Mirada a la dictadura con ojos de niña

Crecimos asustados, con familias divididas y algunos tuvimos desde muy pequeñas la convicción de qué se podía o no hacer con otros seres, y hasta el día de hoy no comprendo el negacionismo, no comprendo a quienes justifican las atrocidades.

“Si no te interesa qué hicieron con un desaparecido no tenemos diferencias políticas, tenemos diferencias morales, éticas y humanas”

Por Carolina Miranda

Cuando niña, juntaba panfletos del NO (a Pinochet) y tenía un montón muy grande. Un día se lo mostré a mi padre, que no vivía conmigo y veía poco, él los rompió y tiró a la vereda fuera de mi casa. Traté de entender el por qué y descubrí que mi padre era pinochetista, nunca había hablado con él de este tema, no lo veía mucho. El argumento con el que puso el broche de oro a su pensamiento fue “qué te importa, si en nuestra familia a nadie le pasó nada”. Tuve un gran quiebre con él, en silencio… en esos tiempos los niños no teníamos voz, yo tenía 11 años…nací el 76, por esos años también llegó mi tío de hacer el servicio militar en Iquique, mi abuelo era marino, y también pinochetista, en el almuerzo de bienvenida contó que había estado en Pisagua y que las celdas de los “malditos” quedaban bajo un acantilado mirando al mar, que cuando subía la marea se inundaban y pasaban toda la noche mojados. Yo me atreví a preguntar ¿quiénes eran los malditos?… Recuerdo el silencio y las miradas, por un lado autoritarias, de un cállate no preguntes, y por otro lado miradas de odio con una respuesta: “los comunistas”.

El solo hecho de imaginar a alguien en esas condiciones me hacía pensar que me daba igual si eran comunistas o de donde sea, en mi mundo eso no se hacía, estaba mal, siempre me imaginaba muy bien las escenas que me contaban y realmente sufrí.

Yo vivía con un comunista, era mi padrastro, tenía un hermano exiliado y un chichón en la cabeza que le había hecho un carabinero con una luma en las primeras protestas de los 80; me rodeaban muchas historias de aquellos años previos y posteriores al golpe, una gran colección de libros de la Quimantú. “Una vez Allende abrió el teatro municipal para el pueblo de forma gratuita, pero lo rayaron, Allende dio una tv por familia, compañeros del trabajo se llevaban de a dos, no estábamos listos”, se lamentaba. Me contaba cómo algunos querían cambios más profundos, que se tomaran más fundos y fábricas que las que estaban en el plan, que había fábricas que funcionaban bien y otras no, que su vecina, que distribuía el alimento, no lo daba a todos y había entrado a la fuerza a sacar, historias del mercado negro, que las colas habían sido provocadas por los ricos, los momios, que habían guardado la comida y los gringos, pagado a los camioneros, que El Mercurio miente. Era Allendista de corazón, pintamos un lienzo del tamaño de la cama de dos plazas con el rostro del “Chicho”, me explicaba que era bueno, que quería cosas buenas, pero no lo dejaron. Salíamos a marchar, o iba con mi mamá y nosotras (las hijastras), nos quedábamos en casa, se sentían balas pasar, las cacerolas, y una bomba en un retén cercano. Era un sector de clase media, cómo serían las poblaciones, pensaba. 

Cuando fue el atentado a Pinochet, mi padrastro estaba muy enojado de que no hubiese funcionado, vimos por tv la noticia y Pinochet indicaba en el vidrio del auto, según él, la silueta de una virgen, yo chiquitita pensé, eso es mentira, la virgencita no puede apoyar a gente mala. 

Un día íbamos en auto con mi mamá, escuchando Silvio Rodriguez, de pronto en la esquina asoman unos carabineros, mi mamá de golpe saca el cassette de la radio y lo tira bajo mi asiento (en ese tiempo los niños íbamos adelante y sin cinturón) y me dice quédate tranquila, no digas nada, pasamos lentito, no nos detuvieron, pero sentí mucho miedo. ¿Qué pasó, mamá? Ella me explicó que cierta música no se podía escuchar, que estaba prohibida, pero que a ella igual le gustaba escucharla porque era linda, pero que había que tener cuidado por que ellos eran peligrosos. En otra ocasión, me contó que para el 73, cuando iba al trabajo, tenía que cruzar el Mapocho y días después del golpe vio mucha gente reunida en el puente. “Cometí el error de parar y mirar lo que veía la gente, se asomaban los cuerpos, habían lanzado cuerpos al río, eran muchos, no se podían contar”. Los videos que han salido en los últimos años de esto superan con creces lo que imaginé. https://www.youtube.com/watch?v=z6S1l9q6FY0

En el colegio y el liceo era común que llegaran amenazas de bombas y había que desocupar. Cuando iba en séptimo, llego una compañera especial, con un acento raro, cuando entramos a la biblioteca se enojó mucho al ver el cuadro del dictador, su familia retornaba del exilio en la URSS, yo los encontraba raros, siempre había historias distintas en ese hogar y su hermano hablaba dormido, pero en ruso. Salíamos a hacer rayados, mi mamá no sabía, la familia de ella tampoco, le decían “si te llevan presa te dejamos con los pacos” … Años después, nos reencontramos, su apellido era diferente, y supe que cuando volvió a Chile, su papá estaba en la clandestinidad y ella no lo sabía. Comprendí muchas cosas en ese reencuentro y agradecí profundamente que nunca nos hubieran llevado presas.

Esos años fueron intensos, finales de los 80, realmente se respiraba temor, siempre alguien llegaba y contaba que le habían allanado la casa y roto la loza, robado la mercadería, y también comenzaron las historias del Frente Patriótico, que robaban camiones de pollo para llevar a las poblaciones, había paro y no te mandaban al colegio por apoyo al paro, pero era todo en silencio, una amiguita de mi cuadra me confesó una vez después de muchas promesas mías de no decir nada, que a sus papás no les gustaba Pinochet.

Mi mamá compró unas enciclopedias Planeta, que tenían unas hojas blancas pegadas, tapando textos, yo las saqué, así conocí la censura. La biografía de Allende en una edición española decía “el presidente Allende muere defendiendo La Moneda”, y pensaba en la persona encargada de pegar esos papeles, imaginaba pelados con rumas de libros y era muy absurdo por lo fácil de sacar y comprendí lo que significaba destinar recursos del Estado para dirigir el pensamiento de un pueblo.

Ya más grande, llegada la “democracia” con el milico custodiándola, en la media, tuve otra amiga, al llegar a su casa había un altar en el centro del living con las fotos de una mujer hermosa, su abuela. Me contó una de las historias más tristes que pude escuchar, era una de las nueve embarazadas detenidas desaparecidas, meses después de su detención llamaron a la casa para avisar que había nacido la guagua, que había sido niñita y colgaron. Agradezco profundamente haberlas conocido.  Mi mente creaba escenas con lo que pasó, con quien llamó y nuevamente quién le pagaba a esas personas. Los recursos del Estado hacían sufrir a mujeres, hombres y niñas.

Crecimos asustados, con familias divididas y algunos tuvimos desde muy pequeñas la convicción de qué se podía o no hacer con otros seres, y hasta el día de hoy no comprendo el negacionismo, no comprendo a quienes justifican las atrocidades. Solo veo que es parte de un círculo de violencia intrafamiliar a escala mayor, donde el maltratador justifica su actuar con las acciones del otro y no quiere ver su daño.

Quise contar estas historias porque no soy nadie, a mi familia nada le pasó, como decía mi padre. Pese a eso, crecí con miedo, con dolor, con preguntas y sin entender la maldad humana. Somos muchas y la memoria también es nuestra, el futuro es parte de nuestro entender y el «nunca más» es de todos.

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5 comentarios en “Mirada a la dictadura con ojos de niña”

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