El atentado contra Ingrid Olderöck (1981)

Las declaraciones de la candidata presidencial Evelyn Matthei sobre el golpe y la dictadura han generado bastante revuelo en la opinión pública. Por tanto, he decidido compartir parte de la investigación que estoy realizando para mi próximo libro sobre la literatura y filmografía del trauma. La cultura del miedo es lo central de la historia de abusos de derechos humanos en Chile y estos episodios constituyen nudos de memoria de gran importancia, porque nos recuerdan ese pasado que ha dejado huellas imposibles de borrar.

Por A.C. Mercado-Harvey

Las declaraciones de la candidata presidencial Evelyn Matthei sobre el golpe y la dictadura han generado bastante revuelo en la opinión pública y rechazo por parte de casi todos los sectores políticos (incluyendo la derecha moderada). A partir de este grosero intento de desmemoria, he decidido compartir parte de la investigación que estoy realizando para mi próximo libro sobre la literatura y filmografía del trauma. Para tal efecto, compartiré cada semana un episodio de la dictadura que el historiador Steve Stern ha categorizado como nudos de memoria. En esta primera entrega, resumo la historia de Ingrid Olderöck, exagente DINA en quien Hugo Covarrubias basó su corto animado Bestia (2022), nominado al Oscar. (https://www.youtube.com/watch?v=1qmI0o9BsZo&rco=1).

La excarabinero y exagente de la DINA, Ingrid Olderöck es la más conocida de varias agentes mujeres que protagonizaron crímenes de lesa humanidad bajo el comando de Manuel Contreras. La periodista Nancy Guzmán le hizo una serie de entrevistas a esta chileno-alemana y publicó un libro sobre el centro de tortura donde trabajó la agente, la Venda Sexy, y otro enfocado en ella y sus crímenes. Olderöck corresponde al tipo de nudo que el historiador Steve Stern identifica como sitios de humanidad, o sea personas u organizaciones; el atentado mismo es un sitio en el tiempo, porque es un evento público que ocurrió durante la dictadura y el lugar de tortura, la Venda Sexy, corresponde al tipo de sitio físico o geográfico. Por tanto, este atentado contiene los tres tipos de nudos de memoria o sitios, lo que lo hace particularmente importante, ya que afectó a una parte importante de la población chilena y provoca el recuerdo del trauma.

Olderöck es el objeto del cortometraje de Hugo Covarrubias que analizo en el último capítulo de este libro. El punto focal de la historia que se cuenta en el corto animado es la vida y los crímenes de Olderöck. Según Guzmán, la exagente negó sistemáticamente su participación en torturas, pero reconoció haber entrenado a otras mujeres en labores de inteligencia y también reconoce haber sido parte de la DINA. El libro abre con el intento de asesinato a Olderöck. La historia de este fallido asesinato es novelesca en sí misma: la DINA utilizó una célula del MIR para que mataran a la agente que estaba en plenas negociaciones con un grupo socialista alemán que la sacaría de Chile. Olderöck ha insistido que fue el general Mendoza, director de Carabineros e integrante de la Junta Militar, quien la mandó matar (pág. 18). Para tal efecto, habría encomendado la misión al mayor de Carabineros, Julio Benimeli (30).

El hecho es que los que cometieron el atentado fueron dos miristas: Raúl Castro Montanares, “Jacinto”, y Carlos Bruit (23). La orden de matar a Olderöck vino de Guillermo Rodríguez y un sujeto apodado como el “Rucio”, quien habría recibido la orden de Hernán Aguiló. Rodríguez recibió la información para: “ajusticiar a una de las agentes más salvajes de la dictadura, la que había entrenado perros para violar a detenidas y detenidos y además había participado activamente en torturas, operaciones de exterminio, y en la Operación Cóndor” (Guzmán 24). El primer tiro lo efectuó Castro mientras le decía: “Esto es para ti”; la bala le rozó. El segundo tiro de Carlos fue un disparo directo a la cabeza con un arma calibre 32, la cual no produjo el estallido del cráneo. Los miristas se llevaron su cartera y una carpeta que llevaba la exagente (25).

Castro o “Jacinto” le confesó en entrevista a Guzmán que cuando abrieron la carpeta que llevaba Olderöck, se dieron cuenta que la mujer estaba intentando salir de Chile: “Además no sabíamos esa parte de la historia, la que se nos completó cuando caímos presos y supimos que a ella la estaba sacando un grupo en Alemania a cambio de información. Pensar que nosotros irrumpimos en otra operación que era más importante que matarla, es suponer que estábamos infliltrados y que nuestro partido nos había enviado a matar a esta mujer para impedir una acción de inteligencia amiga” (61). Rodríguez, uno de los que dio la orden, le dijo también a Guzmán que dentro de la carpeta había una serie de pasaportes falsos que estaba preparando para escaparse: “En resumen, Olderöck estaba en conversaciones con una congregación de monjas alemanas para irse de Chile cuando nosotros le hicimos el atentado” (62).

Guzmán señala que la exagente temía que la mataran porque ella tenía los nombres reales de agentes de la DINA con sus nomenclaturas militares, así como información sobre el destino de los detenidos desaparecidos (63). De acuerdo a las pesquisas de Guzmán, lo más probable es que la DINA se haya enterado de las intenciones de Olderöck y haya orquestado el asesinato al entregar la información a un comando del MIR que estaba infiltrado por agentes de la represión estatal. El hecho de que el atentado haya ocurrido en 1981 explica que la orden pudo venir de Carabineros, ya que la DINA había sido disuelta, pero Contreras aún tenía mucho poder y operaba en las sombras, como le explicó Olderöck a Guzmán en sus entrevistas sobre la Dinita (214-17).

El atentado a Olderöck es un nudo de memoria que ocurrió a plena luz del día, pero que solo quedó en la crónica roja y en los rumores que circulaban entre disidentes a la dictadura. La verdadera historia de la exagente no se hizo conocida de modo más masivo hasta que comenzó a ser citada a tribunales en el marco de investigaciones de crímenes de lesa humanidad. En las entrevistas con Guzmán, Olderöck niega haber estado en el recinto de tortura y ejecuciones conocido como la Venda Sexy (105). En las entrevistas, la exagente se excusa con una supuesta amnesia que habría sufrido producto del atentado que la dejó con una bala alojada en la cabeza. Guzmán consultó a la psiquiatra especialista Katia Reszczynski, quien le habría señalado que Olderöck mentía cuando se excusaba con la amnesia para evitar responder a preguntas que la incomodaban: “Ella no sabe lo que es la amnesia y por tanto la simula mal” (101). Sumado a esto, hay varios testigos que sitúan a la exagente en el lugar, como Alejandra Holzapfel, quien la recuerda como una mujer de voz ronca, la única en el recinto y que ella la torturó con perros (108). Otra de las torturadas fue Beatriz Bataszew, quien fue detenida el 74 y recuerda al perro Volodia de Olderöck (113). Varios de los detenidos han detallado las peculiaridades del centro de detención como, por ejemplo, la música a alto volumen para aplacar los gritos de los torturados y por lo que también se conoció como “Discoteque” (115).

Alejandra rememora que: “Allí siempre estaba sonando una radio con música AM, la música que recuerdo era como Roberto Carlos, es de “quiero tener un millón de amigos”, o Julio Iglesias (…)” (115). No deja de haber cierta ironía, ya que Roberto Carlos fue uno de los cantantes brasileños que se casó con la dictadura militar de ese país. Otra característica de la Venda Sexy es que los funcionarios tenían horario de oficina de ocho horas y era respetado de modo riguroso, a menos que llegara un detenido de última hora (116). Finalmente, el lugar fue descrito por varios detenidos como un centro de tortura en el que se eliminaban personas, el mismo exagente Manuel Rivas Díaz en declaración judicial afirmó que: “(…) era conocido entre todos los funcionarios que trabajábamos en los cuarteles operativos de la DINA, que los detenidos eran asesinados y arrojados al mar. Incluso, antes de la Navidad del año 1974, fui designado para integrar un grupo de agentes que tenían como misión trasladar a los detenidos en helicóptero, es decir, asesinar a los presos y arrojar sus cuerpos al océano” (120).

De acuerdo a las investigaciones reportadas en el libro de Guzmán, uno de cada dos detenidos fue desaparecido en el recinto, pero en el período de octubre a diciembre de 1974, considerado el período fuerte de la Venda Sexy, la proporción sube aún más, motivo por el cual hay muy pocas declaraciones de detenidos (121). A esto se suma la naturaleza de las torturas de tipo sexual, lo que ha invisibilizado a la Venda Sexy, así lo consigna otro de los torturados Elías Padilla: “Una de las razones que ha hecho que haya menos declaraciones públicas sobre la Venda es que el sistema de terror que aplicaron ahí sobrepasó todas las posibilidades de hacer daño a las personas” (122).

Guzmán coincide con esta descripción y concluye: “En la experimentación del castigo, la Venda Sexy fue un lugar simbólico para la DINA. Ahí se experimentó con el dolor de los cuerpos de manera brutal, se sometió a los detenidos al terror sin límite, se usó animales para causar el mayor dolor físico y psíquico y se ensayó el carácter de lugar terminal de detenidos” (130).

La crueldad de Olderöck es recordada por los sobrevivientes de la Venda Sexy, pero queda mejor graficada en su historia personal. Guzmán logra indagar en sus entrevistas sobre la familia de la extorturadora. Ella misma le señaló: “Yo soy nazi desde pequeña, desde que aprendí que el mejor período que vivió Alemania fue cuando estuvieron los nazis en el poder, cuando había trabajo y tranquilidad y no había ladrones ni sinvergüenzas. Pero que quede claro que no comparto el exterminio de los judíos. Tampoco estoy de acuerdo con los de la Colonia Dignidad” (34). Es interesante en esta afirmación que la justificación que dan personeros de derecha en Chile es la misma: apoyan la dictadura porque fue una época “próspera y tranquila”, pero muchos para los 40 años del golpe decían condenar las violaciones a los derechos humanos. Eso ha sufrido un retroceso importante con la irrupción de una derecha pinochetista que aplaude a la dictadura sin reparos, algo que ha llevado a la derecha tradicional a volver a evidenciar las mismas ideas prodictadura.

La historia familiar de la extorturadora no sólo deja en evidencia una familia alemana muy estricta y pronazi, sino que da cuenta de sus valores retorcidos. Guzmán indagó sobre el caso de una de las hermanas de Olderöck, quien por la intransigencia de los padres se fue a Alemania Occidental para desarrollar una carrera como bailarina de ballet. La hermana nunca más volvió a Chile hasta que sus padres murieron y la exagente la necesitó para gestionar la herencia que consistía en la casa familiar. Según narra Guzmán, la exagente ya había logrado sacar a su hermana menor de la casa y no pensaba entregarle nada a la hermana mayor que vivía en Alemania: “Ingrid Olderöck era ambiciosa, no contaba con dividir su herencia. La quería solo para sí y creía tener más derechos que sus dos hermanas. No iba a dar paso a que ni una de sus dos hermanas le quitaran la casa paterna” (157). Su hermana Karin la enfrentó y esto significó que la extorturadora la entregara a los servicios de inteligencia chilena. Al ser cuestionada por Guzmán, le señaló que Karin era esquizofrénica, igual que su otra hermana, y que era un enlace del Partido Socialista y que iba a Chile con la misión de obtener información sobre la DINA. Olderöck le habría contado a Contreras y éste le habría dicho que la pondría en un avión de regreso a Alemania (159). Guzmán documenta que esto es falso y que Karin fue detenida y torturada por la DINA a instancias de la exagente y que su familia completa sabe de ello (160). Luego de un recurso de amparo interpuesto por la familia en Chile, lograron que Contreras sacara a Karin del centro de tortura Cuatro Álamos y la enviara de vuelta a Alemania (163). El nudo de memoria del atentado contra Olderöck nos remonta al aparato represor de la DINA y a una cultura del terror que existió en Chile durante diecisiete años. El caso de la excarabinero no es un caso excepcional, sino parte de un grupo de funcionarios armados que eran parte de la maquinaria estatal que cometía ilícitos de todo tipo. Curiosamente, este es un punto que la propia extorturadora remarca: “Mire, en esa época se podía hacer cualquier cosa, no había límites, por eso todos robaron, se enriquecieron” (174). Además, pese a no reconocer su rol en las torturas, admite la brutalidad de ellas. Por ejemplo, dice haber sabido de niños pequeños que eran torturados con sus padres (172) o de un detenido en Villa Grimaldi al que le dieron la orden con una pistola en la cabeza de que tomara grasa hirviendo y éste se murió en el momento, por lo cual el teniente Lawrence le dio la orden a un médico que lo reviviera para seguir interrogándolo, lo que era imposible, por lo que el doctor se arrancó saltando un muro (171). Olderöck llama estos comportamientos de “locos” o “tonteras”, pero llega al fondo del asunto cuando declara: “El miedo hace que todos callen. Y fuera o dentro de la DINA, todos tenían miedo” (175). Esa cultura del miedo es lo central de la historia de abusos de derechos humanos en Chile y estos episodios son nudos de memoria de gran importancia, porque nos recuerdan ese pasado que ha dejado huellas imposibles de borrar.

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