Por Edison Ortiz
No fue poca cosa la nominación de subsede de Rancagua durante el Mundial de fútbol de 1962.
A propósito de esa épica desatada a nivel local por el mundial, y al releer una y otra vez el decano local –El Rancagüino- llama poderosamente la atención el esfuerzo colectivo de las autoridades de aquel tiempo, encabezadas por Patricio Mekis secundado por Nicolás Díaz, Enrique Leyton y el equipo de los regidores, quienes fueron capaces de alcanzar ese logro para una ciudad, quizás algo más que un pueblo, que no tenía las condiciones deportivas, de infraestructura y de turismo para serlo. Pero ese grupo dirigente local hizo la hazaña imposible: Rancagua fue la subsede del grupo IV del mundial de 1962.
El alcalde de la época y sus regidores encabezaron campañas para pintar las casas de la urbe, ofrecer sus viviendas como residencias para los turistas, que se preveía llegarían en masa a la ciudad y de pasó provocaron la primera gran modernización de Rancagua. De aquella época es la ampliación del estadio El Teniente, la modernización del sistema de recolección de basura, el cierre de la ‘acequia grande’ de Freire, el mejoramiento de las instalaciones del estadio municipal, el nuevo sistema de iluminación en Alameda, el mejoramiento de Plaza de Los Héroes y la construcción de Plaza de La Marina. También de entonces es la pavimentación de diversas calles céntricas que eran esenciales para el acceso al estadio: Freire entre Alameda y Rancagua Sur, Almarza entre Millán y Rancagua Sur, Alameda costado norte entre el cementerio y Santa María.
la historia de la ciudad. Rancagua dio un paso hacia un perfil más cosmopolita y su nombre salió en revistas en diversos idiomas, en reportes de FIFA y fue destino de veedores y visitas ilustres. Una de ellas nada menos que Sir Stanley Ross, a la sazón presidente de FIFA, quien alojó en casa de los Mekis.
De vuelta al futuro
Estuve once años trabajando fuera de la ciudad, aunque seguí, literalmente, durmiendo en ella en un barrio lejos de su centro histórico o damero central. Cuando comencé a volver a recorrer la urbe en la que nací y crecí me impactó el abandono que la afecta hoy. Un proceso de deterioro que se inoculó paulatinamente desde que los alcaldes Pedro Hernández, Carlos Arellano y en particular Eduardo Soto, entregaron la pésima señal de institucionalizar el comercio ilegal en el damero histórico.
El centro histórico de Rancagua se parece hoy más al paisaje pintoresco y burdo de Estación Central en Santiago por Alameda entre metro Unión Latinoamericana y Universidad de Santiago: desorden, suciedad, hacinamiento y faltas contra la ley.
¿Cuándo se funó Rancagua?
Lejos están los tiempos en que en el periodo del alcalde Esteban Valenzuela, se dictaron ordenanzas para regular el espacio público. Su error, visto hoy en perspectiva, fue el haber permitido la instalación de módulos en el corazón de la ciudad lo que viabilizó, luego, la ocupación de suelos de alto valor en desmedro de los comerciantes establecidos que pagan altas contribuciones y patentes comerciales.
El edil Pedro Hernández instaló casetas en calle Mujica que fueron la antesala de lo que sucedería luego. Carlos Arellano, a su vez, profundizó la herida al ampliar el tamaño de las casetas en calle Brasil. Ni hablar de Eduardo Soto quien llenó áreas verdes de fierros que hoy nadie usa – las plazas deportivas – y que en particular en su último periodo hizo abuso de una transgresión grosera a la normativa, permitiendo la ocupación ilegal de ambulantes en el corazón de la ciudad, una de cuyas secuelas fue la destrucción del comercio legal en calle Santa María, así como la instalación de ciclovías que escasamente se usan, sin ningún apoyo técnico para su masificación con paraderos.
Con las nuevas generaciones de representantes, preocupados de hacer denuncias, de sus likes, Instagram, de la dimensión metaverso de la realidad, la situación pareciera que no va a cambiar mucho.
Funcionarios municipales de carrera aún recuerdan pésimamente la última gestión del exalcalde Soto que, en su afán de perpetuarse, provocó la fallida intervención del Paseo Estado, provocando el grave deterioro del comercio establecido que por meses sufrió la falta de clientes, imposibilitados de acceder a los locales por la rotura de calles.
Los problemas de contaminación se agravaron luego del terremoto. Vecinos de tercera edad, que pagan altísimas contribuciones por sus propiedades, no han podido rehacer sus viviendas y proliferó la instalación ilegal de playas de estacionamiento al margen del Plan Regulador que no las permite pero que funcionan amparadas en patentes autorizadas para la venta de confites o insumos computacionales. Rancagua, tiene en su centro histórico alrededor de 60 estacionamientos ilegales, con una competencia desleal para aquellos inversionistas que construyeron edificios de estacionamientos y que ven cómo esta competencia terminará acabando con sus emprendimientos y echando al tacho de la basura sus negocios.
Es patético como los tres últimos alcaldes no han ejercido su autoridad para clausurar estas playas ilegales, mirando para el lado y posibilitando así su perpetuación, a lo que se suma ese carácter del habitante de la ciudad que quiere llegar con su vehículo hasta la puerta de su trabajo o del colegio de sus hijos y que se agrava con la endémica mala calidad de nuestro transporte público.
Se agregan al desastre anterior los inmuebles ruinosos, las casas abandonadas, los locales comerciales con letreros de arriendos por meses, el comercio ambulante, la proliferación de acomodadores de auto algunos con actitudes matonescas y que parecen más bien soplones del comercio ilegal –en calle Campos personajes en camionetas último modelo abastecen a sus vendedores callejeros-, prostitución, drogas, riñas especialmente en calle Campos interior al llegar a la Alameda, vecinos adultos mayores entregados a una pésima calidad de vida pues nadie está preocupado por ellos, mientras Carabineros, Investigaciones y la oficina de seguridad del municipio miran para el lado. Ni hablar de calle Brasil y Santa Maria con intervenciones en el espacio público que fomentan la delincuencia, mientras los barrios periféricos se llenan de basurales permanentes y chozas que brotan como callampas.
Es hora de que los rancagüinos volvamos a caminar tranquilos por estos sectores, y las autoridades devuelvan el espacio público que nos pertenece a todos.
¿Hay futuro para Rancagua?
Pareciera que no. A menos que los habitantes de la ciudad un día digamos basta y terminemos por elegir a quien ponga orden en una ciudad devastada por los ilegalismos, la suciedad, el tráfico, el comercio callejero, y enrumbe a “la histórica ciudad” por el camino del cual nunca debió desviarse.
1 comentario en “Rancagua: la ciudad perdida”
Muy de acuerdo, Rancagua se funo!