La epidemia de violaciones

No existe lugar en el planeta en que las violaciones de mujeres no sean crímenes más o menos comunes. Entonces, la pregunta es ¿por qué es tan prevalente la violación de mujeres en el mundo? No es fácil de contestar, pero una respuesta es que es un tema de poder; no de sexo.

A.C. Mercado-Harvey

Por estos días parece imposible prender las noticias y no enterarse que tal personaje público está acusado de violación. Todo comenzó en nuestra región con el padre del senador y expresidente de la UDI, Javier Macaya, condenado por abusos sexuales. Esta última semana salieron a la luz los hechos que protagonizó el exsubsecretario del Interior, una de las autoridades mejor evaluadas del gobierno, Manuel Monsalve y el exfutbolista Jorge “Mago” Valdivia. Es como para preguntarse, ¿qué diablos pasa en Chile? La respuesta es compleja y Chile no es un caso aislado.

¿Se acuerda de Harvey Weinstein? Ese fue un caso que dio la vuelta al mundo hace unos años y marcó el inicio del movimiento Me Too con su correspondiente #. Luego vino la carrera presidencial de 2016 en la que se enfrentó Donald Trump y Hillary Clinton. Pese a un video donde Trump confesaba agarrar mujeres por la vagina cuando se le daba la gana porque era famoso y pese a varias acusaciones de violación y asedio que llegaron incluso a juicio, Trump ganó esa elección y podría ganar nuevamente en una semana más contra la vicepresidenta Kamala Harris. Si eso ocurre será en parte por la misma misoginia que impidió el triunfo de Hillary Clinton en 2016. En Chile, al menos, elegimos a una mujer dos veces. Sin embargo, eso no significa que haya menos machismo que en Estados Unidos. Lo que quiero decir con esto es que es un problema global. No existe lugar en el planeta en que las violaciones de mujeres no sean crímenes más o menos comunes. Entonces, la pregunta es ¿por qué es tan prevalente la violación de mujeres en el mundo? No es fácil de contestar, pero una respuesta es que es un tema de poder; no de sexo.

El concepto de masculinidad tóxica se ha propagado particularmente en los Estados Unidos, con su subsecuente respuesta conservadora de que es una exageración para empujar una agenda liberal que castraría a los niños varones. Al parecer, los críticos no entienden que no significa estar en contra de la masculinidad, sino de la toxicidad que ha perpetuado una sociedad que se aferra a los lastres patriarcales. Escucho con preocupación hombres en Chile que copian el uso del término feminazi y lo toman a la broma, como muchas cosas en nuestra cultura. No voy a defender el comportamiento de mujeres feministas que hasta el día de hoy hablan de que los hombres son el enemigo. Eso es absurdo cuando los hombres son la mitad del planeta y que nos necesitamos mutuamente para la preservación de la especie, entre muchas otras cosas.

Pese a todos los problemas, en Chile y en el mundo occidental hemos avanzado y hoy hay leyes específicas que permiten que violadores de alto y bajo perfil terminen presos. En otra época, hace no mucho, la violación no terminaba en cárcel. Una excelente serie hoy disponible en HBO Max es My Brilliant Friend, basada en los libros de Elena Ferrante L’amica geniale (La amiga genial), nos presenta la historia de la Italia de posguerra a través de los ojos de dos inseparables amigas. En ella aparecen varias instancias donde hay casos de violación. La primera de estas ocurre durante la noche de bodas de la mejor amiga de la narradora, Lila. Esto era no sólo frecuente en la Italia de los 60, sino en muchos lugares del mundo y no tenía ningún tipo de penalización. Hoy sí esto está penado por la ley en la mayor parte del mundo occidental. Otra escena de violación ocurre en el contexto de un ataque de fascistas italianos en los 70, durante la época del secuestro del primer ministro democratacristiano Aldo Moro. Esta violación muestra con claridad la razón de cualquier violación: poder. El violento acto es para mostrar la superioridad en fuerza, nada más y nada menos. También es el resultado de la cosificación de la mujer desde tiempos ancestrales, es decir, convertir a la mujer en un objeto con el solo propósito de satisfacer las necesidades masculinas. Cuando una persona se convierte en objeto, cualquier violencia se justifica a partir de la deshumanización de la persona, mismo mecanismo que funcionó con la institucionalización de la esclavitud, el exterminio de enemigos políticos, etc.

Otra obra que ilustra muy bien este punto es la obra de un autor peruano publicado en Chile, Charlie Becerra y su breve texto Masacre (2024), un True Crime que nos relata la historia de un asesinato de tres adultos mayores en Trujillo. Este horroroso episodio además tiene el macabro hecho de la violación múltiple que mata a una mujer octogenaria. Este caso ilustra exactamente lo que vengo argumentando aquí: que cualquier violación tiene como motivo el poder. Evitando el amarillismo de la prensa en estos casos, Becerra utiliza las mejores herramientas del género policial para que tengamos un panorama amplio del crimen, multidimensional. En la recopilación de testimonios queda claro que la violación de la adulta mayor fue con el propósito de hacer daño, de venganza por un resentimiento social. Los tres sujetos que cometen la masacre y la violación tenían la intención de robar y no matar, según sus testimonios, pero en el momento de no encontrar el dinero que buscaban, la venganza posible y al alcance era la violación de la única mujer entre las víctimas. Es claro que este caso es extremo, pero la rabia descargada en el acto de violación es la misma que en cualquier caso de violencia sexual contra una mujer. La raíz en la masculinidad ni siquiera tóxica, sino radioactiva es un problema serio que no hemos podido resolver y que viene de tiempos inmemoriales.

Así todo hemos avanzado como humanidad precisamente porque hoy estos casos nos horrorizan y conllevan penas de cárcel. Nadie hoy es intocable si comete una violación en Chile, aunque sea subsecretario, empresario, futbolista, etc. La evolución en este aspecto es algo que debemos celebrar como sociedad. No es fácil romper las barreras socio-patriarcales que existen aún en estos casos, pero se puede. Un buen ejemplo de esa evolución es el caso conocido como “La manada” en España que fue una violación múltiple en 2016 en Pamplona, que tuvo una insólita sentencia de abuso sexual y no por violación. No sólo eso, la irrisoria sentencia ni siquiera se cumplió porque los cinco acusados quedaron en libertad condicional. Tras este absurdo fallo, hubo una ola de protestas en España y las apelaciones en el Tribunal Supremo tuvieron fruto en un reverso histórico en 2019, cuando se sentenció a los acusados a 15 años de prisión efectiva y por violación. Esto nos revela un cambio importante en la sociedad española, pero también a nivel global en el mundo occidental. Y remarco este adjetivo porque el mundo del Medio Oriente, Rusia y otros países del lado oriental del mundo no han evolucionado del mismo modo. En muchos de estos países no sólo no es ilegal violar a la esposa, sino que el hombre es prácticamente dueño de la mujer con la que se casa.

La pregunta que resta es ¿cómo erradicamos este tipo de crímenes contra las mujeres? La respuesta no es simple. Parte de la solución sin duda es la penalización con penas efectivas, pero no es todo; debe ser acompañado por cambios en nuestras actitudes, en cómo criamos a nuestros hijos, etc. Y también en ciertos casos de imposibilidad de rehabilitación, la castración química que ha sido planteada como solución incluso por violadores condenados que admiten que no pueden controlar sus impulsos, en su mayoría pedófilos.

Como sociedad debemos continuar con la actitud de tolerancia nula frente a estos crímenes, sea quien sea el criminal; debemos preocuparnos de la educación de nuestros niños, desde la casa, al colegio, etc. Todo, absolutamente todo parte de la casa y la crianza. Esto es tan cierto que, en muchos casos, estas conductas criminales tienen precedentes familiares. Nunca debemos olvidar que la violencia y la rabia son los motores de estos crímenes. El manejo de conductas desde una edad temprana parece ser uno de los factores claves para no seguir perpetuando conductas criminales, lo cual es el extremo de la masculinidad tóxica, pero también entregar modelos positivos de masculinidad que nuestros niños puedan seguir y admirar.

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