Los días en que la muerte arribó al Internado Nacional Barros Arana

En una era en la que la polarización política amenaza con desbordar los límites de la cordura, es crucial que reflexionemos sobre el legado del INBA mientras celebra sus 122 años de existencia y su edificio se encamina hacia su declaración como Monumento Histórico Nacional. La creación del Museo Histórico Julio Torres, que preserva la rica historia de la educación pública del siglo XX, nos brinda una oportunidad única para proyectarnos hacia el futuro.

Por Marcel Albano

«Por favor, no me pongas la venda. Mátame de frente, porque quiero verte para darte mi perdón«, resonaron las palabras del célebre sacerdote español y activista, Joan Alsina, en aquel fatídico septiembre de 1973 antes de ser fusilado por un joven soldado de 18 años. Este último deseo se convirtió en otro testimonio sombrío de los eventos que marcarían esa época oscura en la historia de Chile.

Momentos antes de su ejecución, los soldados habían salido del histórico Internado Nacional Barros Arana (INBA) de la calle Santo Domingo 3535, donde el Regimiento N° 3 «Yungay» de San Felipe había establecido su primera base de operaciones. Durante semanas, el patio verde, el patio amarillo, el economato y los pasillos del internado, se transformaron en un centro transitorio de detenciones, interrogatorios, torturas y ejecuciones hasta ahora desconocidas; una pesadilla que se repetía día tras día.

El sacerdote Alsina, había sido detenido y golpeado en el Hospital San Juan de Dios. Bajo las órdenes del capitán Caraves Silva, después de su retención en el INBA, trasladaron al cura al puente Bulnes, lugar donde finalmente fue ajusticiado, dejando una bala incrustada en la baranda del puente como prueba de su atrocidad, antes de arrojar su cuerpo al río Mapocho. Durante esas semanas, su sangre se sumó a la de otros cuerpos flotantes de desconocidos, confirmando las palabras del mismo recluta quien señaló ante la Corte de Apelaciones de Santiago que «quien caía en el Internado Nacional Barros Arana no sobrevivía”.

Esta es solo una de las innumerables historias de torturas, masacres, fusilamientos y deshumanización que Felipe Olivares y Claudio Vilches documentan en su libro «Mátame de frente». Una vasta investigación documental que abarca un escenario de hechos y datos recopilados en entrevistas y revisiones de sentencias judiciales sobre la participación de militares en abusos y violaciones de derechos humanos en la Quinta Normal, el Hospital San Juan de Dios y la Universidad Técnica del Estado, lugares estratégicos durante el golpe de estado de 1973.

Según sus fuentes, desde el 11 de septiembre hasta el 4 de octubre de ese año, el Regimiento Yungay de San Felipe utilizó las dependencias del INBA no sólo como dormitorio y rancho de los conscriptos, sino también como centro de detenciones transitorias para ejercer su posición táctica en el eje de Matucana hacia la Estación Central y el Estadio Chile.

Dentro de estas historias, el libro relata cómo los alumnos y las familias de los funcionarios que vivían en las dependencias del Barros Arana fueron tomando conocimiento de las noticias del derrocamiento de la Unidad Popular. En el hall central del emblemático internado se reunieron para analizar cómo proceder, al tiempo que los conscriptos del Regimiento Yungay de San Felipe se iban instalando y enterando por radio o a través del comentario boca a boca, cuál será su función en los objetivos de su estadía en el recinto: porque estaban allí para sostener el movimiento operativo de las tropas por esa zona del gran Santiago.

“Tras lo ocurrido en La Moneda, el rector de entonces, don Aurelio Huerta, hizo abandono de las dependencias del Internado Nacional, asumiendo el cargo Leopoldo Fernández Fuentes, secundado por Herick Muñoz Mass. Ambos recibieron al mayor López Almarza, sellando de esta forma, el futuro del Barros Arana, que pasó de ser un establecimiento educacional, a un centro de detención transitorio”. Además, el libro hace referencias al ilustre ex alumno Inbano Julio Torres, quien en el texto recuerda cómo la ocupación militar arrebató la biblioteca de un docente que terminó finalmente quemada en el patio de su casa, frente al economato. También cuenta los recuerdos de un trabajador del Internado Nacional, quien menciona que en el sector del gimnasio, los militares ponían a mujeres desnudas en una muralla para humillarlas y reírse de su situación. El hijo del rector Aurelio Huerta, también se encuentra desaparecido desde septiembre de 1973.

Los autores del libro señalan que uno de los mayores problemas para profundizar en sus investigaciones, ha sido el evidente sesgo con que se abordan las temáticas de la reconstrucción de memoria histórica y social en torno a derechos humanos; la politización y la perspectiva sectaria en el pensamiento político actual hace que “hablar del golpe militar, la Constitución Política de 1980, los periodos de gobiernos de la Concertación de Partidos por la Democracia, el “estallido social” de 2019 y la conmemoración de los 50 años del golpe, generan el mismo efecto: división. Al enfrentar únicamente dos visiones sobre un tema, sumado a la disociación y poca representatividad de nuestros partidos políticos, tendemos a politizar e instrumentalizar todo, incluso la memoria”.

En efecto, el posicionamiento de los derechos humanos como temática de conversación, en la actualidad nunca puede tener un carácter de objetividad debido, en gran medida a esta instrumentalización y uso abusivo como retórica o uso de texto contra argumentativo por parte de las facciones más fanáticas y obtusas, tanto en las izquierdas como las derechas.

En una era en la que la polarización política amenaza con desbordar los límites de la cordura, es crucial que reflexionemos sobre el legado del INBA mientras celebra sus 122 años de existencia y su edificio se encamina hacia su declaración como Monumento Histórico Nacional. La creación del Museo Histórico Julio Torres, que preserva la rica historia de la educación pública del siglo XX, nos brinda una oportunidad única para proyectarnos hacia el futuro.

Es imprescindible que aprendamos a trascender las estrecheces de la emocionalidad política que hemos heredado de décadas de confrontación ideológica. Esta polarización obstaculiza nuestra capacidad para comprender el pasado como un recurso valioso de lecciones aprendidas y no como un instrumento para alimentar agendas político-partidistas mezquinas y egoístas.

En lugar de enredarnos en disputas partidistas del pasado, debemos aprovechar el rico tejido discursivo de la historia para forjar un futuro más transversal y justo. Solo así podremos evitar repetir los errores del pasado y construir una sociedad basada en el respeto, la tolerancia y la colaboración mutua, porque mantener la energía polarizante en el discurso de la opinión pública es llevarnos directo al fracaso.

@marcelenredes

Presentación del libro “Mátame de frente”

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15 comentarios en “Los días en que la muerte arribó al Internado Nacional Barros Arana”

  1. Antes viviamos asustados por los milicos, ahora vivimos asustados por portonazos, narcos, sicarios y secuestros. Desde indocumentados criminales hasta terroristas nativos: Con o sin democrasia siempre hemos sido unos H.D.P. con nuestro país.

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