Por Equipo de El Regionalista
¿Qué es esa enorme construcción a medio hacer y abandonada, que está en el entorno de las Termas del Flaco, al oriente de San Fernando?
Se trata, ni más ni menos, que del resultado de una política pública que maduró recién hacia la mitad del siglo pasado, y que se impulsó a destiempo, con falta de la necesaria planificación presupuestaria y sin considerar los lineamientos de salud que debió tener en cuenta.
Vamos por partes.
Lo primero, es que hasta comienzos del siglo 20, cuando las lamentables condiciones de salubridad del grueso de la población nacional empezaba a ser preocupación del Estado, recién hacía unas décadas, la autoridad de salud intentaba frenar una enfermedad que causaba estragos: la tuberculosis pulmonar.
Por entonces, el tratamiento de quienes se enfermaban, llamados tísicos, seguía una dinámica impuesta desde el siglo 19 en Europa, cuando todavía no existían los antibióticos: dieta alimenticia y un programa de descanso supervigilado. Claro que esta opción solo era viable para aquellos se les detectó tempranamente la enfermedad y la terapia debía aplicarse en sanatorios especializados.
De acuerdo con esas pautas terapéuticas, en los primeros años del siglo 20 el Estado levantó varios sanatorios en el país y en 1938 la Caja de Seguro Obligatorio resolvió construir uno de esos establecimientos para tuberculosos en Las Vegas del Flaco, en el entorno de las termas del mismo nombre.
Los estrictos criterios para la localización de estos sanatorios indicaban que debían ser construidos a no más de mil metros sobre el nivel del mar, alejados de ciudades pero sin que esto obstaculizase el contacto regular de pacientes con familiares y en zonas de clima templado. Solo deteniéndonos en ambos criterios, la idea de instalar un sanatorio para tuberculosos en las Termas del Flaco, excedía ampliamente la doctrina médica hasta entonces aceptada; respecto del clima, la severidad del invierno habría desaconsejado el proyecto.
Pero es que, además, desde el punto de vista del diseño financiero, la obra que implicaba el sanatorio y un sistema hotelero creció con pies de barro desde que fue aprobada su construcción por el parlamento en 1938. El presupuesto inicial de 5 millones de pesos debió ser incrementado y ya en 1941 la inversión sumaba 7 millones y en 1948, 9 millones. Es decir, el sanatorio aún no estaba terminado y ya casi doblaba el presupuesto original.
Las sombras sobre el gran proyecto del sanatorio de San Fernando venían también proyectándose por los avances de la medicina. Si el uso de sanatorios se arrastraba en los países de mayor desarrollo desde el siglo 19, ello correspondía a una terapia de contención que, como señalábamos, se aplicaba particularmente a contagiados en etapa inicial. O sea, la terapia no consideraba medicamentos, en un momento en que los centros de investigación de salud empezaban a disponer de terapias medicamentosas para otras enfermedades. Pues bien, en el tiempo que transcurrió entre la aprobación de la inversión y el último incremento presupuestario, 1938 y 1948, dos investigadores norteamericanos descubrieron el antibiótico que atacaba con un alto nivel de eficacia el bacilo de la tuberculosis. En 1943, Selman Waksman y Albert Schatz revolucionaron el tratamiento de la tuberculosis con la estreptomicina, relegando los sanatorios al panteón de los recuerdos.
De esta forma, el nunca terminado ni inaugurado sanatorio para tuberculosos de Las Vegas del Flaco se yergue porfiado como símbolo de una decisión pública mal aplicada pero también del esfuerzo del Estado por brindar mejores condiciones de salud a una población vulnerable ante una de las enfermedades temibles del siglo 19 y comienzos del 20.
Si quiere leer más sobre este tema o sobre otros relacionados con la historia de la salud, visite historiasalud.cl, donde encontrará el artículo del doctor en Historia Marcelo López acerca del sanatorio de Las Vegas del Flaco.