el riesgo de estados cooptados por el crimen internacional, grave amenaza que Chile vive hoy.
Que la motivación venga de algún lado para que los ricos asuman su responsabilidad, ya que sus quebrantos y ayes empáticos de tiempos de estallido están por allá, en un rincón, olvidados.