Hay un punto más profundo que Obama y Boric tienen en común: en ambos casos, su llegada al poder marca no solamente un recambio generacional, sino también un rechazo más amplio de la vieja clase política y del consenso político previo de sus respectivos países.
Por David Allen Harvey
La victoria de Gabriel Boric en las elecciones presidenciales del año pasado fue, sin lugar a dudas, un triunfo histórico. A sus 35 años, es el presidente electo más joven de la historia de Chile, el primer millennial, de la generación que creció con las redes sociales, y el primero que emergió de las movilizaciones estudiantiles que marcaron el comienzo del siglo XXI. Su gabinete, anunciado recién el 21 de enero, también es histórico por ser el primero de mayoría femenina en la historia del país. Su llegada a La Moneda marca un cambio generacional y cultural y, pase lo que pase con su gobierno, las cosas nunca serán como antes.
Todos estos hitos que marcan el comienzo de la era Boric recuerdan otra presidencia histórica: la elección de Barack Obama como el primer presidente afroamericano de los Estados Unidos en el año 2008. Aunque los hechos de la historia nunca se repiten exactamente de la misma manera, me atrevería a decir que los paralelos son más profundos de lo que podría parecer a primera vista. Hay algunas semejanzas evidentes: los dos son figuras mediáticas, que trascienden la política para convertirse en estrellas, como lo demuestran las multitudes que reúnen y los pedidos de autógrafos. La candidatura de Obama en 2008 fue como ninguna anterior: utilizó con mucha habilidad las redes sociales, las cuales en ese tiempo estaban en su infancia, convocó a mucha gente joven que nunca antes había votado y su imagen estaba en todas partes, sobre todo en el poster famoso con el lema “Hope” (Esperanza). La revista Rolling Stone lo presentó como “a new hope” con alusiones a Luke Skywalker de Star Wars, y la presentadora Oprah Winfrey lo anunció como “the one.” A causa de tanta hipérbole, sus críticos le acusaron de falta de seriedad y sustancia, considerándole un personaje de la farándula, un rockstar. Hay algo parecido en el entusiasmo que la candidatura de Boric inspiró en la juventud de Chile, y las colas de gente que se reúnen afuera de la “Moneda chica” para hablarle a Boric y pedirle ayuda evocan una figura casi mesiánica, que claramente incomoda al candidato mismo. Basta decir que los dos son personajes carismáticos, con mucho arrastre, que cambiaron la forma de hacer política en sus respectivos países.
Pero hay un punto más profundo que los dos tienen en común: en ambos casos, su llegada al poder marca no solamente un recambio generacional, sino también un rechazo más amplio de la vieja clase política y del consenso político previo de sus respectivos países. Para llegar a la Casa Blanca, Obama tuvo que vencer a dos gigantes de la política norteamericana: a la senadora y ex primera dama Hillary Clinton, que después se integró a su gobierno como secretaria de Estado (canciller), y al senador y héroe de la guerra de Vietnam, John McCain. ¿Cómo logró Obama, elegido al Senado por primera vez solo cuatro años antes, un triunfo así? En aquellos años, a fines de la segunda administración del presidente George W. Bush, el público norteamericano se estaba cansando de una larga e infructuosa ocupación de Irak, que resultó ser infinitamente más difícil de gobernar y de reformar que lo que fue invadirlo. En el clima de fervor patriótico, después del ataque contra las Torres Gemelas, casi toda la clase política norteamericana apoyó la política militarista de la administración de Bush, y casi todos los congresistas de la oposición demócrata, por convicción, por oportunismo o por miedo, aprobaron la invasión de un país cuyo gobierno, aunque enemigo declarado de los EE.UU., nada tuvo que ver con el ataque terrorista del 11 de septiembre de 2001. Barack Obama, entonces un desconocido legislador regional del estado de Illinois, fue de los pocos que se declaró en contra de la guerra de Irak desde su principio. Fue esto, tal vez, la principal razón por la que después venció a la mucho más conocida Hillary Clinton, a quien los votantes más progresistas nunca, hasta hoy, le han perdonado su apoyo a la invasión y ocupación de aquel país del Medio Oriente. Aunque más joven y con menos experiencia que sus rivales, Obama mostró en este caso su buen juicio y su valentía de ir contra la corriente para mantenerse fiel a sus principios.
El paralelo con el ascenso de Gabriel Boric es evidente. Desde el fin de la dictadura, durante treinta años, la política chilena fue dominada por dos grandes bloques, la Concertación y la Alianza, y se mantuvo dentro de los límites fijados por la Constitución de 1980, que impidió hacer cambios profundos al sistema a los gobiernos de turno. Una de las grandes sorpresas de las elecciones de 2021 fue la derrota de estos dos bloques históricos, ninguno de los cuales logró avanzar a la segunda vuelta presidencial. Las movilizaciones estudiantiles que se vivieron durante la primera década del siglo XXI dieron el primero aviso del impacto que iba a tener la nueva generación que exigía una sociedad más abierta e igualitaria. Los Pingüinos, luego los universitarios, y finalmente líderes de la nueva fuerza política, Frente Amplio, exigieron una educación “pública, gratuita, y de calidad”. Al final vino el estallido social de octubre de 2019. Los que sobraban ya no estaban dispuestos a patear piedras, sino a lanzarlas. Tal como dijeron algunos militantes, no revindicaban tanto el alza de treinta pesos en la tarifa del metro, sino los treinta años de cambios frustrados. La administración de Piñera no tuvo repuesta a la movilización de los jóvenes, y muchos de su sector temían que el país estuviera al borde de una revolución. Finalmente, los líderes de los grandes bloques políticos representados en el Congreso llegaron a un acuerdo histórico para resolver la crisis: llamar a una convención constituyente para redactar una nueva Constitución para Chile. Gabriel Boric estuvo entre los únicos de su sector que puso su firma a este acuerdo, acto por el cual muchos de sus pares le denunciaron como un vendido, un traidor. Pero el tiempo le dio la razón, y la sabiduría política que demostró en aquel momento después lo elevó a la cima del poder. En aquel momento, Boric vio lo que muchos de sus compañeros de ruta, tanto de la nueva como de la vieja izquierda, no reconocieron—que el estallido social había creado una posibilidad única de cambio profundo, pero que esa ventana al cambio podría volver a cerrarse, si no aprovechaban la oportunidad. ¿Quién hoy podría sostener que, sin la movilización masiva del estallido social, y sin el acuerdo transversal de recurrir a una convención constituyente, Chile estaría a punto de adoptar una nueva Constitución y dejar atrás la maquinaria montada por Jaime Guzmán?
Aunque Obama sigue siendo una figura prominente y respetada en los EE.UU., su gobierno ya pertenece a la historia, mientras el de Boric todavía no comienza. ¿Qué lecciones puede enseñar la experiencia de Obama al pueblo chileno y a su nuevo presidente? En mi opinión, la lección más importante es que un presidente no es un superhéroe que por sí solo puede resolver todos los problemas de la sociedad, que exigen un proyecto colectivo y continuo. El mismo Obama siempre entendió esto—por algo su lema fue “yes we can” (nosotros sí podemos), y no “yes I can” –pero muchos de sus jóvenes fans no lo entendieron, y quedaron desilusionados cuando la alegría no vino (para citar otro paralelo con la historia política chilena). Por causa de la desilusión de sus seguidores y la oposición furiosa de los republicanos, muchos de sus sueños naufragaron en los obstáculos institucionales y los juegos sucios de la política. Logró algunos éxitos en los primeros dos años de su gobierno, sobre todo una nueva ley de salud (Obamacare), pero las multitudes no salieron para las siguientes elecciones legislativas, y la oposición republicana ganó la mayoría en el Congreso, frustrando la mayor parte de sus proyectos de los últimos seis años. Antes de comenzar su mandato, Obama dijo que quería ser un presidente transformacional, y en este aspecto, hay que reconocer que fracasó, como demuestra la elección de Donald Trump como su sucesor. Por tanto, es esencial que los que salieron a votar para Boric, y por una nueva Constitución, también salgan a votar en las elecciones legislativas y municipales, y que no se desesperen cuando los problemas no se resuelvan en unos pocos meses de gobierno. El mismo Boric sería el primero en reconocer que no podrá lograr nada por sí solo, sino que es parte de un movimiento, y que el éxito del movimiento exigirá esfuerzo, constancia, y compromiso de todos. Este proyecto necesita la unión de las clases políticas y los movimientos sociales, de la nueva izquierda del Frente Amplio y de la centroizquierda de la ex Concertación y Nueva Mayoría, de todas las diversidades (étnicas, culturales, de género, etc.) de un país que solo ahora recién reconoce su carácter pluricultural. Si no quiere ser vencido, el pueblo debe mantenerse unido.
11 comentarios en “¿Será Boric el Obama chileno?”
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