Por A.C. Mercado-Harvey
Lejanos están los días en que Chile era un oasis, como dijo el expresidente Piñera. Es indudable que los números han aumentado tanto en crimen organizado como en los índices de corrupción. Hace cinco años, un amigo venezolano me dijo que Chile le recordaba cómo estaba Venezuela pre-Chávez en términos de corrupción. En su momento esto me pareció totalmente fuera de proporción, hoy tampoco me parece plausible conociendo la realidad venezolana, pero tampoco se puede negar que la corrupción y el crimen organizado han aumentado. Hay quienes especulan que esto es de pura responsabilidad de los extranjeros, algo que tiene eco cuando sabemos, según el último censo, que la cantidad de extranjeros en Chile hoy es más del doble de lo que era en 2017. Se puede proyectar que el total de extranjeros puede ser un 10% de la población total (2 millones aproximadamente), de los cuales la mayoría son venezolanos, desplazando a los peruanos que históricamente siempre fueron número uno. Tampoco hay duda de que buena parte del crimen organizado ha llegado de la mano de la inmigración masiva de venezolanos. El Tren de Aragua llegó a Chile con la inmigración ilegal, pero otros carteles como los mexicanos llegaron porque nuestro país es el mayor consumidor de drogas del continente.

El informe de la Iniciativa Global contra la Delincuencia Organizada Transnacional de 2023 clasificó a Chile en el lugar 86 en índice global de crimen organizado. La clasificación fue de 5,18 de un máximo de 10, o sea, poco más de la mitad. Esto constituyó un aumento de 0,58 puntos respecto a la clasificación de 2021 y significa que Chile quedó en el lugar 19 dentro de América Latina y en el lugar 8 de 12 puestos. De acuerdo a este informe, Chile aumentó 0,62 en mercados delictivos. Dicho esto, la situación no se compara en lo más mínimo a realidades como las de México y Colombia. El crimen organizado ha aumentado a nivel mundial, con un 83% de la población del mundo viviendo en condiciones de alta criminalidad.[1]

De los cinco países con mayor criminalidad, 3 se encuentran en América Latina: Colombia, con un índice de 7,75 en segundo lugar a nivel mundial después de Birmania (8,15); México, tercero a nivel mundial con un 7,57 y Paraguay, en cuarto lugar, con un 7,52. Chile está muy por detrás, en el lugar 86 de 120 países. El asunto es que, como Chile era un país bastante tranquilo, la diferencia se ha notado. La criminalidad tampoco es uniforme, está concentrada mayormente en el norte y en la Región Metropolitana, específicamente en comunas céntricas y periféricas, como Puente Alto. A mayor población, más delincuencia.
No hay forma de negar esta realidad, el asunto es la interpretación que le damos a las circunstancias que vivimos. Como estamos en año electoral, esto se convierte en un arma de campaña. Los ofertones de la derecha son cada día más extremos: desde volver a poner minas antipersonales en el norte hasta la retórica vacía y copiada de la dictadura, la famosa mano dura. Lo cierto es que, durante los gobiernos de Piñera, particularmente el segundo, fue cuando comenzó el aumento de crimen organizado y la explosión de la inmigración, mayormente venezolana, durante la pandemia. El gobierno de Boric no venía con una agenda de seguridad, pero en la marcha tuvo que darle prioridad, y hemos visto cómo aumentó dotación para Carabineros, aumentó el gasto en esta materia y ha logrado algunas bajas en criminalidad, siendo lo más relevante la encarcelación de la mayor parte de las cabezas del Tren de Aragua.

Es importante recordar que la memoria es corta y, a menudo, uno encuentra en redes sociales y en conversaciones a personas que opinan que esto nunca se había visto en Chile, lo cual es penosamente falso. Para quienes no habían nacido es relevante recordarles algo de la historia reciente: en Chile vivimos por 17 años con la mayor incidencia de crimen organizado de nuestra historia por parte del Estado. Los escenarios que vemos hoy de cuerpos en bolsas de basura, desmembrados era algo nada de raro en los 70 y 80. Los secuestros eran pan de cada día y las personas desaparecidas llegan a miles (con estimaciones de 3.000 por lo bajo y 30.000 por lo alto). Por tanto, decir que esto nunca se vio antes en Chile es falso, de falsedad absoluta. Además, en los 80 hubo también crímenes no necesariamente de motivación política, pero sí ejecutados por fuerzas policiales, como el bullado caso de los psicópatas del Viña del Mar y otros casos menos conocidos como el que relata la escritora Paula Ilabaca en su última novela, La mujer del río (2024). Por tanto, lo que vemos hoy es un doloroso déjà vu de lo que ya vivimos hace 50 o 40 años. La diferencia es que el crimen organizado de la dictadura no salía a diario en las noticias como ocurre hoy.

Veamos el asunto de la corrupción. Chile, desde que entró la medición junto con el retorno a la democracia en 1990, se ha mantenido dentro de los países menos corruptos del mundo. Hoy vemos en las noticias casos de corrupción casi a diario, siendo la última instancia lo de funcionarios públicos, 25.000, que tomaron licencias para viajar al extranjero de vacaciones. Sin embargo, desde los 90 vienen casos de corrupción desde ministerios, municipios, partidos políticos, etc. Nuestras “incorruptibles” policías se ven cada día envueltas en casos de corrupción. Esto tampoco es nuevo, es cosa de recordar los mayores fraudes al fisco realizados por Carabineros (Pacogate) y militares (Milicogate).

Nuevamente, olvidamos que los niveles de corrupción estatal eran enormes durante los años de dictadura. Los robos conocidos como Pacogate y Milicogate son resultado de un sistema de defraudación al fisco de altos mandos que viene de los años en que los uniformados tenían todo el poder político. La cantidad de uniformados que se enriquecieron de la noche a la mañana hacía parecer a estas instituciones como verdaderas sedes de crimen organizado. Ingrid Olderock, una carabinera torturadora de la DINA, no se cansó de decirle a Nancy Guzmán en sus entrevistas que muchos se enriquecieron y robaron a manos llenas, partiendo por Manuel Contreras.[2]

Como todo es jerárquico, nadie se enriqueció más que la familia Pinochet, un verdadero cartel criminal, algo que se reveló en toda su dimensión, tras la difusión de las cuentas de Pinochet en el Banco Riggs en Estados Unidos. Eso gracias al 11 de septiembre de 2001, cuando se comenzó a seguir el rastro del dinero de las organizaciones terroristas. Esto significó el fin de los secretos bancarios, algo que nuestros parlamentarios, mayoritariamente de la derecha, se niegan a concretar en nuestro país. Algo tan simple como terminar con el secreto bancario podría acabar con el crimen organizado en Chile, tal como EE.UU. liquidó a organizaciones terroristas siguiendo el rastro del dinero, misma táctica que usaron en los años 20 y 30 del siglo XX para deshacerse del crimen organizado. Cada vez que se usa este instrumento se da un golpe mortal a la criminalidad organizada. Hoy esto es más difícil por la nula regulación de las criptomonedas. Sin embargo, no toda la plata está en este volátil mercado; la mayoría continúa usando los canales financieros tradicionales. Seguir ese rastro es clave pero, mientras nuestros parlamentarios sigan obstruyendo esos intentos de crear una ley que termine con el secreto bancario, la corrupción y el crimen organizado continuará creciendo.
[1] https://www.df.cl/economia-y-politica/pais/chile-se-posiciona-en-el-lugar-numero-86-de-crimen-organizado-a-nivel?fbclid=IwQ0xDSwKnJkFleHRuA2FlbQIxMQABHuCyUpDhRfLKTWX0CgzIzfOtE0XovxjRSFeorwKCwjkq-FwkRY4NwaJHjAmS_aem_AQphkANzRV7USH7BrdtJsg#:~:text=El%20indicador%20global%20de%20crimen,por%20su%20sigla%20en%20ingl%C3%A9s
[2] Olderock le dijo esto a Guzmán en sus entrevistas, particularmente al referirse a la Dinita (214-17). Guzmán, Nancy. Ingrid Olderock. La mujer de los perros. Santiago de Chile: Editorial Montacerdos, 2021.
4 comentarios en “Crimen organizado y corrupción”
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