David Allen Harvey
Los medios de comunicación sirven para entretenerse, pero también tienen una gran capacidad para educar al público, sobre todo en una época en que la gente lee menos que antes. El servicio streaming de Netflix, con una colección de contenido inagotable que viene del mundo entero, ha llenado el ciberespacio de películas, series, realities, monitos animados, y también gran cantidad de documentales, que a través de Netflix pueden alcanzar a un público más amplio. En esta columna hablaré de una nueva serie documental de esta plataforma, Turning Point, que relata en nueve capítulos, de una hora cada uno, la historia de la bomba atómica, la Guerra Fría, y la rivalidad geopolítica entre Estados Unidos y Rusia desde los años cuarenta hasta el presente. Recomiendo esta serie a todos los espectadores, tanto por la calidad de la producción, que integra imágenes y videos impactantes y de gran valor histórico, y la calidad de síntesis e interpretación histórica que ofrecen los especialistas académicos entrevistados a lo largo de sus capítulos. Pero más que nada, recomiendo esta serie porque de lo que conozco, más que cualquier otro documental, entreteje las historias del pasado y del presente, demostrando los hilos que conectan la guerra actual en Ucrania con la Guerra Fría y las secuelas de la antigua/actual rivalidad rusa-norteamericana. Si bien, como dice Marx, los hechos históricos se repiten dos veces, la primera como tragedia y la segunda como farsa, conviene mirar hacia atrás para entender un conflicto que conmueve el mundo entero.
El gran mérito de la serie documental es que, si bien señala a héroes y villanos, en general evita los juicios fáciles y demuestra la ambigüedad moral de gran parte de la historia de la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría, y la historia contemporánea de Rusia y de los EE.UU. Después de comenzar con imágenes de la guerra de Ucrania en la época actual, retrocede a recordarnos un mundo amenazado por la guerra más devastadora de la historia humana. Nos recuerda que fue en Alemania, la gran potencia científica de principios del siglo XX (un tercio de los premios Nobel en las tres primeras décadas del siglo eran alemanes), que se lograron, en 1938 en pleno Tercer Reich, las primeras pruebas de fisión nuclear en el mundo. Los expertos de los dos lados del Atlántico se dieron cuenta inmediatamente de que los nuevos descubrimientos revelaron la posibilidad de fabricar un armamento de guerra de una capacidad destructiva inédita. El gran temor de muchos científicos, y sobre todo de los de origen judío-alemán refugiados en los EE.UU., como el famoso Albert Einstein, era que, si Alemania era el primero en desarrollar la bomba atómica, su dictador se convertiría en un invencible tirano a nivel mundial. Por lo tanto, el mismo Einstein, pese a sus creencias pacifistas, informó al presidente Roosevelt de los acontecimientos y le aconsejó dominar esta nueva tecnología mortífera antes que lo hicieran los alemanes. Los científicos reunidos en el “Manhattan Project,” liderado por el ahora famoso Oppenheimer, creían (con cierta razón), que estaban salvando al mundo, al mismo momento que fabricaron el posible mecanismo de su destrucción. Similarmente, el nuevo presidente Harry Truman, quien llegó al cargo después de la muerte de Roosevelt en abril de 1945, tuvo que tomar la decisión moralmente compleja sobre usar o no la bomba para poner fin a una guerra que había dejado millones de muertos en el mundo entero. Aunque se ha criticado mucho a Truman (sobre todo por causa de la segunda bomba tirada contra la ciudad de Nagasaki), el nuevo presidente creyó sinceramente (también con cierta razón) que su decisión salvaría más vidas que las que quitaría. Es una historia contada, no en absolutos de blanco y negro, sino en muchos tonos de gris y efectos de chiaroscuro.
La serie también revela las complejidades de la historia contemporánea rusa. Para los extranjeros como uno, es casi inexplicable que los rusos sigan apoyando a Vladimir Putin, un autócrata que les niega los derechos civiles básicos y los mantiene en la pobreza mientras goza de una fortuna evaluada en miles de millones de dólares, y aún más inexplicable que muchos mantengan una memoria nostálgica y favorable hacia Stalin, uno de los peores tiranos y genocidas de la historia de la humanidad. Pero después de ver los capítulos de Turning Point, estas actitudes son más comprensibles, si no racionales. La Segunda Guerra Mundial fue una de las mayores tragedias de la historia rusa, dejando más de veinte millones de víctimas soviéticas, pero terminó con la victoria más notable de su historia, con las tropas del Ejército Rojo ocupando la mitad del continente. Stalin apareció como el arquitecto de esta tremenda victoria, amplificado por la propaganda estatal a un estatus casi divido. Durante las siguientes décadas, el poder soviético hizo temblar el mundo entero, para la gran satisfacción de los nacionalistas rusos. Pero en los años posteriores a la caída del muro de Berlín (hecho que Vladimir Putin, entonces un agente de la KGB en Alemania Oriental, calificó como el peor desastre de la historia), los rusos han sufrido una serie de crisis económicas, la pérdida de su gran imperio, y una serie de humillaciones frente a un Occidente triunfante. Dadas estas circunstancias, uno puede lograr comprender, aunque jamás concordar, por qué muchos rusos se niegan absolutamente a aceptar la independencia de Ucrania y a luchar, cueste lo que cueste, para mantener este territorio que fue la cuna de la civilización rusa y una pieza íntegra de su imperio histórico.
Finalmente, la serie demuestra las ambigüedades de los conflictos geopolíticos de la Guerra Fría. Como las armas nucleares hicieron impensable una guerra directa entre los EE.UU. y la Unión Soviética, el mundo entero se convirtió en una gran tabla de ajedrez en que las dos potencias buscaron ganar ventajas en conflictos remotos y con aliados dudosos. Aunque Turning Point es una producción norteamericana y refleja en cierto sentido la perspectiva gringa, la serie enfrenta directamente y de forma bien crítica el impacto negativo de la Guerra Fría sobre la sociedad norteamericana y sus valores democráticos. Relata la paranoia anticomunista de los años cincuenta fomentada por el entonces senador Joseph McCarthy que destruyó muchas vidas inocentes. También medita sobre la influencia nefasta de los hermanos Dulles: Allen, el director de la CIA, y John Foster, el canciller durante los años cincuenta. Este par representaron más que nadie lo que el mismo Eisenhower denunció como “el conjunto militar-industrial”: la alianza entre el capitalismo, las fuerzas armadas, el espionaje, y el neocolonialismo. En Irán y en Guatemala, los hermanos Dulles derrocaron a lideres elegidos democráticamente para resguardar los intereses del capital norteamericano, con efectos que todavía marcan el mundo del siglo veintiuno. Ciudadan@s de otro de los peones caídos de la Guerra Fría, l@s espectadores chilen@s sabrán más que nadie el costo humano de la arrogancia del poder de los Dulles. No olvidemos que Chile y el resto del Cono Sur tuvieron sangrientas dictaduras gracias a la intervención de la CIA como parte de este macabro ajedrez de la Guerra Fría.
Como historiador de Europa contemporánea, llevo más de un cuarto de siglo enseñando la historia de este periodo, y puedo afirmar que hasta yo aprendí de Turning Point cosas que no sabía (por ejemplo, que el ejército norteamericano quiso lanzar una tercera bomba contra Japón, pero que Truman se lo negó categóricamente). Lo recomiendo a tod@s l@s espectadores que quieran entender mejor el mundo en que vivimos.
1 comentario en “Turning Point: una historia documental de la era nuclear”
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