«Siempre tiene la razón»: la influencia de la moral narcisa en la sociedad actual

Por Marcel Albano

Persiguiendo a un ciervo a través del espeso bosque, Narciso decidió hacer un alto junto a un arroyo de aguas cristalinas. Al inclinar su cuerpo para beber, su reflejo en la superficie del agua lo hechizó por completo. Pasaron días mientras Narciso permanecía en ese lugar, eclipsado sin poder desviar su mirada de su propio reflejo, sumiéndose en una obsesión tan severa como si fuera una selfie eterna. Enamorado de sí mismo, olvidó por completo sus necesidades más básicas: no comía, no bebía, no descansaba.

La noticia de la desaparición de Narciso llegó a oídos de su familia, de la gente del pueblo donde vivía y de las enamoradas que habían sufrido su indiferencia. Desesperados, emprendieron una búsqueda a través del bosque en un intento por hallarlo con vida. Sin embargo, cuando finalmente lo encontraron junto al arroyo, fue demasiado tarde. Narciso había perdido todo interés por el mundo exterior y, consumido por el hechizo del enamoramiento de sí mismo, se desvaneció gradualmente hasta morir, prisionero de su propia vanidad.

El narcisismo actual como sujeto dominante

Desde la antigüedad hasta nuestros días, el arquetipo antropológico de los narcisistas ha experimentado una transformación hasta evolucionar hacia un trastorno de la personalidad que se caracteriza por un ego y vanidad excesivamente desmedidos, con una tendencia a idealizar la propia existencia, lo que a menudo actúa como un sesgo autodestructivo muy peligroso: si todos los miembros de la sociedad creen “siempre tener la razón”, cada vez que el chip de la autopercepción se active como vara de medida, definitivamente estamos en problemas.

Para el psiquiatra Mark Zimmerman, del Rhode Island Hospital, esta distorsión actúa como un patrón generalizado y dominante que involucra percepción de sentirse superior, necesidad de admiración y falta de empatía. Estas personas tienden a sobrevalorar sus capacidades y habilidades, exagerar sus ideas o creencias, y subestimar las capacidades de los demás, a quienes adjudica menor valor y por quienes profesa menor respeto. Junto con esa autopercepción exagerada e infundada de importancia y talento, sienten un legítimo (y muy relativo) derecho a imponer sus criterios, muchas veces rayando la locura.

Según la psicóloga argentina Caro Ricciuti, las personas narcisistas tienen, además, una habilidad extraordinaria para negar la realidad, distorsionarla, confundir a las víctimas y culpar a otros por lo que ellas mismas se han inventado y creído, de cómo son las relaciones humanas sanas. También señala que esperar que un narcisista reconozca sus errores es mantener una ilusión de cambio que raramente se materializa sin tratamiento. Tomando el mito griego, para los narcisistas solo importa el propio «reflejo de sí mismos».

Para comprender cómo se articulan los mecanismos individuales de comportamiento personal en un patrón social, es fundamental entender que cada individuo forma parte de una muestra representativa que ilustra el funcionamiento del sistema operativo de nuestra sociedad en todas sus manifestaciones. Estadísticamente, la mayoría de las rutinas y hábitos comunes se asemejan a patrones de respuesta a estímulos. Esto nos convierte en seres sociales comunes y considerablemente más similares entre nosotros que los sesgos cognitivos del prejuicio que operan a diario.

Todos participamos en un mismo sistema de sociedad que se desenvuelve en diversas dimensiones y evoluciona con el tiempo. Sin embargo, en la era digital, el papel del arquetipo antropológico de los narcisistas se ha fortalecido hasta convertirse en un agujero negro. Desde este trastorno de la personalidad, se socava la confianza y, en última instancia, la cohesión social.

En el perfil social de un narcisista, los demás son percibidos como meros instrumentos, medios o cosas, en lugar de seres humanos al igual que ellos mismos. Esto se manifiesta como una expresión del fanatismo, un factor que satura la sociedad con miedo y rabia colectiva, influyendo tanto en las personas más educadas como en las menos cultivadas.

En todas sus dimensiones, esta influencia narcisista fluye como una corriente de conductas violentas con impacto incluso en el sistema político y las relaciones sociales. La polarización política a la que contribuye el narcisismo se manifiesta en extremos, en los cuales las decisiones se reducen a simples dicotomías: Sí/No, Apruebo/Rechazo, A favor/En contra.

La comprensión de este fenómeno es crucial debido al daño que ha infligido, resultado de las aporías que la sociedad misma ha generado, en ámbitos como la educación y la salud. Por ejemplo, a la lógica del funcionario público que ha girado desde el conocido eje del «servicio social por el bien público», hay una presencia permanente de tolerancia a la desidia que ralentiza las instituciones del Estado, o cualquier tipo de social.

Karl Marx, sin los excesos emocionales de su tiempo, expresó en su Prólogo a la Contribución a la Crítica de la Economía Política en 1869: «No es la conciencia (como autopercepción subjetiva) del individuo la que determina su ser, sino, por el contrario, es el ser (la influencia de la cultura social) lo que determina su conciencia». En otras palabras, los narcisistas viven en un constante autoengaño que afecta sus relaciones con su entorno y los demás.

La cultura de la cancelación y el debate perdido

Las convicciones personales, cuando son controladas por el yo-perfecto, tienden a restar y dividir en las relaciones sociales. Estas convicciones se oponen al yo-sabio, que reconoce la importancia de la conciencia de la solidaridad como un hecho de la interdependencia común. Impulsado por la autopercepción como verdad incuestionable y como una nueva medida en la formación de la identidad de los individuos, el yo-perfecto se nutre de la influencia de los algoritmos de inteligencia artificial presentes en cada dispositivo móvil, reflejando una especie de Narciso que se valida en la autorreferencia.

La constante y predominante dinámica del uso de dispositivos móviles, combinada con la segmentación de mercados de verdades, ha encontrado un terreno fértil para moldear identidades laxas y promover ideologías cambiantes que a menudo son difíciles de sustentar en el sentido común de las personas. Estas identidades e ideologías contradicen la búsqueda de consistencia en el contraste con otros/as y la tolerancia. Al mismo tiempo, generan una comunicación ruidosa que, en lugar de fomentar el debate y la comprensión, se convierten en una forma de violencia.

Esta dinámica incluso está siendo útil en la arena política. Los movimientos conservadores han denunciado la cultura de la cancelación, que atribuye a un sector de la izquierda para la cual lo políticamente correcto silencia unos mínimos deseables para la sociedad: orden, roles definidos, autoridad. Esta tendencia, surgida en sectores progresistas al alero de la denuncia de las desigualdades, fue bautizada por el bando contrario con el nombre de cultura «woke» («despierto») en Estados Unidos. Aunque inicialmente bien inspirada, el ala conservadora acusa que lo woke ha terminado empobreciendo las instituciones y, en último término, la democracia.

En esa línea, Ignacio Jiménez Soler explica en su libro «La nueva desinformación: Veinte ensayos breves contra la manipulación» (Universitat Oberta de Catalunya), que la doctrina woke utiliza una causa justa e incuestionable como pretexto para imponer la censura, restringir el debate y eliminar la diversidad de perspectivas. Esto, junto con la desinformación, contribuye a nuevas formas de hegemonía y desestabiliza la sociedad al promover el pensamiento único y la descontextualización en la interpretación de la historia y la actualidad.

La tendencia, denuncian, apunta incluso a la evolución del humor hacia nichos de mercado, giro que se ha manifestado, por ejemplo, en la desaparición del personaje hindú Apu en «Los Simpson» Esto plantea un desafío al «derecho a la diferencia», ya que en lugar de eliminar estereotipos, los refuerza y genera conflictos entre identidades.

La adopción inconsciente del paradigma woke como una expresión narcisista, con versiones tanto de izquierda como de derecha, plantea desafíos significativos para la sociedad y la democracia. En tanto enfoque ecléctico e híbrido, dificulta la identificación de prioridades racionales y comunes en la vida cotidiana, así como certidumbres fundamentales para un desarrollo basado en la cohesión de la población.

En última instancia, el narcisismo, como señala Al Pacino en su papel de Satanás en la película «El abogado del Diablo», la vanidad, un estímulo psicológico y emocional simple, puede facilitar la esclavitud de la humanidad y permitir que individuos no del todo equilibrados lleguen al poder. El desafío contra el poder del narcisismo en la sociedad radica en mantener conversaciones que no se centren en las diferencias, sino en las necesidades y urgencias comunes. Una sociedad saludable evoluciona con individuos dispuestos a cuestionar la creencia de aquellos que “siempre tienen razón”. Pero, ¿quién se atreve a decirle al rey que camina desnudo por la calle?